Robbie Williams: el noble bruto

Al cantante le ha dado por el 'mobbing' inmobiliario. Ha decidido ahuyentar a su vecino Jimmy Page, fundador de Led Zeppelin, poniendo a todo volumen discos de Black Sabbath y Deep Purple para fastidiarlo

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Ramón de España

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Lo de que hay que respetar a nuestros mayores es un concepto que no rige para Robbie Williams, que lleva un tiempo haciéndole la vida imposible a su ilustre vecino del elegante barrio londinense de Holland Park, Jimmy Page, leyenda viva de la guitarra rock y miembro fundador (y fundamental) de los legendarios Led Zeppelin. ¿Motivos? Pues una piscina subterránea que Williams quería instalar en su mansión y que Page temía que pudiese afectar a los cimientos de la suya. 

Tras hacerse la puñeta mutuamente durante cierto tiempo, Williams y Page acabaron en los tribunales, que le dieron la razón al primero. Cualquier otro hubiese dado por cerrada la polémica, pero hay que tener presente que el señor Robert Peter Williams (Stoke on Trent, 1974) es un chicarrón del norte, de la zona de Newcastle, célebre en toda Gran Bretaña por su elevada proporción de animales de bellota por metro cuadrado (esto lo explica muy bien el novelista David Peace en su estupenda tetralogía policial 'The red riding quartet', donde un poli, bruto a más no poder, arroja desde una furgoneta a un detenido mientras le grita: «¡Esto es el norte y hacemos lo que nos da la gana!». Por eso se ha dedicado a torturar a su sufrido vecino poniendo a todo trapo discos de Black Sabbath y Deep Purple y haciéndose fotos disfrazado del cantante de Led Zeppelin, Robert Plant, con una peluca y un almohadón bajo el jersey para mofarse de su tripa cervecera.

Simpático e imprevisible

Robbie Williams siempre ha sido un bruto y un gañán. Simpático, todo hay que decirlo, pero imprevisible. Aunque empezó su carrera en 1990 con el grupo Take That, una de esas inaguantables 'boy bands' que tan de moda estuvieron –junto a sus equivalentes femeninos, como las Spice Girls, en los años de Tony Blair y su ridículo 'remake' del 'Swinging London' de los años 60–, lo cierto es que ahí ya destacó por no ser el típico guaperas, pelín afeminado, que solía integrarse en ese tipo de asociaciones seudomusicales.

Vamos, que se hizo notar desde el principio por su tendencia a la juerga, la bronca, el intercambio de sopapos en los pubs y el consumo excesivo de alcohol y drogas recreativas. Eso sí, como tenía una buena voz y era el único dotado de cierto carisma, consiguió que el público y la industria se lo tomaran en serio cuando inició su carrera en solitario (que en el mundo de las 'boy bands' suele ser tan desastrosa como en el de las 'girl bands', a no ser que pilles a un futbolista podrido de dinero, como hizo Victoria, la 'spice' pija).

Se hizo notar 
desde el inicio
por su tendencia
a la juerga, la
bronca en los
pubs y el 
consumo de 
alcohol y drogas

Aunque su repertorio no es exactamente memorable, el bueno de Robbie ha tenido sus grandes momentos, ayudado por los excelentes videoclips que jalonan toda su carrera en solitario: recordemos el de 'Rock DJ', en el que, gracias a los efectos especiales, lo veíamos despellejándose a sí mismo tras desnudarse en presencia de unas señoritas de muy buen ver en una especie de discoteca infernal; o el de 'Feel', una preciosa y sensible balada con la que lo petó en el 2002, en el que compartía cartel con la actriz Daryl Hannah

Vida entretenida

Reconozco que solo tengo un par de discos de Williams –aunque sigo su vida social porque es muy entretenida y abunda en sainetes como el que ahora protagoniza con el pobre Jimmy Page–, y son los dedicados a clásicos de la era de Frank Sinatra, 'Sing when you’re winning' (2001), que incluía un dueto con Nicole Kidman para interpretar el éxito de Frank y su hija Nancy 'Something stupid', y 'Swings both ways' (2013), mezcla de estándares y canciones propias, como la estupenda 'Go gentle', en cuyo videoclip atravesaba Robbie una ciudad norteamericana –yo diría que Los Ángeles– en un enorme barco con ruedas y vestido como de almirante pop, si tal cosa es posible. Como diría Ringo Starr, con una ayudita de los amigos –Rufus Wainwright, Michael Bublé o Lily Allen–, el hombre se marcó un álbum muy decente en el que, como de costumbre, destaca su magnífica voz y ese tono levemente gamberro con el que aborda sus temas, tanto los propios como las versiones.

Cuando abandonó Take That, nadie daba un duro por Robbie Williams y se le auguraba el futuro habitual: un primer disco que no compra nadie y adiós muy buenas, a esperar la ola de nostalgia necesaria para remontar su grupo original. Pero Robbie se lo ha montado muy bien, sobre todo si tenemos en cuenta que su principal enemigo era él mismo: superadas las adicciones a la priva y a las drogas, casado y padre de familia, el gañán de la zona de Newcastle es ahora una estrella del pop y una persona casi respetable: solo le falta dejar de incordiar al pobre Jimmy Page, que ya tiene una edad.

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