UN NAUFRAGIO QUE CONMOVIÓ AL MUNDO

El 'Kursk': el submarino que hundió a Rusia

Llega a los cines el desastre del sumergible nuclear que hace 18 años provocó 118 muertes y una cascada de errores políticos y mentiras institucionales

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Nando Salvà

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Se suponía que era indestructible, que era capaz hasta de soportar el impacto directo de un torpedo enemigo. El 'Kursk' era una máquina de guerra de reputación casi mítica: un submarino nuclear del tamaño de dos aviones 'jumbo', el orgullo de la marina de Rusia. Por eso, cuando una gigantesca explosión lo hizo naufragar en el mar de Barents el 12 de agosto del 2000, nadie en el país podía creerlo. La detonación, equivalente a un terremoto de 4,2 en la escala de Richter, fue tan grande que se detectó hasta en Alaska.

Los 118 tripulantes de la nave perdieron la vida en el desastre; fue un golpe devastador para el orgullo militar ruso y la reputación del presidente recién electo Vladímir Putin, que tardó varios días en poner fin a sus vacaciones veraniegas para hacerse cargo de la crisis.

Los noticiarios del mundo entero llenaron sus cabeceras con imágenes de familiares aguardando, desesperados a pie de muelle, noticias de los suyos, y cada vez más furiosos ante la cortina de humo de desinformación. Esas escenas resultan aún más crueles si consideramos que, de hecho, la marina nunca tuvo esperanza alguna de rescatar a la tripulación.

Ahora, el filme 'Kursk' recrea aquella tragedia siguiendo el método típico del cine de catástrofes. Por un lado, la nueva película de Thomas Vinterberg cuenta la historia tanto de los ocupantes del submarino como de sus aterradas familias en tierra; por otro, documenta la incompetencia y la arrogancia de las autoridades navales, cuya reticencia a aceptar ayuda internacional tuvo como resultado tantas muertes innecesarias.

Exhibición de fuerza

El submarino había zarpado dos días antes, armado con 18 torpedos antibuque y 22 misiles de crucero, para incorporarse a un ejercicio de entrenamiento naval con el que Rusia pretendía convencerse del buen estado de salud de su flota militar y tapar así la evidencia de que su economía no podía soportar el tipo de fuerza naval que la Unión Soviética había poseído en el pasado. El contacto con la nave se perdió inmediatamente después de la explosión, pero durante seis horas el mando en tierra ni siquiera se dio cuenta del accidente. Una vez se hizo evidente que algo había pasado se organizó una operación de rescate, y desde entonces pasaron nada menos que 16 horas antes de que el submarino fuera localizado; la obsoleta tecnología usada después hizo que una misión de por sí difícil se convirtiera en quimérica. 

Los noticiarios
se llenaron de
rostros de
familiares
desesperados,
esperando
noticias de
los suyos 

Paralelamente, las autoridades empezaron a mentir a las familias de la tripulación, ya alarmadas por todo el tiempo que llevaban sin recibir noticias de sus seres queridos. A algunos les hablaron de fallos temporales de comunicación que no convencieron a nadie. Otros ni siquiera tuvieron esa suerte, y hubieron de conformarse con recibir noticias de sus maridos, hijos y hermanos a través de los periódicos.

Emergencia internacional

El accidente no tardó en convertirse en emergencia internacional. Los gobiernos de Gran Bretaña, Noruega, Estados Unidos, Israel, Francia, Alemania e Italia ofrecieron ayuda, pero los rusos la rechazaron asegurando que lo tenían todo bajo control. Mientras la presión sobre el gobierno de Putin iba en aumento, su respuesta siguió siendo el engaño. El lunes 14 de agosto, la autoridad naval declaró a la prensa que se había establecido contacto con la nave, y que todos los tripulantes estaban vivos. 

Finalmente los buzos británicos y noruegos obtuvieron la autorización para ayudar con la misión de rescate pero, en parte a causa de las restricciones que se les impusieron –los rusos eran extremadamente cautelosos con respecto al 'Kursk', que representaba el culmen de la ingeniería soviética–, para cuando accedieron a la nave toda la tripulación había perecido. El 21 de agosto, finalmente, Putin anunció públicamente que el 'Kursk' había naufragado, y que sus 118 tripulantes habían muerto inmediatamente. Relajado, bronceado y sonriente, empezó su discurso diciendo: «Se hundió».

Causas y excusas

La tragedia del Kursk provocó todo tipo de teorías de la conspiración, algunas de ellas difundidas por las altas esferas del mando naval ruso: sus responsables primero sugirieron que el submarino habría impactado con una vieja mina de la segunda guerra mundial, y después sentenciaron que había colisionado con un submarino espía de nacionalidad británica o estadounidense. Había que persuadir a toda costa al público de que los factores habían sido externos, y autoexonerarse así de toda culpa.

La verdad emergió
en el 2002: el
Gobierno concluyó
que había habido
una fuga de
combustible

La verdad tardó dos años en emerger. En el 2002 el Gobierno finalmente concluyó que la explosión que hundió el 'Kursk' había sido causada por una fuga de combustible –peróxido de hidrógeno altamente inestable– en uno de los torpedos, y que el fuego resultante había desencadenado la detonación de cinco a siete de los otros misiles armados, lo que provocó el rápido naufragio de la nave. Asimismo, se hizo pública una nota encontrada en uno de los cadáveres. Revelaba que 23 de los marineros habían sobrevivido a las detonaciones iniciales y se habían atrincherado en la popa del buque, intentando permanecer vivos hasta que el rescate llegara, enfrentándose al frío, las filtraciones de agua, la falta de oxígeno y la desesperación. Hay expertos que aseguran que permanecieron vivos al menos dos días. El informe gubernamental sobre el incidente permanecerá clasificado hasta el 2030.

Vergüenza histórica

No se asumieron responsabilidades por la tragedia. Putin cesó a un total de 13 oficiales, pero todos ellos fueron recolocados en altos cargos gubernamentales o en empresas estatales. El asunto adquirió estatus de vergüenza histórica. Para muchos, todo cuanto un día había llenado de orgullo a Rusia –la excelencia tecnológica, la eficacia militar, el estatus de potencia mundial– se hundió junto al tesoro del arsenal submarino postsoviético. Expuso a la luz que los torpedos usados por la marina estaban obsoletos, y que los soldados no cobraban sus salarios. 

También, sembró dudas sobre el propio Putin. Su inaceptable comportamiento sirvió para poner en evidencia que no era un político experto sino solo un mediocre coronel de la KGB que había ascendido de forma inesperada al poder. Todo el país tuvo ocasión de ver por televisión cómo las devastadas madres de los muertos lo increpaban a la cara y hasta lo zarandeaban. Aquello marcó un punto de inflexión en sus maneras al frente de país. El Gobierno empezó a interferir en la actividad de la justicia y la policía, y tomó el control fáctico de los medios de comunicación. La democracia en Rusia se sumió en un proceso de deterioro que se ha prolongado hasta hoy. Al final, pues, lo que naufragó aquel día fue mucho más que 118 personas y miles de toneladas de hojalata.