CUATRO HISTORIAS DE SUPERVIVENCIA

"Cuando me subí al coche, un tsunami vino hacia mí"

Vecinos de Sant Llorenç des Cardassar rememoran la aciaga jornada del 8 de octubre, de la que aún se recuperan

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Emilio Pérez de Rozas

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Cuatro vecinos de Sant Llorenç des Cardassar, el municipio del levante de Mallorca que sufrió la devastadora riada el pasado 9 de octubre, explican cómo vivieron aquella jornada, como afrontaron el días después y sus anhelos de foturo.

IGNASI GARCÍA, fotógrafo y joyero

"Imposible olvidar lo que sufrí"


Es mejor que lo cuente Ignasi García, de lo contrario pensarían que novelo su relato. García tiene una tienda de fotografía, joyería y relojería. Tenía, la que tiene ahora es otra. "El hombre del tiempo hablaba de algunas precipitaciones. Pero, sobre las siete de la tarde, se fue la luz en la tienda, en la calle Major –explica–. La verdad, no había nadie en la calle ni, por descontado, clientes. Así que decidí cerrar".

Bajó la persiana y se fue a buscar su coche a la plaza del Ajuntament, justo detrás de su local. "Me subí en el coche y, cuando entré en la calle Major, vi una lengua de agua, impresionante, que abarcaba todo lo ancho de la calle y avanzaba con una altura de dos metros".

Un corcho tembloroso

Marcha atrás, regresó a la plaza del Ajuntament y trató de huir por la calle des Pous. "Justo cuando entré, me enfrenté a otra lengua de agua, casi un tsunami, de una inmensidad indescriptible, que ya en su cresta llevaba ramas, muebles, animales, coches… El mío, conmigo dentro, se convirtió en un corcho tembloroso, en un papel de fumar sobre un huracán. Puro terror".

Ignasi empezó a dar tumbos en el interior del vehículo sin posibilidad de abrir las puertas ni las ventanas, rogando que ese río improvisado le dejase en cualquier orilla. "Tuve que ponerme de rodillas sobre el asiento del conductor, porque el agua entraba a través de los pedales, filtrada por el motor. No era patrón de mi barco. Pensé que podía morir, sí".

El coche acabó estrellado en la avenida principal de Sant Llorenç, junto a otros. "Una vez detenidos, otro conductor y yo nos ayudamos mutuamente, subimos al capó del coche y, caminando sobre los techos de otros vehículos, acabamos en tierra firme". Al día siguiente, le cambió la vida. Necesitó un cerrajero para abrir la persiana del negocio y comprobó que el agua lo había destruido todo. Dos meses después, todo es nuevo. "Estoy bien y feliz, pero será imposible olvidar lo que sufrí".

MIQUEL SANCHO, frutero

"Los jóvenes nos desbordaron"


Miquel Sancho aún se acuerda de la torrentada de 1989. Aquello casi pareció un ensayo al lado de lo ocurrido el pasado 9 de octubre en Sant Llorenç. Miquel, sus cinco hermanos y su madre, se quedaron, de pronto, sin casa, sin tienda, sin almacén, sin nada.

"Lo ve todo arreglado y nuevo, porque lo primero que hay que hacer cuando ocurre una desgracia así –más que natural, sobrenatural– es ponerse a trabajar desde las 7 de la mañana del día siguiente, que es lo que hicimos todos, con la ayuda de miles de personas, créame", cuenta Miquel orgulloso de que su pueblo parezca otro dos meses y medio después de la inundación.

"Lo primero que piensas cuando ves, cuando vives, cuando padeces algo así, es que se acaba el mundo. Lo segundo, que cómo lo vas a superar. Lo tercero es ponerse manos a la obra, insisto, con la ayuda de muchísima gente y el respaldo del ayuntamiento, del Govern Balear, que se han portado como toca, de maravilla, y del Gobierno de Madrid, que esperemos cumpla todo lo que ha prometido", subraya el frutero.

"No cabía más gente"

Este hombre de manos campesinas, dedos gruesos, fuertes, está convencido de que el WhatsApp se alió con ellos, convirtiendo aquel siniestro, aquella zona catastrófica, en un lugar de encuentro. "Mire, yo sé que hay mucha gente que no cree en nuestra juventud; lo sé, lo sufro, lo oigo en muchas conversaciones –enuncia–. Pues que sepan que esos chavales, esos muchachos y muchachas de 15 a 25 años, empezaron a llamarse, a convocarse, a solidarizarse y no pararon de venir al pueblo. Tanto, tanto, que al tercer día tuvimos que salir a la carretera y decirles que se fueran, que gracias, pero que no cabía más gente. Ya ve, los del botellón, esos, fueron maravillosos y nos dieron todo un ejemplo. Nos desbordaron con su cariño y solidaridad".

Miquel Sancho todavía recuerda la primera llamada que hizo a uno de sus hermanos, a Esteve, a quien, con la voz entrecortada, solo le pudo decir: "S’ho ha endut tot, tot" ("se lo ha llevado todo, todo").

JAUME SOLER, biólogo y presidente del C.D. Cardassar

"¡Vamos a subir! ¡Vaya que sí!"


"Imagínese que, de pronto, le convencen para que sea el presidente del club de fútbol de su pueblo, el Cardassar. Y que usted acepta. Se lo toma con tanta ilusión que decide hacer un equipo para ascender, de Primera Regional a Preferente. Y que, tras el quinto partido, le desaparece el campo, todo. Plano", explica Jaume Soler, biólogo.

"No es que la torrentada arrasase con todo, es que el campo de fútbol se convirtió en la zona cero –prosigue–. No hemos encontrado ni la lavadora, ni la caldera, ni los uniformes ¡nada! No están ni en el mar. Y dos meses y medio después, ya ve, campo nuevo, repleto de publicidad. ¡Somos los únicos! y remontando el vuelo porque, oiga, ¡vamos a subir! ¡vaya que sí!".

Soler, el hombre que ahora se cuida de que los residuos de la torrentada se clasifiquen como es debido, cuenta que, tras la desgracia, no ganaban un partido. "El que no estaba enfermo, estaba lesionado y el que no, sufrió un accidente de tráfico… Al día siguiente de la inundación comenzaron las desgracias".

Lugar de encuentro

Ya tienen terreno de juego. El ayuntamiento se puso manos a la obra enseguida, porque el campo es un bien social, un lugar de encuentro, hay más de una docena de equipos de niños y jóvenes que atender. Era vital levantar el ánimo del pueblo desde las gradas, que se inaugurarán el 30 de diciembre con un Cardassar-Petra.

"De momento, el Consorcio de Turismo nos ha cedido el campo de Cala Millor, y el 2-0, frente al Santa Ponça, del domingo nos ha colocado ya cuartos y suben los tres primeros. ¡Venga, venga! –anima Soler–. La semana antes de la catástrofe ganamos, también 2-0, al Campanet, que es el líder, pero nuestras cabezas dejaron de pensar en el fútbol, que pasó a ser secundario. Ahora que ya vemos el final del túnel, empezamos a ser de nuevo un equipo de fútbol y nos ilusiona volver a Preferente".

Soler reconoce que, en cada partido que juegan en la isla, todo el mundo les anima a superar la situación "aunque, luego, sobre el césped no hay amigos, no", bromea. 


LALI CARDONA, estanquera

"Fue un segundo, visto y no visto"


Ella es catalana (y quiere que se sepa que es catalana). Es Eulàlia, bueno, Lali Cardona, sí, sí, como el pueblo, catalán. Y tiene un estanco nuevo. El otro, que era muy chulo, se lo llevó la torrentada, que le dejó sin nada, pero con el coraje de levantar el ánimo en poco más de dos meses. Lali cree que "el Govern balear se ha portado de cine y el de Madrid, bueno, respondió porque hubo 13 muertos y, claro, no tenían más remedio que declarar el pueblo zona catastrófica. ¿Los Reyes? Vinieron porque hubo muchos muertos; si hay dos o tres, no vienen".

Aunque no lo verbalice, Cardona es de las que piensa que pudo morir. "Todo esto fue entre las siete y las nueve. Yo regresaba de Manacor de hacerme una mamografía de control y, cuando llegué al estanco, mi marido me dijo que se había ido la luz, que no paraba de llover, que le entraba agua en la tienda, que estaba harto de fregar y que cerraba, como había hecho Ignasi [el de la tienda de fotografía] y Lourdes [la lotera]. Y cerramos".

Una intuición acertada

Cogieron el coche y, justo cuando encaraban la calle Major, su marido –"que de eso sabe"– intuyó que lo que aparecía por allí al fondo era un río, una lengua de agua increíble. "Metió la marcha atrás del coche y, a una velocidad de vértigo, conseguimos llegar a casa. Yo le gritaba a mi cuñada: ‘¡Marta, el coche, quita el coche!’. Y Marta, apoyada en la ventana, me decía: ‘Imposible, el agua ya está aquí’. Y, sí, ya estaba con casi dos metros de caudal, hasta el punto de que los automóviles que flotaban sobre su cresta golpearon la persiana y el cierre de seguridad del estanco y lo hicieron estallar todo, todo".

Lali sigue flipando por la cantidad de gente que apareció en el pueblo con el fin de ayudar. "Uno de los responsables de la UME (Unidad Militar de Emergencia) me dijo que ellos, que van a todas las desgracias, jamás habían visto tanta y tanta solidaridad en su vida". Lali tampoco lo olvidará. "Fue un segundo, dos, tres, un visto y no visto. Tremendo. Nos salvó la intuición de mi marido".