Taiwán: el telón de acero asiático

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zentauroepp47782645 mas periodico fotos de taiw n adrian foncillas190426115719 / ADRIÁN FONCILLLAS

Adrián Foncillas

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En la Torre 101 confluyen tradición y tecnología. Esa caña de bambú de metal y cristal encierra al ascensor más rápido del mundo y una bola dorada de 700 toneladas que amortigua las oscilaciones en seísmos de 7 grados y vientos de 450 kilómetros hora. En su base nunca escasean los turistas fotografiando su egregia silueta contra el cielo plomizo de la isla. Un jubilado ondea una bandera roja con estrellas amarillas y encadena proclamas prochinas frente al principal icono taiwanés, mientras unos jóvenes independentistas reparten folletos que documentan las violaciones de derechos de Pekín. Encontrarán edificios más altos y quizá más imponentes en China pero no busquen esa postal con reivindicaciones políticas.

Ningún país se siente más orgulloso y celoso de su democracia que Taiwán. De sus discusiones parlamentarias, de sus protestas callejeras, de sus participaciones masivas en las elecciones, de su vibrante sociedad civil, de los derechos de sus mujeres que ridiculizan a los de Japón o Corea del Sur o de su lucha por el matrimonio gay. Las invocaciones a la democracia subrayan el hecho diferencial con China.

Pulso por el liderazgo mundial

El estrecho de Formosa es la zona más erógena del Asia-Pacífico, donde China y Estados Unidos se han citado para dirimir el liderazgo global. Hoy muestra un cóctel inquietante tras la subida al poder en el 2016 de los soberanistas en Taipei, la declinante paciencia china por una reunificación que no llega pero se la espera y por el efecto Trump.

El estrecho de Formosa se ha convertido en un polvorín donde los dos países dirimen el liderazgo global 

Pekín y Taipei suman siete décadas de relación complicada y reñida con la lógica. Es absurdo que Vincent Lu haya pasado buena parte de su vida en cancillerías de todo el mundo y no haya pisado nunca el vecino país en el que nacieron sus padres: Taipei se lo impide a sus funcionarios para evitar que China les reclute como espías. Fue un absurdo histórico-geográfico-económico que, hasta hace solo 10 años, los pasajeros pasaran por un tercer país para cruzar los 130 kilómetros del estrecho. Y es absurdo el limbo jurídico en el que aguanta Taiwán: soberano pero ignorado por la comunidad mundial, disfrutando de una independencia que no puede declarar por la amenaza militar china, un país de hecho que no de derecho.

China reclama como suya la isla desde que los nacionalistas se refugiaran allí en 1949 tras perder la guerra civil contra los comunistas. Taipei ocupó el asiento chino en la ONU hasta la visita de Richard Nixon a Mao de 1972. Pekín exige como requisito para las relaciones diplomáticas el reconocimiento del principio de una sola China y eso ha provocado un trasvase continuo a pesar de las inversiones a fondo perdido con las que Taipei compensa la lealtad. Hoy apenas conserva 17 países de peso mosca repartidos especialmente en el Caribe y Oceanía porque es un suicidio político y económico darle la espalda a China. Lo resumió Óscar Arias, expresidente de Costa Rica, invocando a Keynes: «Cuando las circunstancias cambian, uno tiene que cambiar».

Ofensiva diplomática china

Taiwán perdió en el 2018 a San Salvador, el tercer país en un año, en una ofensiva pequinesa por extinguir su huella internacional que igual le quita aliados que impone a las aerolíneas internacionales que dejen de referirse a Taiwán como país. Taipei aclaró que concentraría sus esfuerzos en países con sus mismos ideales, en la enésima invocación a su democracia frente al poderío económico chino, pero en geopolítica no abunda el romanticismo. 

El inminente trasvase del Vaticano, su último bastión europeo, será más difícil de digerir. Un funcionario taiwanés lo da por perdido pero sugiere que quizá el papa Francisco le imponga a Pekín un reconocimiento dual. Eso no ocurrirá.

Pekín reclama como suya la isla desde que en 1949 se refugiaron los nacionalistas tras perder la guerra contra los comunistas

Taiwán presta ayuda a través del Fondo de Desarrollo para la Cooperación y Desarrollo Internacional a Swazilandia, Tuvalu o Belice y otros países que cuesta situar en el mapa. «Todo es mucho más difícil cuando estás fuera de la ONU, incluso si tienes los mejores propósitos», señala su secretario general, Timothy T.Y. Hsiang. La sede está decorada con fotografías de sus proyectos de colaboración en sociedades atrasadas: maquinaria moderna, técnicas agrícolas eficaces, asistencia humanitaria.

Conmueve sentarse junto a estos jóvenes abocados a la frustración, suficientemente idealistas para deslomarse en esos países pobres y suficientemente listos para saber que serán expulsados sin recibir las gracias. Cuando Burkina Faso cortó relaciones con Taipei, los médicos taiwaneses tuvieron que irse a la carrera y los guardias de seguridad impidieron que se llevaran sus equipos de los hospitales levantados con capital taiwanés. Incluso se quedaron con los vehículos oficiales del personal diplomático. Capítulos como ese explican las críticas a la tradicional diplomacia del dólar taiwanesa y que la sociedad no entienda la pérdida de un aliado como una tragedia nacional. «Otro país al que no tendremos que pagarle las facturas», juzga una joven empresaria sobre San Salvador.

No irritar a China

Conmueven también los esfuerzos del Gobierno por encontrarle las grietas al muro chino. Cerrados los contactos diplomáticos y las organizaciones internacionales, quedan los intercambios en áreas menos sensibles como la educación, la cultura, el deporte y el turismo. Desde la Fundación de Intercambio Taiwán-Asia se explora cualquier vía de colaboración con el continente. «Nuestra estrategia es no irritar a China, muchos países nos piden que no demos mucha publicidad a los acuerdos que firmamos», revela Michael Hsiao, consejero de la presidenta Tsai.

China exige para entablar relaciones diplomáticas el reconocimientodel principio de un solo Estado

Los miles de misiles apuntándose recíprocamente a ambas orillas del estrecho abundan en la literatura sobre el conflicto. Estamos sufriendo ataques, la guerra puede estallar en cualquier momento, nos preparamos para el peor escenario… Desde el Instituto de Defensa Nacional e Investigación de Seguridad se alimenta ese teatrillo que retroalimentan los cíclicos editoriales de la prensa más ultramontana del otro bando. La economía son los misiles chinos de hoy. El 75% del PIB taiwanés descansa en las exportaciones y el 40 % de ellas acaba en China. Estrechar esa dependencia con potenciales repercusiones en la soberanía es una urgencia política y no se intuye fácil.

China es el socio natural por su cercanía y la lengua y cultura compartidas. Desde el Instituto de Investigación Económica Chung-Hua apuntan que podría rebajarse al 30 % en un plazo de cinco o diez años si sigue la guerra comercial entre Pekín y Washington. «Las crisis ajenas son una oportunidad. Si Trump sube un 25 % los aranceles a China, habrá una rápida demanda hacia productos de otros países», opina Jiann-Chyuan Wang. Contra sus planes confabula el inminente fin de la guerra comercial.

Adiós a los días gloriosos de crecimiento

La economía de Taiwán ha dejado atrás sus días gloriosos. En los años 80 encadenaba crecimientos cercanos al 9% y era conocida como uno de los cuatro tigres asiáticos. Pocos países se beneficiaron más del despertar de China, con cuya economía tenía una relación simbiótica: Pekín procuraba el mercado vasto y la mano de obra barata que demandaban sus compañías tecnológicas. La desaparición de aquellos ubicuos 'Made in Taiwán' en pequeños electrodomésticos responde al envío de las fábricas al interior.

"Muchos países nos piden que no demos publicidad a los acuerdos que firmamos», admiten desde el Gobierno

A Taiwán le urge renovar su modelo caduco porque sus móviles y ordenadores no son mejores hoy que los chinos y los costes de producción en el continente se ha disparado. Tampoco los intercambios comerciales han fluido hacia la población. «Nuestras compañías producen en China y los beneficios van a los empresarios. Queremos que creen trabajo aquí en industrias tecnológicas y suban los sueldos», señala Connie Chang, directora general del Consejo de Desarrollo Nacional. Es un cuadro complejo y algo esquizofrénico en el que Taiwán busca al mismo tiempo ampliar su oferta hacia el mercado chino que aguanta su economía y rebajar su dependencia comercial.

El eterno equilibrio entre la economía y la identidad marca la relación de los taiwaneses con Pekín. Solo el 3% se reconoce como chino pero nadie desea malas relaciones con el vecino. Los isleños han echado del poder al soberanista Partido Democrático Progresista (PDP) cuando solo se ha preocupado de irritar a China, mientras que la excesiva sintonía del Kuomintang (KMT) con Pekín ha generado movimientos de protesta por la sospecha de que la mano económica china era un caballo de Troya hacia la reunificación.

Ese equilibrio pretende Tsai Ing-wen. No pertenece al ala dura del PDP, que exige la declaración formal de independencia y ha prometido que mantendrá el statu quo. Un alto cargo del Gobierno sostiene que el examen del caso catalán, escudriñado con atención entomológica desde Taiwán, refuerza su vocación cautelosa: «Tenemos que actuar de forma responsable, no podemos permitirnos un líder que saque al pueblo a la calle y huya al día siguiente de declarar la independencia».

Diplomacia y cinismo

En el conflicto irrumpió Trump desde que pisó la Casa Blanca. La llamada de felicitación por su victoria electoral que atendió de Tsai fue un gesto explosivo porque ningún líder estadounidense había hablado directamente con su par isleño desde 1979. Trump subrayó el cinismo: Estados Unidos vende millones de dólares en armas a Taiwán y se compromete a su defensa militar frente a China pero no puede recibir una llamada de cortesía. Ocurre que el equilibrio ha descansado durante décadas en ese cinismo. También en la estratégica ambigüedad del Acta de Relaciones con Taiwán de 1979 por el que Washington se compromete a proteger militarmente a un país con el que mantiene relaciones no oficiales de la agresión de otro con el que las mantiene oficiales. Es un edificio demasiado frágil para diplomacia asilvestrada de Trump.

China entiende la unidad de su territorio como incondicional e innegociable, no solo desde la perspectiva política sino desde la emocional. Está ligada a ese doloroso siglo de colonialismo en el que su debilidad permitió que la rapiña occidental cuarteara su territorio. Para Pekín fue un 'casus belli' que Trump rebajara el principio de una sola China a objeto de cambalache en las negociaciones comerciales y, aunque Washington ha rebajado después el desafío, Taiwán reaparece cuando las tiranteces económicas emergen. El discurso del pasado año del vicepresidente, Mike Pence, anunció una política más decidida con Taipei y en la Casa Blanca han ganado peso los halcones que piden más brío contra Pekín. 

Volatilidad de Trump

Para la democracia isleña fue frustrante que el tan ansiado acercamiento estadounidense no llegase por los elevados ideales compartidos sino por una fenicia lógica negociadora. «No queremos ser un peón de Estados Unidos ni de China en sus conflictos ni que nos señalen como un ejemplo de la guerra fría en Asia, sabemos que podemos ser utilizados pero nos resistiremos a ello», juzga el viceministro Chen Ming-chi. Ligar el destino de Taiwán a un líder tal levantisco como Trump sería un suicidio, admiten otras fuentes desde el anonimato.

"No queremos ser un peón de EEUU ni de China en sus conflictos", asegura el viceministro Chen Ming-chi

«La volatilidad de Trump es un riesgo para todos, pero la retórica estadounidense se ha visto respaldada con acciones concretas como el intercambio de visitas y ventas de armas. Son medidas que interesan a Taipei. Pero los taiwaneses saben que Trump tiene un precio, y si China lo paga, les dirá adiós», opina Xulio Ríos, sinólogo del Observatorio de Política China.

La reunificación china es tan ineludible como lo fue Alemania y lo será Corea. Se trata de saber cuándo y cómo. A China le sobra músculo económico para arrebatarle con una lluvia de yuanes a sus 17 aliados pero ha optado hasta ahora por la seducción y ni siquiera en los tiempos más ásperos ha traspasado las líneas rojas que dispararían la hostilidad taiwanesa y arruinarían el regreso amistoso.

El reto del encaje

El desenlace ideal es la reunificación con una China democrática pero el Partido Comunista goza de una vitalidad excelente a pesar del colapso inminente que se ha anunciando durante décadas desde Occidente. El encaje de los taiwaneses en una dictadura es un reto mayúsculo para Pekín cuando la degradación democrática en Hong Kong ha quemado aquella brillante fórmula de «un país, dos sistemas» con la que Deng Xiaoping aceitó el regreso de la de la excolonia británica. Ni siquiera el KMT confía en ella.

Solo el 3% de los taiwaneses se reconocen como chinos, pero nadie desea mantener malas relaciones con el país vecino

La espera se le hace larga a Pekín y su presidente, Xi Jinping, ha aclarado que la cuestión taiwanesa no puede alargarse durante generaciones. El asunto debería estar resuelto en las próximas décadas y nunca más allá de 2049, el centenario de la llegada a la isla de los perdedores de la guerra civil. «Los chinos son ingeniosos y darán con alguna fórmula que funcione. Quizá una confederación o ‘un país, dos constituciones’. China nunca renunciará a Taiwán. Da igual que alcance el liderazgo económico mundial, su proceso de modernización no terminará hasta la reunificación con Taiwán», juzga Ríos.

A la espera de que Pekín y Taipei alineen sus destinos, los funcionarios taiwaneses seguirán preguntando a los periodistas extranjeros cómo es Xiamen, esa ciudad parsimoniosa y dulce al otro lado del estrecho de Formosa.