Darío Sztajnszrajber, el gurú (austral) de la filosofía

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Núria Navarro

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Su apellido es tan intrincado que un día fue a una agencia de viajes, se lo deletreó al empleado y, cuando iba por la mitad, el hombre le interrumpió: "Le pedía el apellido, no el código de reserva". Es el único aspecto en el que Darío Sztajnszrajber –pronunciar 'es-táins-rái-ber'– pone las cosas muy difíciles. En Argentina recibe trato de 'celebrity' por divulgar los conceptos clásicos de la filosofía en televisión –ha sido tres veces nominado a los Emmy por el programa 'Mentira la verdad'–, en libros como 'Filosofía en once frases' (Ariel) y hasta en los vestuarios de las categorías inferiores del Estudiantes de La Plata, el equipo de sus amores, que entrenó en el 2006 el 'míster' del Atlético de Madrid ("¡el Cholo Simeone es mi Papa!", afirma).

Cruce austral entre el desbordante Slavoj Žižek y el didáctico Eduard Punset –que ya es cruzar–, le escuchan como a un oráculo. Para él, simple y llanamente, "la divulgación es un acontecimiento político". Es su forma de dar un buen puntapié al elitismo y empoderar a las clases populares menos ilustradas. "Alguien que no come no puede hacer filosofía –admite–, pero sí tiene capacidad para moverse del lugar que el poder le asigna". Así, mientras San Agustín legó a la posteridad su "ama y haz lo que quieras" y Descartes, el "pienso, luego existo", Sztajnszrajber propone una frase que quiere para su epitafio: "Todo puede ser de otra manera".

Para este lado del trópico, el filósofo de nombre imposibletiene la frescura del que piensa desde el margen. No solo geográfico, porque está a más de 10.000 kilómetros de los departamentos de Filosofía de Oxford o la Sorbona, o porque habla desde la experiencia latinoamericana, "que es la del oprimido y siempre anda buscando fisuras en el discurso europeo". También porque el rioplatense incluye sus 'bonus track': 1/ es "un judío argentino" –procede de una familia pobre de Polonia, la mitad exterminados–, que de por sí es una rareza semítica, y 2/ es de izquierdas, primero fue "trotskista" y hoy es "peronista". Globalmente, todo muy poco 'mainstream'.

Digestiones

Para llegar a la sencillez que le ha hecho tan célebre, tuvo que hacer varias digestiones.

A los 6 años sus padres lo inscribieron en la escuela talmúdica con la esperanza de hacer de él un rabino. En vez de jugar a las chapas, el niño interpretaba a los intérpretes de las interpretaciones. Uff. "El Talmud me provocó una implosión–asegura–. En él, los argumentos derrotados están presentes y eso construyó en mí una subjetividad a través de la cual me acerqué a la filosofía". Por si fuera poco, a los 14 cayó en sus manos 'Humano demasiado humano' de Nietzsche. Vamos, que tenía todos los puntos para ir derecho al diván del psicoanalista, pero acabó dedicándose a "la deconstrucción de los lugares tradicionales y a hacer pastiches entre distintas corrientes de pensamiento".  

Contra el sentido común

El desmontaje de lo establecido–mostrando sus fallas, debilidades y contradicciones– es un ejercicio muy de los tiempos. Sztajnszrajber subraya que la deconstrucción de la identidad de género "ha abierto la compuerta al desmantelamiento de las ideas de patria, trabajo, juventud...". Naturalmente, señala, el patriarcado y el conservadurismo en general se revuelven como gato panza arriba. "Al conservador le aterra que si se desnaturaliza la sexualidad, cae la naturaleza toda. La clave del conservadurismo –anota el filósofo– es creer y hacer creer que hay un orden natural de las cosas". 

Y ahí es donde Sztajnszrajber afirma que "la libertad pasa por apartarse del sentido común, que es el que nos empuja a pensar como se piensa, a desear como se desea y a sentir como se siente; en definitiva, a vivir una existencia que nos es impropia. 'Desujetarse' del lugar asignado es capital". Por eso, recomienda la lectura de filósofos como Jacques Derrida – judío francés nacido en Argelia–, Michel Foucault –homosexual–, y Paul B. Preciado –transgénero feminista–, en los que hay una búsqueda de distensión de los bordes. "Uno no es arrojado en el nacimiento con dispositivos previos, incluida la individualidad –explica–. Por tanto, la identidad no es encontrar lo que eres, sino tratar de dejar de ser lo que otros quieren que seas".

Por poner un ejemplo, cuenta que en el vestuario del juvenil del Estudiantes preguntó al equipo: "¿Quién dirían que son?". Uno de los chavales le respondió: "¿Yo? ¡Un ignorante! Solo sé sacar de esquina". "Yo, marco el fuera de juego nada más", soltó otro. Chorreaban resignación. "¿Se dan cuenta de que eso hace feliz a cientos de personas?", repuso el filósofo, en una maniobra no destinada a que encontraran su identidad, sino para que se "desidentificaran". "Todo esencialismo es violento – concluye–. Es la forma que tiene el poder de sacarse el problema de encima, haciendo al otro alguien impuro, incluso exterminable".

El culo y el jardín

"Que cada uno haga de su culo un jardín –aclara–. Si alguien decide pasar toda su vida tomando clonazepam –y no solo me refiero a la pastilla, sino también a una idea exacerbada de nación o de género fuerte, que son modos farmacológicos de relacionarse con el mundo–, allá él. El límite es la violencia con el otro". Y son tantas. Ocurrió, pone un ejemplo, con la ley del aborto en Argentina, donde las fuerzas conservadoras creyeron que su visión del mundo debía ser política de Estado.

"Yo elijo pelear contra aquellos que ostentan la propiedad de las verdades absolutas", da un paso adelante. "La historia de la cultura demuestra que toda certeza cambia. ¿Cuál se ha mantenido incólume? ¡Ninguna! ¿Es lo mismo la belleza ahora que en tiempos de Platón, donde no había champú? –pregunta–. ¿Es igual el amor hoy que cuando las mujeres eran reducidas a vientres para la reproducción?". A su juicio, puede que los grandes conceptos permanezcan, pero siempre transformados. "El problema es que eso nos incomoda y preferimos respetar el principio de no contradicción".

A descentrar

Entonces, ¿cómo se orienta uno en el tinglado contemporáneo? "Ante la pregunta de qué es lo contemporáneo, debe uno apartarse de la idea de que lo más contemporáneo es lo que queda bajo los focos", dispara el rioplatense, siguiendo la estela de Giorgio Agamben, uno de sus filósofos de cabecera, que en un opúsculo titulado 'Qué es lo contemporáneo' (2008) alertó que hay fijarse "también" en las sombras. "La biopolítica y la filosofía de género son herramientas muy contemporáneas –aconseja–, porque visualizan lo que esconde la coyuntura; es decir, el proceso de naturalización de una asimetría en la que el poder normaliza los intereses de una parte".

"No hay un mundo único –concluye–, esa idea funesta se ha roto, el descentramiento es el signo de nuestro tiempo". Si acaso, matiza, hay dos modelos de existencia: "el de apertura al otro y el que hace del otro un medio para su propia realización". La prueba del nueve, asegura, es la pregunta: ¿qué es lo prioritario, yo o el otro? "Si te la haces, ya has marcado tu rumbo".

Siempre sale el sol

¿Y cómo seguirá el sainete? "Está todo muy teñido por los medios de comunicación –advierte–, que son constructores no solo de pensamiento binario, sino de ánimos exacerbados". Días antes de viajar a Barcelona para presentar el libro 'Filosofía en once frases' –en la Casa del Libro los expatriados argentinos desbordaron la sala–, una amiga le dijo que tuviera mucho cuidado porque en España había vuelto la ultraderecha. Pero Vox ha sacado 24 escaños y los ultras no van por la calle pateando a quien lleve una camiseta de Evita. "El sol salía antes de que hubiera humanidad, y seguirá saliendo cuando desaparezca", da vaselina Sztajnszrajber.

Lo más sensato es la reflexión con tiempo y sin etiquetas. Solo hay que recordar, recomienda, que "nada es definitivo, que todo está abierto a ser de otro modo".