Las mil novelas de 'Los detectives salvajes'

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zentauroepp5582587 b 04 barcelona catalu a 13 09 2002 el escritor chileno181026120344 / EFE / J. M. JULIÁN MARTÍN

Elena Hevia

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Roberto Bolaño, kilómetro cero de su reconocimiento. 1998. El Premio Herralde de Novela pone el foco (un año más tarde lograría el Rómulo Gallegos), pero el fulgor que irradia la obra ganadora, 'Los detectives salvajes', no necesita subrayado alguno. Brilla sola. A poco que se inicie su lectura se aprecia que aquello es caza mayor. El autor había publicado cuatro libros hasta entonces, pero esta era una obra llamada a quedarse. Se cumplen este 2 de noviembre 20 años de aquello.

Leyéndola bien y sorteando sus fantasías, no hay mejor biografía sobre el autor que esta novela

Una novela de novelas. Un gigantesco puzle en el que las piezas no terminan de encajar, pero no por ello dejamos de ver perfectamente el dibujo. Un dibujo que se desvanece o se multiplica en muchos. Se podría decir que en 'Los detectives' hay mil novelas en una y no estaríamos incurriendo en una de esas exageraciones temperamentales que caracterizaban a Bolaño. Aquí nos limitaremos a desbrozar  tan solo unas cuantas. Como escribió el autor: «Creo que mi novela tiene tantas lecturas como voces hay en ella. Se puede leer como una agonía. También se puede leer como un juego».

La novela (casi) biográfica

Bolaño disfrutaba convirtiendo en literatura la pequeña anécdota. Para él, la realidad solo valía si era susceptible de convertirse en ficción, y en sus ficciones la mítica del perdedor (sí, como en los viejos wésterns) encerraba sus aspiraciones. A Bolaño no le habría interesado la autoficción, porque el acta notarial de lo que nos ocurre en el día  a día no tiene mística. Leyéndola bien, sorteando sus fantasías (Bolaño jamás pisó el desierto de Sonora), no hay mejor biografía sobre el autor que 'Los detectives salvajes'.

Octavio Paz era el intelectual orgánico a combatir, y ese ansia de huir del poder cultural centralizado es el motor de una novela sobre el impulso vital de la juventud

Todo ocurrió así para Arturo Belano, el personaje álter ego del escritor que protagoniza la novela: su infancia chilena, su adolescencia en México donde a los 20 años fundó junto con varios amigos, entre ellos Mario Santiago Papasquiaro (Ulises Lima en la novela), el grupo poético de los infrarrealistas. Su paso veloz por Santiago de Chile en el momento del golpe. Su vida de latinoamericano trasterrado en Barcelona, Girona y Blanes, los trabajos miserables, su lucha de samurái contra el monstruo de la precariedad. Todo está en ese libro en el que el autor vació sus vivencias.

La novela de los ideales

A lo largo de 20 años, de 1976 a 1996, los detectives salvajes, Belano y Lima (junto con Juan García Madero, principal narrador, y Lupe) buscan el rastro de la poeta Cesárea Tinajero, desaparecida en el desierto. Ella es para ellos el reverso de Octavio Paz, el intelectual orgánico a combatir. Ese ansia de huir del inmovilismo institucional, del poder cultural centralizado, es el motor de una novela sobre el impulso vital de la juventud. ¿Es posible convertirse en un nuevo Rimbaud, un rebelde desclasado y maldito, a finales del siglo XX? 

La novela de la vanguardia

El grupo de los infrarrealistas se convierte en los 'real visceralistas' en la novela. Bolaño estaba enamorado de ese grupo de bohemia literaria como todos estamos enamorados de nuestra juventud. Él se quiso ante todo poeta, pero solo con su obra poética jamás habría podido hacerse un lugar en la literatura como el que tiene en la narrativa.  Rimbaud puede ser el modelo literario, pero el novelista en la vida real no se dejó arrastrar por el malditismo o la tentación del fracaso. Con ese material escribió con la convicción de quien no puede hacer otra cosa, pero también con el ahínco del profesional. 

Rimbaud puede ser el modelo literario, pero el novelista no se dejó arrastrar por el malditismo o la tentación del fracaso

La novela de la desmesura

Escribir una novela como se describe un mundo. Del DF mexicano a París. De Chile a Nicaragua, Austria, Israel y África. De la costa catalana a Mallorca, pasando por el Bar Cèntric (entonces, 1978, Céntrico), el Giardinetto o el Salambó, en Torrijos, o a la casa donde en tiempos vivía Juan Marsé, en Barcelona. Una nómina de más de 200 personajes a quienes seguimos por voluntad del autor, como la cámara del '2001' de Kubrick sigue la evolució humana. Bolaño actúa además como un director de orquesta frente a las casi 60 voces que relatan la historia en diversas partes del mundo en la parte central de la obra. Hay desmesura, mucha, en 'Los detectives...', pero no afán de construir un monumento literario. Es una novela voluntariamente imperfecta y de ahí su grandeza

La gran novela latinoamericana

'Los detectives salvajes' llegó cuando ya hacía años que los autores del 'boom' se habían disparado entre sí una serie de obras maestras como si fueran proyectiles. Son novelas de peso, masculinas: 'Cien años de soledad', 'Yo, el supremo', 'La guerra del fin del mundo', que quieren construir en Latinoamérica el viejo fantasma de la gran novela americana. 'Los detectives'..., aunque no culmina esa intención y buena parte de su éxito tuvo lugar en Estados Unidos, procede de esa lectura. Pero no es un fruto tardío, es un broche final.

La lectura que más gusta en EEUU es convertir al chileno en un Jack Kerouac latinoanericano, por aquello de mitificar una vida desarraigada y errante

La novela de viajes

Entre las miles de lecturas de 'Los detectives…', quizá la que gustaba más a Bolaño era la del viaje, entendido este como historia de iniciación, al estilo de Huckleberry Finn de Mark Twain. No todo el mundo puede ser el capitán Ahab en busca de la ballena, pero Huck Finn, dice, «puede ser cualquiera», buena definición para una obra que quiere reflejar la «felicidad de una generación».  Hay otros modelos y el más evidente y el que más les gusta a los lectores norteamericanos es convertir al chileno en un Jack Kerouac latinoamericano, por aquello de mitificar una vida desarraigada y errante. 

La novela de la pérdida de los ideales

La felicidad de la juventud, vitalista, romántica y rebelde está en el centro del relato, pero la narración está contada desde la distancia y el desengaño. En los años 70, al principio de la novela, los realvisceralistas (es decir, los infrarrealistas) recogían el reflujo del Mayo del 68, mientras empezaban a hacerse evidentes las contradicciones internas de la izquierda revolucionaria. El tono de la novela es elegiaco en su retrato de una cierta «derrota generacional». 

La felicidad de la juventud está contada desde la distancia y el desengaño: hay un tono elegiaco en su retrato de una cierta «derrota generacional»

La novela de novelas

Es decir, el Quijote. Esa narración de personaje errante (y acompañado) en busca de un ideal que Cervantes escribió tomando como modelo las viejas novelas bizantinas es a su vez la perfecta horma de 'Los detectives…'.  Como en el clásico, a la acción de esta novela no le importa detenerse y contar las historias que le salen al paso. Además, el Quijote está enfermo de lecturas, como lo están Belano y Lima. ¿Y acaso no podría Alonso Quijano hacer suyo aquel lema del manifiesto infrarrealista que dice «Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos»?

La novela del futuro

Los detectives, en su búsqueda de Tinajero en su viaje hacia la poesía, en pleno desierto de Sonora, se darán de bruces con la violencia, en una suerte de recorrido al estilo 'El corazón de las tinieblas' –«¡el horror, el horror!»–, y ese final abrirá la puerta al  feminicidio de su otra gran novela, '2666', pormenorizado con escalofriante precisión. John Gibler, uno de los periodistas norteamericanos que mejor conoce México, en el magnífico número que la revista Altair dedicó a los desiertos de Sonora y a Bolaño, hizo una interesante lectura de la obra como profecía de un futuro, el de la matanza de los estudiantes de Iguala, el de las masacres de migrantes en una frontera a la que solo le faltaba Trump para refrendarla.