EDUCACIÓN ESPECIAL EN EL SÁHARA

El drama de ser niño refugiado y discapacitado

Las familias del campamento saharaui 27 de Febrero explican las muchas dificultades con las que se encuentran para atender a sus hijos con capacidades diferentes

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Sergi Paramès

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Entre restos de camiones abandonados y casas de adobe destrozadas por las lluvias torrenciales del 2015, un grupo de menores se acerca corriendo hacia unos voluntarios al grito de «Hola, caramelo».

Para los niños, en general, el desierto es un gran campo de juego. Muchos van descalzos aunque en este, concretamente el Sáhara argelino,  abunden las piedras y no las dunas. Pero, para los niños discapacitados su terreno de juego no va mas allá de las paredes de paja y barro de sus casas. O de sus jaimas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) cifra entre 2,3 y 3,3 millones los refugiados con alguna discapacidad, un tercio de los cuales son niños.

En el caso del Sáhara, los refugiados son de larga duración, ya que la comunidad saharaui lleva más de 40 años de exilio. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que en los cinco campamentos saharauis en territorio argelino levantados cerca de Tindouf viven 90.000 personas, de las cuales 32.100 son niños en edad escolar. ¿Cuántos de estos pequeños son discapacitados? Según ACNUR, se atiende en los cinco campos a 196 niños con necesidades educativas especiales. 

Un choque

La vida en un campamento vista desde la óptica occidental es todo un choque. El paisaje está dibujado de piedras y arena y unas cuantas casas de adobe, donde viven los refugiados que han tenido más suerte. Mientras que los no tan afortunados tienen que conformarse, cuatro años después, con cobijarse en tiendas de campaña de las suministradas por ACNUR tras las riadas.

Con el paso de los años, y gracias a la ayuda internacional y a las ONG, la mayoría españolas, van surgiendo barrios e infraestructuras. Zonas comunes, como un mercado, una plaza pública o un centro de asistencia sanitaria. Mas allá de esto, solo hay arena. Ni calles, ni alcantarillado, ni canalizaciones de agua…  Pueden verse metros y metros de cables tirados por el suelo que llevan la electricidad a los hogares sin ningún control. Estos cables, al permanecer a la intemperie y desgastarse su cubierta, ya han provocado más de una desgracia y algún niño ha muerto electrocutado.

Aquello que ya no sirve se abandona, se tira en cualquier lugar.  Numerosos coches, camiones y autocares que en su día cumplieron su función, ahora permanecen abandonados una vez revendidas las piezas reutilizables. No sirven más que como espacio de juego peligroso para los niños. 

Escuelas especiales

Al-Hawhari es el director de la escuela de niños discapacitados del campamento de refugiados llamado 27 de Febrero. Es sociólogo formado en Cuba gracias a los acuerdos de colaboración entre la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y el país caribeño. «Atendemos a 23 niños, entre invidentes, sordomudos, autistas, discapacitados profundos y con síndrome de Down», cuenta Al-Hawhari. Cada campamento tiene un centro de estas características, excepto el de Smara que, al ser el más grande, cuenta con dos escuelas diferenciadas, una para niños discapacitados sensoriales y otra para chicos discapacitados psíquicos. 

La OMS cifra
entre 2,3 y 3,3
millones los
refugiados con
discapacidad en
todo el mundo

«Hace ya algunos años», continúa el sociólogo, «que la asistencia y el reconocimiento social de las personas discapacitadas ha cambiado mucho. Se ha pasado de tenerlas atadas para que no salieran de las jaimas o utilizarlas para pedir o robar por las calles de las dairas (unidad territorial) a hacer un programa individual por parte de una asistente social y un psicólogo para plantear qué tipo de actividades y qué tipo de centro necesita cada niño para progresar, ser lo mas autónomo posible y llevar una vida integrada en la sociedad».  

Mamadouh, un adolescente con trastorno generalizado del aprendizaje y epilepsia, colabora ayudando a los mas pequeños del centro. Mouguef, su madre, y la familia se reúnen en la habitación que hace las veces de comedor y sala. 

–¿Mouguef, cómo ha vivido la familia tener un hijo con discapacidad?

–Supone un problema porque necesita más atención. Hay que tener más cuidado de él. Tener siempre presente donde está, acompañarlo a todos lados, cambiarle el pañal, limpiarle la boca cuando babea... 

–¿Se ha sentido apoyada la familia por la comunidad?

–Sí, por supuesto, cuando lo encuentran por ahí, siempre nos lo traen.

–¿Qué futuro espera para su hijo?

–A la larga, que se pueda encargar de sí mismo cuando yo ya no pueda estar, al menos que se valga. 

–Los saharauis tienen un dicho sobre el té. Ustedes dicen que el primero ha de ser amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte. ¿Usted, como madre, cómo afronta la vida que le ha tocado vivir?

–La medicación para mi hijo y el poder disponer de pañales me ayuda. Me siento peor cuando soy consciente de que no puedo mejorar mi situación. Pero, me encanta el trabajo voluntario que hago con los niños. Disfruto del placer de estar acompañada y de escuchar música. 

–¿Qué es su hijo para usted?

–Un hijo siempre és una bendición, nos lo ha dado Alá. 

Zeinuha, la madre de Salma, una niña de 5 años con un elevado grado de Trastorno del Espectro Autista (TEA) y aficionada a roer cables, lo que más ansía es que algún día su hija se pueda integrar en la vida del campamento, pero le preocupa mucho su falta de interés por las cosas. Si no le das de comer, no come. Si no le das de beber, no bebe, se queja. 

Zainab, la madre de Buda, un niño de 11 años con discapacidad intelectual profunda  habla del día a día con su hijo en el campamento y de las dificultades que tiene para poder triturarle toda la comida. Buda no puede hacer nada por él mismo, por lo que Zainab, a menudo, necesita buscar algún vecino o familiar que le ayude, pues el niño no se puede quedar solo. Últimamente, el chico ha perdido rigidez y espasticidad por lo que es más fácil transportarlo, pero a su madre le preocupa que cada día esté más débil. Lo mejor que Buda ha aportado a la familia, explica, es cómo todos lo adoran. Él, asegura, está más cerca de su corazón que cualquier otro de sus hijos.

Falta de transporte

Fatimetu tiene una hija: Tara, de 11 años, que es invidente. Al-Hawari le reprocha a la mujer la poca asistencia de la niña a la escuela, puesto que al no tener ninguna discapacidad intelectual, si realizara el programa adaptado para ella, sería mucho mas autónoma. La distancia y las condiciones del terreno impiden a menudo que la niña pueda ir a clase, responde la madre. La falta de transporte escolar es un problema común. 

La escuela de educación especial del campamento ha sido pintada, hace poco, de blanco por unos voluntarios vascos y, tras una gran puerta azul, se pasa bajo un cartel que indica que el centro se ha construido gracias a la colaboración del pueblo de Sant Vicenç dels Horts. 

El edificio se organiza alrededor de un patio desde el cual se puede acceder a cada sala del recinto escolar, que dispone de comedor, cocina, aulas, sala de motricidad, salas de talleres y despachos. En la actualidad, para los adultos se cuenta con talleres de costura, cocina, carpintería y horticultura. El único personal funcionario es el director. Por lo que respecta al resto, la mayoría son mujeres y voluntarias –algunas de ellas antiguas alumnas– formadas para educar a discapacitados por el Ministerio de la Mujer y Servicios Sociales de la RASD. 

Zainab, la madre
de Buda, asegura
que él está más
cerca de su corazón
que cualquiera
de sus otros hijos

Sus mayores necesidades son de transporte, pues desde la escuela a las casas de muchos de estos niños hay varios kilómetros por caminos de arena y piedras. También precisan con urgencia renovar el acuerdo de colaboración con la Cruz Roja que permite que los niños tengan desayuno y comida asegurada en la escuela. Las ayudas para las necesidades especiales de alimentación, como comida para celiacos o intolerantes o que requieren triturados, no llegan. La ONU ofrece una ayuda alimentaria a base de arroz, harina, aceite, azúcar y agua.

Mientras algunos niños juegan a fútbol en una cancha improvisada, otros esperan en sus casas a que haya un nuevo día de escuela. Entre tanto, un adulto los mira, sonríe y dice: «Los niños son una bendición de Alá, son la única inversión que tenemos en el desierto».