CENTENARIO DEL ARMISTICIO

La Gran Guerra de los niños

Los alumnos de dos escuelas de París reflejaron, entre 1914 y 1918, la experiencia del conflicto en 1.300 dibujos que aún se conservan

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Eva Cantón

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Para seguir la evolución diaria de las tropas, los mapas del frente se cuelgan en la pizarra del aula. El conflicto invade los programas escolares. Las lecciones de Historia y de Geografía, los dictados, los ejercicios de matemáticas, todo está marcado por la actualidad de la contienda. En el otoño de 1914, la Gran Guerra entra en la escuela de la III República francesa y con ella la exaltación de los valores patrióticos. También la propaganda y los discursos xenófobos contra el enemigo alemán. Los alumnos expresan sus sentimientos en las redacciones, escriben cartas a los soldados y dejan en la mesa del profesor la contribución familiar a la causa nacional. 

En dos centros de primaria de la colina de Montmartre de París, además, la guerra se dibuja. Monsieur Hutpin, maestro en la escuela pública Saint Issaure les pide a sus alumnos y a los de la cercana calle Lepic ilustrarla. <strong>La Sociedad de Historia y Arqueología Le Vieux Montmartre</strong> (propietaria de todas las ilustraciones que acompañan este reportaje) ha conservado 1.300 dibujos y 150 redacciones realizados entre 1914 y 1918 por alumnos de seis a 13 años, y la joven historiadora Manon Pignot ha interpretado la mirada de los niños en el libro 'La guerre des crayons' ('La guerra de los lápices') (Parigramme). 

«Los dibujos que estudia Pignot revelan un dolor evidente. La ausencia del padre, de los hombres que se han ido al frente, sus heridas y a veces su muerte, pero también todo lo que la guerra les ofrece para convertirse en pequeños héroes», indica en el prólogo el también historiador Stéphane Audoin-Rouzeau.

El universo infantil se altera profundamente con la entrada de Francia en la guerra. Los dibujos reflejan escenas de batallas, de juegos bélicos y de la vida cotidiana marcada por la escasez. «Durante la primera guerra mundial, los niños franceses, más que sus vecinos europeos, se ven sometidos a un proceso de movilización total», escribe la historiadora. 

Bombas y hambre

Pese a situarse en la retaguardia, París está más expuesta que otras ciudades a los bombardeos y la escasez de alimentos. La capital se moviliza de una manera particular, su aspecto se transforma, las paredes se empapelan con carteles de racionamiento, se construyen refugios antiaéreos en las calles y delante de las tiendas sus habitantes hacen cola.

La guerra del 14 es el primer conflicto moderno que sistematiza el uso de la propaganda, que tendrá en los niños un destinatario privilegiado. Todos los soportes de la cultura infantil, desde la prensa hasta la industria del juguete, se ponen al servicio de la causa. 

«Vemos como
alucinaciones
peleas atroces
donde no se ve
más que sangre»,
escribe un crío
a su padre

Las imágenes de los niños reflejan un conflicto maniqueo donde se enfrentan el bien (Francia) y el mal (Alemania), porque hay que explicar una guerra justa que venga una ofensa, la pérdida en 1870 de Alsacia y Lorena. En las ilustraciones, los franceses siempre son valientes, los alemanes, cobardes. Sus padres y sus hermanos luchan por la civilización frente a la barbarie.

Los alumnos hacen los trabajos en clase, a menudo para ilustrar una redacción y siguiendo las pautas del profesor, que les imponía el tema. Por eso la mayoría tienen título, fecha y firma. En ellos, aparecen los grandes hitos de la Gran Guerra: la batalla del Marne (1914), el naufragio del Lusitania (1915), la batalla de Verdún (1916), la entrada de Estados Unidos en la guerra (1917) o el bombardeo de la 'Grosse Bertha', los cañones alemanes que aterrorizaron París en 1918.

Muchos trabajos son un retrato de la sociedad francesa: el hombre en el frente, la mujer en la fábrica de armas y el niño en el colegio, porque estudiar les sitúa en el mismo plano que los combatientes y les convierte en «pequeños peludos» de la retaguardia. 

Aunque entre las clases populares el trabajo femenino no es una novedad en 1914, el fenómeno se generaliza cuando los hombres se van a las trincheras y desaparece el sueldo principal de la casa. Las mujeres se ven obligadas a asumir puestos tradicionalmente masculinos y muchas madres de familia se convierten en conductoras de tranvía, carteras o repartidoras. 

La industria armamentística recurre a la mano de obra femenina durante el periodo que duró la guerra y los alumnos trascriben ese hecho representando a las mujeres con rasgos masculinos, activas, enérgicas y útiles. La actividad de las mujeres fuera del hogar supone un cambio relevante, modifica la célula familiar tradicional e implica para los niños una nueva separación, que se suma a la del padre en el campo de batalla. A ello se añade el trabajo infantil –voluntario o remunerado– que contribuye a su progresiva autonomía.

Percepción del conflicto

La colección de Le Vieux Montmartre permite seguir durante los cuatro años del conflicto la evolución de los críos, su estilo y su percepción de la guerra. Si los primeros dibujos reflejan fielmente el discurso oficial, poco a poco las ilustraciones se aproximan a la dura realidad de las trincheras. Aparecen ciudades destruidas por los bombardeos y soldados agonizantes en las aceras.

«Querido papá. Te anuncio con tristeza, porque no podrás asistir, que la entrega de premios de este año será el domingo 1 de agosto. […] El dolor flotará en el ambiente; vemos como si fueran alucinaciones peleas atroces donde no se ve más que la sangre brotar». 

Este texto, escrito el 24 de julio de 1915, no reproduce el relato de la propaganda, sino la guerra de verdad, la que les cuentan sus padres, sus tíos o sus hermanos cuando vuelven de permiso, la que deja su rastro en los cuerpos mutilados o amputados. 

Según el psicoanalista Roland Beller, descubren la brutalidad del conflicto e incluso los más pequeños representan con precisión la muerte, la sangre y la violencia: «El duelo ocupa en los dibujos un espacio similar al que ocupaba en las calles». 

Cambios familiares

«La guerra del 14, al inaugurar el siglo XX, ¿no dio también nacimiento a una nueva definición de la infancia y la paternidad?», se pregunta la historiadora. Según Pignot, el sentimiento paternal crece con el conflicto y provoca un cambio en las relaciones intergeneracionales, poniendo los mimbres de las estructuras familiares actuales. Una de las primeras batallas de las mujeres tras el armisticio será la que librarán las viudas para recuperar la autoridad parental y convertirse en tutoras de sus hijos.

Con la guerra, se rompió el orden natural de las cosas y los más jóvenes se vieron obligados a soportar el peso de los fallecidos, mantener vivo su recuerdo y asumir en ocasiones el papel de padre de familia. Y cuando los hombres volvían a casa lo hacían destrozados por los años de combate.

«El duelo ocupa
en los dibujos un
espacio similar al
vivido en las
calles», analiza
el psicoanalista
Roland Beller

«A través de la mirada de los niños se ve toda la guerra», explica a EL PERIÓDICO Isabelle Ducatez, encargada de la colección. Una crónica de la guerra única en su género tanto por la cantidad como por su excelente estado de conservación. 

Coincidiendo con los actos del centenario del Armisticio, parte de este fondo se expone en el Museo Montmartre de París. «Son un testimonio emotivo sobre el primer conflicto de la era moderna, una guerra que supuso una profunda transformación social», se lee en la muestra.

Se calcula que los 1,3 millones de franceses muertos o desaparecidos en combate dejaron 600.000 viudas y unos 1,1 millones de huérfanos. Para hacerse cargo de ellos, Francia creó en 1917 la figura del 'pupilo de la nación'.