Los niños de la guerra civil griega

Cerca de 25.000 menores de origen macedonio fueron evacuados a la entonces Yugoslavia y otros países del Este y condenados a un destierro que todavía dura. El fin de las hostilidades entre Atenas y Skopie puede allanar el camino de su regreso

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Irene Savio

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Quién sabe qué azar de la vida hizo que Kole Manev, macedonio nacido en el norte de Grecia, acabara pasando su vejez a 100 metros de un orfanato del barrio de Chento, en la periferia de Skopie. Él, que tantos años vivió como un huérfano desde que en 1948 su vida se desmoronó, en medio de la cruenta guerra civil (1946-1949) en la que el Ejército griego, apoyado por EEUU y Reino Unido, se acabó imponiendo a los insurgentes del Ejército Democrático del Partido Comunista. En las filas de estos últimos, se habían enrolado muchos macedonios que se sentían perseguidos por la política antiminorías del Gobierno. Así, Kole, con 5 años, fue evacuado y desde entonces ha vivido desterrado. Un exilio embrutecido por la disputa que Atenas y Skopie pretenden ahora resolver con un pacto que recoge que la antigua república yugoslava pase a llamarse Macedonia del Norte, asunto sobre el cual los macedonios están llamados a pronunciarse en el referéndum del próximo domingo. 

«La guerra civil griega fue un momento terrible, cuyas consecuencias todavía me afectan. Toda mi familia quedó desmembrada», cuenta Kole, de 77 años. Su hermana, quien con apenas 17 se había sumado a la insurgencia comunista, fue arrestada y permaneció encarcelada durante 10 años en Atenas. Su madre, que no hablaba una palabra de griego, se exilió a Polonia, y sus tíos acabaron sus días en Australia, EEUU y Uzbekistán. Él, sin embargo, fue la víctima más joven de su familia, una comunidad de pastores y agricultores de un pueblo de montaña de la provincia de Kastoriá, Pimenikon (Bapchor, en macedonio), en el norte de Grecia.

30 kilómetros a pie

Kole recuerda perfectamente el día en el que fue evacuado de su ciudad, en los albores de la guerra fría. «Cuando los combates se hicieron más intensos, la Cruz Roja y los comunistas decidieron evacuar a grupos de niños de 2 a 14 años que se encontraban en las zonas más peligrosas. Solo a los niños», cuenta. «No puedo decir con exactitud el número, pero éramos muchos en mi grupo. A pie, caminamos unos 30 kilómetros hasta el paso fronterizo de Prespa y de ahí entramos a Yugoslavia, para después seguir hasta Rumanía, donde estuve seis años en un internado en Tulghe. Íbamos mi hermano, de 11 años; mi hermana, de 8, y yo», explica. 

Así Kole le dijo adiós a Grecia, su país de nacimiento pero del cual nunca más tuvo la nacionalidad. Con sus padres no volvió a reunirse hasta 1955, cuando pudo viajar hasta la entonces yugoslava República de Macedonia, tras la muerte del líder soviético Iósif Stalin y la llegada al poder de su sucesor, Nikita Jrushchov. Para entonces, la familia ya llevaba una década fuera de Grecia. 

25.000 menores evacuados

«Alrededor de 25.000 niños macedonios nacidos en Grecia tuvieron nuestra misma suerte. Fueron separados de sus familias y acabaron desterrados a otros países», cuenta Paskal Gilevski, otro antiguo niño refugiado, nacido en 1939 en un pueblo en las cercanías de la ciudad de Kastoriá y que pasó su infancia en Hungría. «Cuando terminó el conflicto, no pudimos volver porque primero los soviéticos nos mantenían en sus escuelas y luego porque Grecia ya no nos consideraba griegos», coincide Paskal, quien con los años terminó desahogando sus vivencias gracias a la escritura de novelas y poesías.

«Hay que entender también que muchos macedonios no sabían nada de comunismo. Se afiliaron al Ejército Democrático porque los comunistas nos habían prometido que seríamos libres para hablar nuestro idioma, cosa que los griegos no nos permitían», argumenta Kole. «El Ejército regular, además, era visto como una fuerza que representaba un Gobierno monarco-fascista, que quería reprimir a las minorías que vivían en Grecia. A eso, se sumó la interferencia de la Yugoslavia de Tito y de la Unión Soviética de Stalin», añade.   

Solo los "griegos de origen"

Una ley griega de 1982, apoyada por los socialistas, tampoco resolvió la situación. Permitió el regreso de los niños de la guerra que se declararan «griegos de origen», lo que excluyó a los macedonios que rehusaron deshacer una identidad que, mientras tanto, se había reforzado. «Esto, substancialmente, significó que la mayoría continuó sin poder cruzar la frontera, para volver a sus casas o ir a llorar sobre la tumba de algún familiar», explica el profesor griego Akis Gavriilidis, analista político y filósofo de la Universidad de Tesalónica.

Un destierro que continúa hasta la fecha, sin bien con los años se fueron produciendo aberturas informales por parte de los Gobiernos helénicos, los cuales –salvo excepciones– fueron relajando sus políticas de cierre de fronteras a los ciudadanos de origen macedonio. «No existe hoy un acuerdo ni un mecanismo para que estas personas recuperen la nacionalidad griega. Y la principal razón es precisamente que no se reconoce ni la antigua toponimia en lengua macedonia de la (hoy) Macedonia griega, ni los nombres en este idioma de las personas desterradas», dice Marianna Bekiari, del partido Arcoiris, que defiende los derechos de la minoría en Grecia. «Muchos topónimos fueron cambiados durante la dictadura de Ioannis Metaxás [1936-1941]», añade Bekiari, cuyo movimiento intentó llevar el caso ante las instancias internacionales sin demasiado éxito.

"Solo podemos entrar como turistas"

«Solo podemos entrar como turistas», añade Ivan Tchaposki, nacido en Grecia en 1936 y desterrado en Yugoslavia en 1947. Capítulo aparte son las compensaciones por las propiedades familiares de los niños desterrados que algunas asociaciones intentan recuperar desde hace tiempo y que tampoco han tenido una solución definitiva. «Uno de los problemas es que habría que buscar los registros que contienen esa información y probar que el nombre macedonio corresponde con el griego. Es muy difícil después de tantos años, aun si hubiese voluntad», argumenta el escritor griego Dimitri Deliolanes. 

Sin embargo, el profesor Akis Gavriilidis cree que podría dar alas al debate el fin de la disputa nominal con Grecia, cuyo nudo es la pugna sobre el nombre de Macedonia que libran Grecia y la República de Macedonia, ya que Atenas se opone al uso de dicha denominación por la ambigüedad que crea entre el país y la región griega de Macedonia, donde precisamente nacieron Kole, Paskal e Ivan. «En el acuerdo, no hay mención a los niños de la guerra civil –apunta Gavriilidis–. Pero, sin duda, si el pacto se ratifica finalmente, el clima será otro y la cuestión podría reabrirse».  

Cuesta arriba

«A mí me gustaría de nuevo ser ciudadano griego», admite Paskal. Sin embargo, el camino para dar por acabada la antigua Yugoslavia y la guerra fría aún parece cuesta para arriba: después del referéndum, el acuerdo entre Atenas y Skopie deberá ser sometido al voto del Parlamento macedonio y, posteriormente -si todo sale bien–, de nuevo, al del Parlamento griego. «Triunfen o no con este acuerdo, dudo que nosotros tengamos alguna ventaja», dice Kole, cuya opinión es bastante más pesimista que la de su compañero de desdicha. 

No queda mucho tiempo. Ya han transcurrido más de 70 años desde el exilio de los niños de la guerra civil griega. Sentados en el patio de la librería Matica, en el centro de Skopie, Paskal e Ivan, que se han hecho amigos con el paso del tiempo, beben té y charlan con otros hombres de piel arrugada y pelo canoso que también son antiguos niños refugiados de ese conflicto. Nadie sabe con certeza cuántos como ellos aún viven.