El cerebro de la huerta africana

Una investigadora ugandesa ha secuenciado el genoma de una berenjena etíope para distribuir las mejores semillas

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Michele Catanzaro y Marco Boscolo

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Hay un tesoro escondido en los huertos africanos. Tubérculos gustosos para asar o freír. Hojas carnosas para hervir o desecar. Plantas ricas en vitaminas, minerales y micronutrientes. Son vegetales autóctonos llamados berenjena etíope, mostaza abisinia, repollo africano, amaranto, hibisco, etcétera. Estas plantas son un maná en el continente más castigado por la malnutrición. Al ser indígenas, están perfectamente adaptadas a los climas africanos.

Todas ellas están infrautilizadas. De algunas no se encuentran semillas en el mercado: hay que acudir al huerto de la abuela. Cuando las siembras, no sabes si saldrá una planta buena o una inútil. Científicos y empresas centran sus esfuerzos en los cultivos básicos: maíz, arroz, patatas, plátanos, etcétera.

La berenjena etíope

Sin embargo, la agrónoma ugandesa Elizabeth Kizito apuesta por ellas. En especial por una de las más prometedoras: el Solanum Aethiopicum, una planta a mitad de camino entre la berenjena y el tomate. Kizito viajó a Barcelona en el 2017 para secuenciar el ADN de esta planta, también conocida como berenjena etíope o falso tomate. Su objetivo: identificar las variantes más productivas y difundirlas entre los agricultores de su país.

De vuelta a Uganda, Kizito pretende certificar unas semillas: estas variantes fueron seleccionadas en los campos experimentales de la Uganda Christian University (UCU) en Mukono, donde Kizito es profesora de agronomía. Cuando el Ministerio de Agricultura ugandés las apruebe, las semillas se podrán entregar a una cincuentena de comunidades agrícolas, con la esperanza que se difundan por todo el país.

"Crecí comiendo esos vegetales. Salían sin que los sembráramos en nuestro campo de plátanos", recuerda Kizito, que nació hace 44 años en Iganga, una pequeña ciudad al este del país. "Mi hija tuvo una alergia a los 2 años y durante una semana solo aceptaba comer verduras. Quise plantar algunos vegetales en mi huerto y vi lo difícil que era conseguir las semillas", prosigue Kizito. Esta experiencia le hizo cambiar su objetivo científico.

Durante su doctorado en la Universidad de Upsala (Suecia), Kizito se había centrado en la yuca, un cultivo básico. "Pensé en esas mujeres rurales que no tienen los vegetales que necesitan. Más del 30% de los niños sufren malnutrición grave en Uganda", explica la investigadora a 'Más Periódico', que la entrevistó en el marco de  entrevistó a Kizito en el marco de un proyecto periodístico apoyado por los Journalism Grants del European Journalism Center.

En el mercado

En el mercado cubierto de Jinja, en el corazón de Uganda, los mangos y las piñas se amontonan en las puestos. Cuando Kizito pregunta por el falso tomate, lo vendedores dudan un rato y le indican un vendedor. Kizito se abre paso entre el bullicio de mujeres, muchas con bebés al canto. "Tienen buena salud hasta que los destetan –indica la investigadora–. Luego empeoran, es un problema de dieta".

En el puesto, Kizito señala unos manojos de hojas anchas. "Este tipo de falso tomate se llama sham o nakati. La parte comestible son las hojas; puedes hervirlas o mezclarlas con salsa de cacahuete. A la gente le gusta su punto amargo –explica–. En ciertas zonas de Uganda las hojas forman parte de la cesta de regalos que el novio lleva a la novia antes de la boda".

En otro puesto hay hojas de la misma planta, pero de color y talla distintos. "El nakati es la planta que estudié en Barcelona", añade Kizito. La agrónoma hunde la mano en una montaña de tubérculos blancos. "Este tipo de falso tomate se llama gilo o ntula, del que se come el fruto. Se fríe en aceite de girasol o de palma, o se seca y se convierte en un polvo", explica. En un tercer puesto hay frutos de la misma planta de color verde.

"El Solanum Aethiopicum está entre los vegetales tradicionales africanos más prometedores", afirma Maarten Van Zonneveld, biólogo del World Vegetable Center, un centro de investigación internacional con sede central en Taiwán, no relacionado con el trabajo de Kizito.

Van Zonneveld está redactando una revisión sobre 186 vegetales tradicionales africanos. "Muchos de ellos tiene altos niveles de nutrientes y, además, están adaptados al ambiente local –explica–. Podrían proporcionar ingresos superiores comparados con los que dan el maíz y otros cereales". A lo que Kizito añade: "Sin embargo, si hoy compraras semillas [de Solanum], conseguirías como mucho cinco gramos. Y serían una mezcla: algunas germinarían, otras no; algunas plantas saldrían rojas, otras verdes, otras con espinas…", lamenta la investigadora.

No obstante Van Zonneveld cree que el Solanum está cerca de la producción comercial. Por ejemplo, en Tanzania hay variantes registradas por la empresa Rijk Zwaan. En la capital de Uganda, Kampala, se venden ocho toneladas al día y en Kenya se encuentra en supermercados, según Kizito.

Pere Puigdomènech, investigador del Centre de Recerca en Agrigenòmica (CRAG) de Barcelona, llama a la cautela. "Hay quienes piensan que hay especies que vale la pena explorar y quienes piensan que haría falta demasiado trabajo para sacar algo útil", observa.

Huerto experimental

Kizito milita entre los primeros. Así lo atestigua su recinto experimental en la UCU, donde hay decenas de plantas dispuestas en hilera, cada una envuelta en una mosquitera blanca. Como alienígenas de rincones remotos del universo, las plantas tienen formas distintas. Pero son todas variantes del Solanum, y las mosquiteras evitan que se crucen entre ellas. "Empecé a trabajar con este vegetal en el 2011, intentando entender cuántos tipos existen", dice Kizito. "Sin modificación genética, tan solo cambiando las condiciones ambientales, he conseguido plantas más altas que yo: hay mucho potencial", observa la investigadora.

Sus otros 'laboratorios' son pueblos remotos de Uganda, como Butiki-Kyekidde, cerca de Jinja. Cuando la investigadora llega a este puñado de casas, dos campesinas corren a abrazarla e improvisan una canción de bienvenida.

Kizito colabora con Chain Uganda, una organización que impulsa buenas prácticas agrícolas en una cincuentena de comunidades. Fruto de esta colaboración es un cubículo plantado en medio del poblado. Las dos mujeres abren su puerta y en el interior se ven manojos de Solanum cubiertos de gotas de agua. Se trata de un enfriador sin electricidad, diseñado por la UCU. El invento intenta atajar uno de los problemas principales de los vegetales autóctonos: estropearse rápidamente por el calor africano.

"A cambio de nuestra ayuda, les pedimos a los agricultores que participen en la selección de las plantas, explicando sus preferencias –cuenta Kizito–. Por ejemplo, no quieren variantes altas porque dificultan el transporte. Tampoco quieren que el sabor se pase de amargo". La investigadora organiza incluso días de degustación con los campesinos.

De paso, hace educación alimentaria. "La gente come 10 gramos de vegetales por plato, cuando debería ser medio plato", lamenta la científica. El ugandés medio consume menos de la mitad de la cantidad recomendada, según un estudio del 2015. "Ahora sabemos que tenemos que comer verduras cada día", afirma una de las mujeres, Teopista Bagume, de 45 años.

En Barcelona

"Lo que me llevó a Barcelona fue encontrar nuevas vías para mejorar estos vegetales", explica Kizito. La investigadora obtuvo una ayuda de Mujeres por África, una fundación creada en el 2012 por María Teresa Fernández de la Vega, exvicepresidenta del Gobierno de España. La organización financia estancias de científicas africanas en centros de investigación españoles. Kizito estuvo en el Centre de Regulació Genòmica (CRG) de Barcelona durante seis meses en el 2017.

Seleccionar las plantas solo en la base de las diferencias observables ocupa mucho tiempo. Por ejemplo, para comprobar si un cruce resiste a la sequía, hay que esperar los dos meses de maduración. Si se conocen los marcadores moleculares de estos rasgos –es decir, las partes de ADN que los codifican–, el proceso se hace mucho más rápido, porque estos se pueden identificar directamente en las semillas.

"Extraemos el ADN de las 16 plantas más interesantes de nuestra colección y lo enviamos a Barcelona para secuenciarlo y analizarlo, con herramientas que aquí no disponemos", explica KizitoMichela Bertero, responsable de asuntos científicos internacionales del CRG, señala el interés en "transferir conocimiento a investigadores de las economías emergentes", pero también en los proyectos y las muestras que ellos traen. "Y además ganamos en diversidad cultural en nuestros laboratorios", añade.

Debido a los tiempos de laboratorio, las secuencias de ADN llegaron al final de la estancia en Barcelona y aún están pendientes de analizarse, empleando remotamente los ordenadores del CRG. A la espera de los resultados, Kizito ha seleccionado con métodos tradicionales unas semillas de nakati (el Solanum del cual se comen las hojas) especialmente productivas. "Tenemos que presentarlas delante de un panel del Ministerio de Agricultura", explica. Una vez certificadas, pretende entregarlas gratuitamente a los agricultores de Chain Uganda. Su registro debería garantizar que ninguna empresa privada pudiera hacerse con la propiedad intelectual de la semilla.

Los agricultores de Butiki-Kye-kidde quedan a la espera de las nuevas semillas. Los campos alrededor del poblado son parcelas de subsistencia, algunas sembradas al azar, sin hileras. Sin embargo, la transferencia de conocimientos empieza a dar frutos. "Tenemos excedente para vender en el mercado, incluso vendemos semillas", afirma la campesina Teopista Bagume.

Luego descuelga de un árbol una nanjea, un fruto más grande que una pelota de baloncesto y de piel dura y verde. Lo corta en trozos sobre una hoja de plátano extendida en el suelo y ofrece su dulce pulpa a los visitantes. "De momento, estamos mejorando la nutrición: el resto llegará poco a poco", concluye Kizito.