LA ENTREVISTA

Khadija Ahmadi: "No me ven como alcaldesa, sino como mujer"

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Núria Marrón

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Con solo 31 años, Khadija Ahmadi ya ha vivido varias vidas en una y en todas ellas ha puesto el mismo empeño en triturar obstáculos y clichés. La segunda alcaldesa en la historia de Afganistán creció en Irán como refugiada. Estando en la universidad, fundó una escuela para niños desplazados que no podían ir al colegio porque no tenían documentación. Y, hace 10 años, se las ingenió para regresar a su país ante la oposición de su familia.

Y a pesar de todo, volvió. 

Sí, fue una decisión personal. Sobre todo mi padre creía que no era prudente dejar que una mujer viajara a Afganistán. Pero me las ingenié para encontrar la manera y regresé sola. Sentía que podía tener un papel importante en la sociedad de mi país.

Uno de los más peligrosos del mundo.

¿Y qué podemos hacer? ¿Quedarnos de brazos cruzados? A mi padre, por ejemplo, le preocupa mucho mi seguridad, mi futuro y mi vida en general. Él perdió a familiares en la guerra ruso-afgana y no concibe que algo así pueda volver a suceder. Pero yo creo que urge mejorar la vida de la gente y construir una nueva realidad. ¿Quién quiere continuar como siempre? ¿Por qué seguir anclados en el pasado? Para mí es un reto importante, y también para mi generación.

"Volver a Afganistán fue una decisión personal, y lo hice con la oposición de mi familia"

¿Y cómo llegó a convertirse en la segunda alcaldesa de la historia afgana?

Antes habría sido imposible, porque mi familia ni tiene influencias ni nada que ver con la política, más bien la odian. Pero el presidente Ashraf Ghani, impulsor de la visibilidad y la presencia de las mujeres en puestos de responsabilidad, introdujo reformas en el sistema de elección de alcaldes [antes se designaban directamente]. Me presenté para Nili, una ciudad pobre y pequeña de la meseta central en la que ya había vivido y que es cuna de los hazara, la minoría étnica a la que pertenezco. Y fui elegida tras un largo proceso de selección de entre un grupo de siete candidatos. Todos hombres. No fue nada fácil.

¿Y cómo ha sido recibida?

Bueno, hay compañeros en el Gobierno que están convencidos de que nos eligen solo por ser mujeres. ¡Menuda sandez! Además de mujer, soy planificadora e ingeniera urbanística. Sin embargo, es cierto que una sociedad dominada por hombres como la de Nili no está dispuesta a aceptarme, existe la creencia de que una mujer no está preparada para ser una buena líder para todos. Mi primer objetivo fue convencerles: «Hey, chicos, ¡que vengo en calidad de alcaldesa, no de mujer!».

"Los líderes religiosos, por ejemplo, no me aceptan, soy yo la que tengo que ir a su encuentro a las mezquitas"

¿Ha topado con muchas resistencias?

Los líderes religiosos, por ejemplo, no me aceptan. Soy yo la que tengo que ir a su encuentro, a las mezquitas o las oficinas, y explicarles que respeto su ideología y creencias, pero que ellos también deben apoyar, por ejemplo, la igualdad, porque nos pertenece a todos. Al final es cuestión de diálogo, pero a veces es desalentador. «¿Qué haces aquí, para qué has venido?», me dicen. No me ven como alcaldesa, sino como mujer. En mi primer día de mandato, un alto cargo dijo a otros compañeros: «Ese presidente Ghani... ¿por qué ha tenido que mandarnos a una mujer?». Así, tal cual.

¿Y qué hace?

Persisto. Los hombres en Afganistán controlan todas las esferas de poder, de la familia al Gobierno, y no es fácil que nos escuchen ni que reconozcan nuestros derechos. ¿Cómo convencerlos? Dejando claro que queremos construir una sociedad mejor para todos. Es complicado. Créame: sé de lo que hablo. Cada semana me veo con 32 hombres en la reunión del Gobierno, y a la que abro la boca me vienen con frases tipo "lo siento, alcaldesa, eso que dice no es viable". Alguna vez incluso alguien ha propuesto, con todo descaro, el mismo plan que yo había presentado en la reunión anterior.  

«Nadie puede entender la lucha diaria de Khadija», asegura uno de sus antiguos colegas en Naciones Unidas.

Es duro, pero algunas noches, al llegar a casa, me digo: «No te preocupes, es un reto, pero podrás con ello». Hay tanto por hacer. En 16 años, todavía no hemos sido capaces de traer el cambio a la sociedad afgana. 

"La seguridad pasa por educar en clave pacífica y con vocación comunitaria, solo así podremos crear un entorno sin violencia"

¿Y cómo lo está impulsando usted?

Lamentablemente, nuestra ciudad está amenazada por la violencia que existe en lugares muy cercanos. A solo dos horas hay una zona bajo control de los talibanes. Así que tenemos muchos desplazados que llegan en busca de refugio. La situación es delicada. Les ofrecemos protección y servicios para cubrir sus necesidades básicas. Pero esto no basta. Entiendo que yo soy algo más que una alcaldesa, también soy la responsable de traer la paz a todos los ciudadanos, hombres y mujeres. Y la seguridad pasa por educar las mentes de la población en clave pacífica y con vocación comunitaria. Solo así podremos crear un entorno libre de violencia.

¿Por dónde ha empezado?

Hemos impulsado, por ejemplo, escuelas para niñas. En Afganistán las mujeres llevan las riendas de la familia, son las 'alcaldesas' de sus casas, las que se encargan de solucionar los problemas domésticos, y el reto es involucrarlas más en la organización social y comunitaria. Creo que las mujeres tenemos un papel fundamental en la construcción de la paz, y lo estamos impulsando desde el colegio. 

¿De qué manera?

Pues cada escuela tiene su alcaldesa y su teniente de alcalde y cada semana me reúno con ellas para asesorarlas sobre cómo afrontar los problemas. Estoy convencida de que en el futuro podrán ser personas relevantes porque tendrán experiencia como gestoras. Otra prioridad es crear un comité de mujeres que se ocupen de temas para toda la ciudadanía y al que se puedan dirigir consultas de cualquier tipo, de la igualdad a la contaminación. Y, como le decía, que todos los actores –gobernador provincial, líderes religiosos, sociedad civil, empresarios, mujeres y niños– se impliquen en la construcción de la paz.

"En mi ciudad, hay quien me acusa de animar a las mujeres a desobedecer, pero hay que ser prudente e ir paso a paso"

De momento, Afganistán es uno de los países más peligrosos para las mujeres.   

Lamentablemente, la violencia forma parte de nuestra cultura y urge luchar contra ella. En Nili, hemos organizado un taller en el que las mujeres han compartido sus ideas para reducir la violencia y, con ellas, hemos diseñado un plan de acción para que la ciudad sea más segura. A la vez, también estamos impulsando espacios, como parques y bibliotecas, en los que se sientan protegidas. Y si construimos un entorno seguro, estoy convencida de que en un futuro llegaremos a tener más mujeres en lugares de liderazgo. 

El problema, me temo, también está dentro de casa.

Sí, desgraciadamente, en las familias hay mucha violencia, pero también mental: por ejemplo, cuando un padre o un hermano impiden que una niña vaya a la escuela o cuando un marido no permite que su esposa trabaje. Se ha de ser prudente e ir paso a paso: mi intención no es que las chicas lleguen a su casa y se enfrenten a padres y hermanos, hay que ser conscientes de cuál es la estructura familiar y social. Pero se tiene que encontrar una manera sutil de empezar a hacerlo. En mi ciudad, algunos me acusan de animar a las mujeres a desobedecer. Puede que tengan razón. Pero, por experiencia, creo que el cambio social debe empezar por la propia familia.

"Por supuesto que temo por mi vida, pero lo cierto es que todos los políticos, hombres y mujeres, somo objetivos de los talibanes"

Perdone, pero a cada palabra fulmina estereotipos y lugares comunes. 

Bueno, es que, como en todas partes, la vida diaria es distinta para cada mujer en Afganistán. Mi situación como líder en un mundo de hombres no tiene nada que ver con un ama de casa en una zona rural del sur del país, donde viven igual que con los talibanes. El régimen fue derrocado, pero la forma de pensar de los afganos no ha cambiado. No se equivoque.

Como mujer con responsabilidades públicas, entiendo que su seguridad es un asunto muy delicado.

No me gusta que el tema de la seguridad solo se relacione conmigo. Los dirigentes políticos somos el principal objetivo de los talibanes y debemos andarnos con cuidado, porque creen que les hemos usurpado el poder. Cualquier oficial, cualquier cargo público, sea hombre o mujer, está expuesto. En su vida pública y privada. Cada día. Cada minuto. Pero nada nos podrá parar.

¿Teme entonces por su vida?

Por supuesto.

¿Y cómo convive con ello?

Al principio tenía miedo, pero ya no. A Kabul, por ejemplo, en ocasiones voy en vuelo militar. Y a veces estoy en una reunión y de repente recibo un mensaje instándome a marchar por motivos de seguridad. Me ocurre a diario. Tengo escolta, pero es complicado. Hay riesgo en todo lo que ocurre a mi alrededor. Sé que no soy la única en esta situación y eso me da coraje. En Afganistán, si solo tienes en cuenta la seguridad, no podrías hacer nada. Yo ni me habría planteado ser alcaldesa. ¿Para qué? Mejor te quedas en casa e incluso dejas de trabajar. Soy consciente de que luchar por el cambio puede tener consecuencias.

"Sé que no soy la única que está en peligro y eso me da coraje. En Afganistán, si solo tienes en cuenta la seguridad, no saldrías ni de casa"

¿Qué espera de las elecciones presidenciales del 2019?

Todo el mundo está pendiente de lo que pase. ¿Cómo intentarán los talibanes, que directa o indirectamente controlan el 50% del territorio, boicotearlas? ¿Qué papel jugará la comunidad internacional? Quizá el próximo presidente no crea en la democracia, ni en los derechos de las mujeres y yo deba dejar mi trabajo. Cabe decir que Afganistán es un enorme juego de intereses en el que EEUU, Irán y Pakistán quieren ganar. ¿Y qué pasa con nosotros, los afganos? Siempre pido a la comunidad internacional que reflexione sobre esto seriamente.

Oiga, ¿no defallece nunca?

Tengo esperanza y espero que el sacrificio valga la pena. Los cuatro años de gobierno de Ghani han sido una oportunidad para la democracia, aunque al principio nunca es fácil implementar un nuevo modelo social. No querría volver a vivir como refugiada. Fue muy traumático. Me hizo fuerte, pero perdí mi infancia, no fui una niña feliz, y no querría que mis hijos pasaran por lo mismo.