SECUELAS DE LA GUERRA

Casi 70 años secuestrados por Pionyang

Cientos de familiares de surcoreanos apresados por Corea del Norte agotan sus últimas esperanzas y soportan el desdén de Washington y Seúl

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ADRIÁN FONCILLAS

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La vida de Tae-young Lee es la de una ausencia omnipresente. Era un niño cuando vio a su padre por última vez y aún lo busca a los 77 años. No es más que una nebulosa en su mente y por honrar su memoria se hizo periodista. Su padre es uno de los cientos de surcoreanos abducidos por Pionyang que nunca regresaron. Hemos venido a hablar de su lucha pero insiste con educación exquisita en hablar primero de su padre. Cortesía obliga.

«Se llama Kil-yong Lee y es un patriota», sostiene en presente a pesar de que ahora habría superado la centena de años. Su resistencia contra la colonización japonesa ya le había llevado de joven a la cárcel y los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 le pillaron en el diario 'Dong-A Ilbo'. A la redacción llegó la foto de su compatriota Ki-jung Sohn en el podio tras ganar el maratón. Hay anodinas carreras periodísticas salvadas por una exclusiva, por una foto. La de su padre perdura por un borrón. Difuminó a mano el círculo rojo de la bandera japonesa en el chándal y con esa mancha salió en portada. El gobernador japonés en Corea, Minami Jiro, envió a su padre y a otros siete periodistas a la cárcel y cerró el diario durante nueve meses. Los más mayores aún recuerdan aquel audaz acto de un redactor llano que elevó la moral nacional en los tiempos más crudos. «Es un héroe», resume Tae-young.

Mala suerte

Seúl había sido invadida por el ejército norcoreano en 1950 y Kil-yong desoyó las recomendaciones para esconderse. Los servicios secretos se lo llevaron de casa el 17 de julio. «Solía trabajar hasta muy tarde. Era muy feliz. Bebía  y cantaba con amigos. Recuerdo poco, la mayor parte lo sé a través de mi madre. Muchas veces nos preguntábamos en la familia qué habíamos hecho mal para que se lo llevaran. Creo que fue solo mala suerte», señala.

«Ya solo quiero saber qué pasó, cómo vivió, si fue feliz en Corea del Norte», dice Tae young-Lee

Pionyang devolvió a la mayor parte de prisioneros de guerra tras firmar el armisticio en 1953 pero retuvo a los que juzgó útiles para la reconstrucción del devastado país. Ingenieros, profesores… o periodistas que pudieran perfeccionar la maquinaria propagandista. Los familiares de aquella primera hornada de rehenes continúa bregando a pesar de su probable muerte por imperativo biológico. «Hasta hace poco quería verlo antes de morir, ahora solo quiero saber qué pasó, cómo fue su vida, si fue feliz en Corea del Norte», explica. No hay camino que haya despreciado. Lo ha intentado con periodistas que regresaron, con la Cruz Roja, con desertores… Escuchó mucho tiempo que había sufrido «un accidente» en Pionyang. Nada más.

Pescadores

Pionyang continuó con los secuestros después de la guerra. Un informe del Asan Institute señala que 3.855 surcoreanos fueron apresados y cruzaron a la fuerza la frontera, de los que 3.319 fueron devueltos o escaparon. Quedan unos 500, y 300 de ellos supera los 70 años. El tiempo corre en contra de las ansias de reagrupamiento. Muchos de ellos eran pescadores que se alejaron de sus costas más de lo que la prudencia aconsejaba. Pasaron muchos años hasta que un periodista de un diario local relacionara esas desapariciones aparentemente independientes con las pulsiones criminales norcoreanas. Y pasó mucho más tiempo hasta que la sociedad le creyó.

Hwang In-cheol sujetaba una fotografía meses atrás en la sede del Club de corresponsales extranjeros de Seúl. «Es la única conexión que tengo con mi padre, es una fuente de consuelo pero también de dolor». Tenía dos años cuando lo vio por última vez. Su padre, periodista televisivo, tomó en 1969 el vuelo interno que fue secuestrado por un agente norcoreano y desviado a Pionyang. Los 39 pasajeros devueltos dos meses después describieron el maratoniano adoctrinamiento. Faltaban siete pasajeros y cuatro tripulantes, los más valiosos según los criterios del régimen.

Complejo plan

Hwang supo en el 2001 que su padre seguía vivo a través de la madre de una azafata que pudo reunirse con su hija en el norte. Pionyang respondió cinco años después que desconocía el destino de su padre. También lo ha intentado todo. Pudo contactar con él a través de un contrabandista y en la breve conversación telefónica supo que quería regresar al sur. Diseñó un audaz y complejo plan para sacarlo a través del río Yalu pero falló el momento: Corea del Norte realizó un ensayo nuclear y selló las fronteras con soldados de refuerzos.

Se calcula que 3.855 surcoreanos fueron apresados y cruzaron la frontera. 500 de ellos no volvieron

Su madre tiene alzhéimer, su padre sería octogenario y las oportunidades se esfuman. La oficina surcoreana que lidia con el asunto no responde a sus llamadas ni le recibe después de que perdiera los nervios en una de sus visitas. Mastica su frustración y mira con envidia los esfuerzos de Washington y Tokio por repatriar a sus nacionales, ya sean vivos o muertos.

La veintena de japoneses secuestrados entre los años 70 y 80 son una reclamación gubernamental casi diaria mientras pocos recuerdan en Seúl a los 500 surcoreanos. Los familiares critican tanto a los gobiernos conservadores como a los progresistas. Tampoco figuran en la maratón diplomática que debe conducir a la desnuclearización norcoreana. No los ha mencionado Donald Trump, presidente estadounidense, cuando meses atrás justificaba el ataque militar a Pionyang por sus violaciones de derechos humanos y prometía en Tokio su apoyo indesmayable a los familiares de los desaparecidos japoneses.

Derechos humanos

Es probable que ese silencio le sea incómodo a Moon Jae-in, el admirable presidente surcoreano que esta semana se abrazaba con Kim Jong-un en Pionyang. Moon es un acreditado luchador por los derechos humanos y también es suficientemente inteligente y pragmático para comprender que la diplomacia consiste en solventar problemas sentándose con tipos a los que no invitarías a tu cumpleaños. La paz en la península es prioritaria y urge silenciar cualquier incordio. Fuentes de inteligencia han revelado recientemente que Kim jong-un emitió una «orden especial» para prohibir cualquier negociación sobre los secuestrados.

Tae-young reparte su tiempo entre la Unión de familias de secuestrados durante la guerra que preside y los recortes de prensa deportiva que colecciona como hiciera su padre. «Queremos que admitan los secuestros y pidan perdón, así también podremos nosotros perdonar y cerrar el proceso. Algunos no perdonarán. Yo sí. No quiero pasar este peso a las generaciones siguientes», termina.