Guía para no caer en la trampa populista

La epidemia ultra está cambiando la forma de hacer política (y al electorado) en Europa

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Núria Navarro

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Es una epidemia, y ataca a la Europa que marcaba el canon de la democracia (o eso creía). La llegada de Trump a la Casa Blanca inauguró la nueva cepa, ha infectado a países de la UE –ricos–, acaba de llegar a España –con el impensable resultado de Vox en Andalucía– y no tiene pinta de detenerse. "Estamos observando una calma chicha que hace pensar que algo se está moviendo por debajo", se huele Àngels Pont, directora del gabinete de sondeos GESOP, que ya enfoca el radar demoscópico hacia las convocatorias electorales de mayo del 2019.

El historial clínico del 2018 ha sido raruno. ¿Quién habría apostado a que Bolsonaro, con sus vómitos homófobos y sus imprecaciones contra la izquierda, se pondría al frente de Brasil? ¿O que Salvini, el 'pequeño Mussolini' que llama "carne humana" a los migrantes que zozobran en el Mediterráneo, sería vicepresidente y ministro de Interior de Italia?

"Asistimos a un cambio en las formas de la política y en el patrón de conducta del electorado tal y como los conocíamos", sintetiza el historiador Xavier Casals, profesor de la Facultat de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna y autor de 'El pueblo contra el Parlamento. El nuevo populismo en España'.

El cambio viene formateado por el populismo, que, pese al empleo estridente que hace la ultraderecha, es un significante vacío que está impregnando a la mayoría de formaciones políticas. Según el país, modela el discurso. Según el historiador genovés Enzo Traverso, autor de 'Las nuevas caras de la derecha' (Siglo XXI), hasta Emmanuel Macron, que se las tiene con los chalecos amarillos, "encarna un nuevo populismo neoliberal, postideológico y liberal-libertario". Y en su estela, las franquicias que siguen su patrón –ni derechas ni izquierdas– en otros países.

"El populismo
no es una ideología, 
es una fórmula de movilización", explica el historiador Xavier Casals

De modo simple, Casals explica que el populismo denuncia la distancia entre gobernantes y gobernados y la existencia de unas élites que se han apoderado de la soberanía popular, y exhorta al pueblo sano a recuperar sus derechos. "No es una ideología, es una fórmula de movilización", enuncia. "Como no hay grandes ofertas ideológicas, los partidos intentan no ser partidos, sino fuerzas civiles que expresan la voluntad popular –continúa Casals–. Buscan la movilización permanente apelando a las emociones y la inmediatez".

Caldo tóxico

Para entender "la eclosión populista" –y crear defensas– toca analizar el caldo de cultivo (tóxico) en el que ha prosperado. A saber: 1/ el impacto de la globalización, 2/ la fuerza oscura de las redes sociales; 3/ la dejación de la socialdemocracia clásica, y 4/ la crisis del 2008, que ha tocado a la clase media y hundido a la trabajadora.

La globalización, con la deslocalización de empresas que ha trinchado el empleo en ciudades medianas y pequeñas, ha creado un mundo acéfalo. Como anticipó Ignacio Ramonet en 'Un mundo sin rumbo', los centros de poder han pasado a ser "visibles e invisibles a la vez". No sabemos dónde se toman las decisiones. El 'establishment', mientras iba dando una vuelta de tuerca a las condiciones materiales de vida –y las instituciones representativas pasaban silbando–, hizo entrar al terreno de juego el dorsal del neodarwinismo, metiendo goles del tipo "si eres pobre, es culpa tuya" o "reinvéntate" a los expulsados del sistema. Quedaron a la intemperie.

Como señala el exdiputado de la Cup David Fernàndez, recordando a Chesterton, "los monstruos siempre crecen en los vacíos y en la intemperie". Primero surgieron lo que el politólogo Fareed Zakaria llama regímenes 'iliberales' –en Rusia, Polonia, Hungría–, donde hay democracia formal pero no real. Y situados ya en la 'pantalla Trump' – con su "sí se puede" de derechas–, se está fortaleciendo lo que Traverso denomina 'posfascismo', que engloba a las derechas radicales europeas "con una matriz antifeminista, racista y homófoba", pero que, en paralelo, "incorporan elementos que no pertenecen al código genético del fascismo clásico".

La extrema derecha emplea la carta populista para la defensa de una identidad nacional que vende como amenazada, ya sea por los tratados contra el cambio climático o la pertenencia a organizaciones supranacionales como la UE. Y en el duelo de 'western' entre nosotros y los de fuera, clava la zarpa xenófoba en el multiculturalismo y en la inmigración (en particular la musulmana), origen de todos los males.

Rápido, rápido

El cañón de confeti propagandístico son las redes sociales, las mismas que activaron las primaveras árabes y el 15-M y que convirtieron al pueblo en sujeto político universal. Pero la plaza electrónica, espacio de debate horizontal donde todos participan de manera inmediata, tiene un problema. "Más que reflexiones, se mueven opiniones –observa Casals–. Se crean compartimentos estancos –las cibercomunidades refuerzan las convicciones propias y no el intercambio de puntos de vista– y el ciudadano acaba siendo un consumidor más que un actor".

Cuando la banalización alcanza la graduación adecuada, mensajes que la política tradicional jamás habría pronunciado, los cuelan los inescrupulosos. Y hay gente dispuesta a escucharlos. Incluso a repicarlos (si Fellini llevaba razón, el fascismo es el lado estúpido, patético y frustrado que hay en nosotros).

Así, la victoria de Trump no se explica sin la estrategia digital de Steve Bannon a base de balines como "abolir la esclavitud fue una mala idea" o "¿preferirías que tu hijo fuera afeminado o que tuviera cáncer?". Tampoco se entiende el triunfo de <strong>Salvini</strong> sin la propaganda en redes de Luca Morisi, un tipo esquivo que le dio el sobrenombre de 'Il Capitano' y que encharcó las redes con titulares que alteraron las agendas de los medios.

Toni Aira, director del máster en Comunicación Política e Institucional de la UPF, también atribuye al 2.0 la victoria del partido de Santiago Abascal. Aparte de los consejos del sociólogo Rafael Bardají –el puente transatlántico hacia la orbe neocon–, "quien ha bajado el relato de Vox a la calle es un 'millennial', Manuel Mariscal, ideólogo de los espots de 'Gladiator' y 'Curro Jiménez' y gestor de las redes". Su estrategia comunicativa, bromea Aira, "hará que ahora las del PP y Cs se parezcan al ‘y dos huevos duros’ de 'Una noche en la ópera' de los hermanos Marx".

Cumbre en Vermont

Mientras Bannon y compañía se afanan en asentar la internacional populista –"las élites que ven amenazados sus privilegios por el avance de la democracia desde frentes como el feminismo, el LGTB y el antirracismo, están aportando capital", apunta Ada Colau, alcaldesa de Barcelona–, la izquierda se está dando cuenta, ahora sí, de que no se trata de cuatro chaletas que han salido del armario, sino que "es gente disciplinada con dinero para comprar datos de forma masiva de cara al diseño de campañas segmentadas y que utiliza las redes para promover 'fake news' que orienten el voto", dice la alcaldesa.

Colau acaba de regresar de Vermont (EEUU), donde se reunió en el Sanders Institute con el propio Bernie Sanders, Yanis Varoufakis, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio; y analistas como Naomi Klein o Jeffrey Sachs para hacer un diagnóstico de emergencia y compartir estrategias. "En Vermont estuvimos de acuerdo en que urge profundizar en las políticas de cambio –explica la alcaldesa–. Hace falta valentía para identificar quién pone en riesgo los derechos fundamentales –de lo contrario, la extrema derecha criminaliza a los más débiles– y para dar respuestas al aumento de la desigualdad, a la concentración de riqueza y a la especulación en bienes de primera necesidad".

"Hace falta valentía para identificar quién pone en riesgo los derechos fundamentales", dice Ada Colau

La socialdemocracia clásica, con su tolerancia a los mandatos del mercado y sus casos de corrupción y de puertas giratorias, sufre esclerosis. "Ha obturado despliegues democráticos y sociales", muestra la sandalia David Fernànez, con la firmeza con que la enseñó en 2013 a Rodrigo Rato por su funesta actuación en Bankia.

Pero también es cierto que las clases sociales no son nítidas, hay categorías cambiantes como los 'mileuristas' y desde el progresismo –fragmentado– no hay acuerdo en la revisión crítica. Si unos le echan en cara el colgarse al tranvía del neoliberalismo; otros, como el norteamericano Mark Lilla, autor de 'El regreso liberal', le afea el haberse quedado atrapados "en la retórica de la identidad –la defensa de mujeres, minorías raciales y gais–, descuidando el análisis de clase", o el italiano Traverso, que dice que, "al reducir la política a reivindicaciones vinculadas a la identidad y dejar de lado la perspectiva integradora, se ha convertido en una postura conservadora".

Iceta pide confianza

Miquel Iceta, socio catalán del actual inquilino de la Moncloa, miembro de ese club tan criticado, no entra en mea culpas. Ante el resultado de Susana Díaz en Andalucía, saca los comodines del "desgaste" y la "fragmentación". Y asegura que el pasado lunes se levantó "con ganas de plantar cara y desmontar prejuicios de la extrema derecha" aquí y allende los Pirineos.

"El populismo es capaz de manipular sentimientos, pero no da las respuestas que asegura tener", opina el líder del PSC. "Con el proyecto de Presupuestos de Pedro Sánchez, ahora tenemos la oportunidad de demostrar que se puede poner la economía al servicio del crecimiento económico y la justicia social", explica. Con un pie de página: "Es difícil –por no decir imposible– encontrar respuestas a la globalización en un único país, de ahí la importancia de una Europa unida y más social".

Resistencia puerta a puerta

Si Iceta confía en las conquistas que vendrán de la mano de SánchezTraverso opina que "la reinvención de la izquierda pasa por sobrepasar los modelos agotados del comunismo y de la socialdemocracia", y David Fernàndez propone "una resistencia cotidiana, puerta a puerta y barrio a barrio, que desarticule a los profesionales del odio, a los proxenetas del resentimiento y a los explotadores del miedo que van a la parte más primaria e inhumana de nosotros". Aunque no es del todo optimista, porque no ve "una salida democrática, social, pacifista, ecologista o feminista bajo la actual voracidad del capitalismo global".

David Fernàndez
propone "una resistencia cotidiana, barrio a barrio, que desarticule a los profesionales del odio"

El filósofo argentino Ernesto Laclau, intelectual de cabecera, ay, de los Kirschner en Argentina, creía que la única manera de frenar la extrema derecha era desplegar el populismo de izquierda. Lo prefería a la lucha de clases porque, según él, esta presuponía que un grupo social en particular –la clase trabajadora– fuera agente privilegiado. Su viuda, la politóloga Chantal Mouffe, se ha venido encargando de los matices: "El populismo de izquierdas ve que lo que está en cuestión es la globalización neoliberal y, por tanto, contiene una dimensión anticapitalista". De momento, Mélenchon, que se resistió a la etiqueta como gato panza arriba, con Le Pen chupando foco, ha admitido que no le parece una idea "tan negativa".

La ciudad tiene un papel

A Podemos, que empezó señalando a la casta y resignificó la palabra patria, le han sacado tarjetas amarillas por populista, pero la dinámica municipal de confluencias les quita la razón. "Hay demócratas y antidemócratas, cuidado", se pone en guardia Ada Cola. A su juicio, las ciudades tienen un papel capital en el robustecimiento de la democracia, por la proximidad, por la posibilidad de participar en las decisiones y porque es donde es más difícil inventarse enemigos abstractos. "En la ciudad, el otro no es un fantasma, sino el vecino con el que te juntas para reclamar el derecho a la vivienda, a la energía, al agua, a la educación".

El 2019 mostrará si el populismo de ultraderecha sigue haciendo estragos. (De momento, el BOE acaba de hacer oficial el permiso a los partidos políticos para recabar nuestros datos personales con el fin de orientar sus actividades electorales).