Navidades de resurrección en Sant Llorenç de Cardassar

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Emilio Pérez de Rozas

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Jaume Soler, Pere Santandreu Martí Pascual han decidido que para que entienda mejor lo que ocurrió el pasado 9 de octubre, para que tenga idea de la dimensión –sino de la tragedia–, de lo absurdo que fue todo, hemos de coger la bicicleta y hacer lo que hacían ellos cuando eran niños.

Soler es biólogo y, desde hace nada, semanas, es presidente del <strong>C.D. Cardassar</strong>. Santandreu es enfermero. Y Pascual, bueno, Pascual es el alma de lo que aquí llaman 'tardeo', es decir, empezar la fiesta a las siete de la tarde y no saber cuándo se acaba. Tiene alma de 'follonero', aunque él mismo se llama "emprendedor" y tiene una agencia de 'growth marketing' llamada 3idees. Esto de ir en bici ha debido de ser cosa suya.

Sant Llorenç no cesa de agradecer la ayuda recibida, aunque no olvida a sus 13 muertos

La excursión es hacia el 'gorg', allá arriba, entre las montañas de Calicant y Tresor. Cuando llegamos, en medio de un mundo que parece diseñado para el agroturismo (acabo de ver una casa rural que se llama Penita, vaya), nos detenemos ante un riachuelo. Ni eso, cinco charcos. Apenas corre el agua. "Pues aquí empezó todo. Todo. Este torrentito, que la vez que más agua lleva, son dos dedos, se convirtió en un mar, adquirió el caudal del Ebre y, desde aquí hasta el pueblo, fue arrasando con todo –cuenta Jaume Soler–. Cuando llegó al pueblo, su cresta, que llevaba arrastrando todo tipo de enseres, desde árboles a coches, muebles y animales, provocó enormes desgracias".

El departamento de Geografía y el Grupo de Clima y Riesgos Naturales de la Universitat de les Illes Balears afirma que el torrente alcanzó, entre las siete y las nueve de la noche, un caudal de 600 metros cúbicos por segundo, casi el triple que la riada de 1989.

Más que un pueblo, una familia

Dos meses y medio después de la catástrofe, Sant Llorenç des Cardassar –sus vecinos repiten el dicho "no som un poble, som una família"–, ha salido a flote. Los comercios son nuevos, las viviendas se están reconstruyendo, sus habitantes –inmensamente doloridos por la pérdida de 13 personas, seis de ellas extranjeras, por la muerte de muchos, muchos, animales y mascotas, y la destrucción de sus casas– han visto cómo la solidaridad de toda Mallorca y, sobre todo, de las instituciones, les ha permitido afrontar estas Navidades con la sensación de que lo peor ya ha pasado.

Jesús Calleja y Lara Álvarez darán las campanadas desde la plaza de l’Església y Loterías y Apuestas del Estado instaló hace días uno de los árboles de Navidad de la suerte que cada año lleva buenos augurios a distintos pueblos de España. Es más, Joana y Lourdes Caldentey, las loteras del pueblo, que el año pasado dieron un pellizco del segundo premio –el número 51244–, afirman: "Este año vamos a dar el Gordo, porque nos lo merecemos".

Borrar el rastro

El pueblo entero se merece el reconocimiento de todo el mundo pues, aunque es cierto que la respuesta oficial, pública, privada y colectiva ha sido brutal, no es menos cierto que cuando visitas Sant Llorenç te das cuenta de que sus habitantes no solo han levantado nuevos comercios y están reconstruyendo sus casas, sino que han rascado, con desesperación y ganas, las fachadas para olvidar cuanto antes hasta dónde llegó el agua.

"Fue como un tsunami pero al revés", explica Pere Santandreu mientras descendemos en las bicis hasta la plaza de la Esglesia. "No fue del mar hacia tierra, fue de dentro hacia el mar. Y, puede, sí, que muchas de nuestras cosas, de nuestras pertenencias, estén en el mar". No hay forma de echarle la culpa a nadie. "Con un torrente cinco veces mayor, hubiera ocurrido lo mismo", señala Pascual. "Olvídate, nadie le ha encontrado explicación. No hay nada ni nadie que esté preparado para soportar algo así", insiste Jaume, que nada más estrenar la presidencia del C.D. Cardassar vio cómo desaparecía el campo de fútbol.

Aunque en verano, como toda Mallorca, el pueblo crece, Sant Llorenç des Cardassar está formado por un puñado de familias. Se conocen todos. O casi. El ayuntamiento lleva 23 años en manos del que todos califican como el "incombustible" Mateu Puigròs, del GISCa (Grup Independent de Son Carrió), que convive con otros dos partidos progresistas, Més y PSIB-PSOE. "Policía, Guardia Civil, Ejército, particulares, jóvenes, viejos, vecinos, gentes de todos los rincones de Mallorca, esto fue una locura, nos sobraba ayuda, manos, coraje, voluntad… Y lo mejor es que enseguida supimos ponerle cabeza y solidaridad", explica Puigròs.

"Esto fue una locura, nos sobraba ayuda, manos, coraje, voluntad", asegura el alcalde, Mateu Puigròs

Ya hay designados 12 millones de euros para reparar infraestructuras públicas (50% lo paga el Estado, 25%, la Comunidad Autónoma, y otro 25%, el Consell Insular), cinco millones más irán a parar a obras hidráulicas. Todo el mundo está recibiendo 6.000 euros del Govern para poder comprar otro coche y se ha empezado a adelantar algo de dinero para reparar las casas, aunque el montante de esa operación está pendiente, cómo no, del análisis de todas las inspecciones y expedientes abiertos para saber qué necesita cada cual.

"Estamos hablando de dinero público y, aunque la Conselleria de Serveis Socials i Cooperació ha adelantado 5.500 euros a cada familia para primeras necesidades y el IMAS (Institut Mallorquí d’Afers Socials) ha dado 2.000 más, las ayudas grandes llegarán una vez definidas las auténticas necesidades de cada hogar, pues contamos con más de mil expedientes y peticiones".

Documentar la catástrofe

No lo quieren decir, y menos desde el ayuntamiento, pero confían ciegamente en el Govern balear, que está cumpliendo a rajatabla, aunque no saben si Madrid se portará igual, pese a que, de momento, no tienen queja alguna. "Madrid debería ponerse las pilas porque hay temas que deben resolverse cuanto antes. Por ejemplo, si las ayudas que se reciben tendrán que ser o no declaradas", cuenta el escritor Josep Cortès –'Pep Mosca'–, que, junto a otros profesionales, está preparando un libro sobre el fatídico 9 de octubre. "Algo así debe quedar documentado, con fotos, vídeos, estudios , recuerdos de los 13 casos similares vividos desde 1903, además de sacar las enseñanzas de una desgracia así para explicar cómo nos organizamos y salimos adelante", añade.

Pese a que todo parece funcionar de maravilla, Cortès lanza una idea que no se debería descartar: "Durante la retransmisión de las campanadas, que Tele 5 hará para aumentar su audiencia más que por solidaridad, podría colocar en un rinconcito de la imagen el número de cuenta donde enviar donativos para la recuperación de Sant Llorenç".

El dinero no lo cura todo, pues hay cosas, demasiadas, que han dejado huella. La pérdida de un ser querido, por ejemplo. Bernat Estelrich, aquel anciano de 83 años, que murió solo en casa. Rafael Gili, el querido exalcalde de Artà, de 71 años, a quien se le cayó la pared de su garaje encima. Joana Ballester, la abuelita de 89 años, que murió en la cama nadie sabe cómo. Biel Mesquida, de 56 años, que falleció en su furgoneta, volteada por el agua. Juan Grande, 'Moncho' para los amigos, el experto taxista que se las sabía todas, y trató de cruzar un puente con Anthony y Delia Green, dos turistas escoceses, y acabaron arrollados por la lengua del torrente. Lo mismo que les ocurrió a los alemanes Mike (61 años) y Petra Kircher (63) y Andreas Körlin (57), como la holandesa Tine Noig, de 80.

Es verdad que Sant Llorenç vivirá una Navidad de resurrección, que está saliendo a flote, pero nadie en este coqueto pueblo, nadie, olvida la manera en que Joana Lliteras, la farmacéutica de Manacor, la madre coraje, perdió la vida en su coche, en compañía de Arthur, su hijo de 6 años, después de sacar a su hija Úrsula, de 5, del Hyundai negro que el oleaje del torrente, de ese río maldito, voraz, salvaje, convirtió en una rama más, zarandeándolo de un lado a otro. Cuentan que Joana pudo salvar a Úrsula y, cuando lo intentó con el pequeño Arthur, los dos fallecieron en el intento. "A Joana la encontramos enseguida. Al pequeño Arthur tardamos casi una semana y aún se nos parte el corazón al recordarlo", cuenta el alcalde Puigròs.

Recuerdos perdidos

Javier Torres y Antonia Ramis son dos seres maravillosos, créanme. Los dos son psicólogos e intervinieron en Sant Llorenç desde el primer día. Y ahí siguen, atendiendo aún a 400 personas. Torres es, además, decano del Col·legi Oficial de Psicologia de les Illes Balears. "Todo el mundo intuye qué es el pánico pero, amigo, hasta que no lo experimentas no sabes en realidad qué es", cuenta Ramis. "Toda esa gente no solo experimentó el pánico, sino que sufrió algo peor: la pérdida de seguridad. Hasta ese momento todos creían tener controlada su vida y, de pronto, se convierten en vulnerables, tal vez para siempre –prosigue Ramis–. Alguien del pueblo me dijo el otro día: ‘Ahora oigo escupir a una rana y creo que viene otra ola’. Eso es tremendo".

"Perder los objetos más queridos destroza el alma", explica el psicólogo Javier Torres

Torres, por su parte, añade: "Es evidente que, habiendo habido 13 muertos, lo que diré puede sonar frívolo –cosa que no pretendo en absoluto–, pero no puede imaginar lo que ha supuesto para toda esta gente la pérdida de sus cosas más queridas, de sus recuerdos, de sus fotos, del traje de la primera comunión, del anillo de la abuela que le dio su madre porque se lo herredó de su tatarabuela… o de sus mascotas". El decano de los psicólogos señala lo doloroso que resultó para muchos padres decir a sus hijos pequeños que su perrito ya no estaba más en casa.

"Parecen tonterías, bobadas, en el inmenso mar de esta tragedia, pero debemos ser muy, pero que muy respetuosos con el vínculo que la gente tiene, tenemos, con nuestras cosas, con los recuerdos, con esas pertenencias que conservamos y forman parte de nuestras vidas", sentencia Ramis.

Sant Llorenç des Cardassar sale a flote, sí, pero cientos de esos recuerdos han ido a parar al mar.