50 AÑOS DEL MAYO FRANCÉS

Las otras 'revoluciones' de 1968

El eco de la protesta de París llegó a todas partes, de los campus de las universidades de Berkeley y Columbia a las calles de Praga, de la efervescencia estudiantil en México a los apasionados debates filosóficos en Alemania o Italia

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Albert Garrido

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Al arquetipo del hombre unidimensional descrito por Herbert Marcuse se opuso la utopía contracultural, una mezcla abigarrada de radicalismo político, liberación sexual y autonomía personal, incluido el pensamiento feminista, más nuevas realidades como el mundo hippy –«'flowers in your head'»–, el universo de las drogas, la psicodelia y tantos otros ingredientes. El historiador Eric Hobsbawm recuerda uno de los muchos eslóganes que acuñó el París enardecido de hace 50 años, 'Cuando pienso en la revolución, me entran ganas de hacer el amor', y añade en su 'Historia del siglo XX': «La liberación personal y la liberación social, pues, iban de la mano».

En Estados Unidos, la tragedia de Vietnam asomaba por las cuatro esquinas del país, y una juventud amenazada con ir a la guerra descubría con estupor que una parte de la comunidad académica había participado activamente en la articulación de la carnicería. Las manifestaciones en los campus de Berkeley y Columbia hicieron de los estudiantes y de una parte importante del profesorado liberal el frente de rechazo a la guerra mucho antes de que se filtraran a la prensa los 'Papeles del Pentágono' (1971). José Luis López Aranguren, expulsado de la universidad española y a la sazón profesor en Berkeley, fue testigo del momento y en 1993 explicó en un programa de televisión: «Fue un periodo de gran creatividad porque la intervención en Vietnam tenía un coste moral inasumible».

Asesinatos

Los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy en la primavera del 68 no hicieron más que estimular las movilizaciones. En ambos casos, calentó los ánimos la sensación de que el 'establishment' arremetía contra reformadores reales o potenciales de una sociedad manifiestamente dual, y cuando se celebró la Convención Nacional Demócrata de aquel año en Chicago (del 26 al 29 de agosto) se redoblaron las protestas. Un partido dividido por la implicación en la guerra –Eugene McCarthy era decidido partidario de la retirada de Vietnam de inmediato y Hubert Humphrey, de dar continuidad a la estrategia belicista de Lyndon B. Johnson– hubo de soportar la protesta permanente de los jóvenes en la calle, especialmente intensa cuando la convención se inclinó por el oscuro Humphrey, finalmente derrotado en noviembre por el no menos oscuro Richard Nixon. Los republicanos pusieron en manos de Henry Kissinger la salida del conflicto, mientras los líderes estudiantiles del momento lamentaron años después «haber facilitado la victoria a los republicanos».

Así eran las cosas. La innovación y la ingenuidad iban de la mano, y aunque seguía vigente el eslogan 'Olvidaos de todo lo que habéis aprendido, comenzad a soñar', fundido en el crisol de la Sorbona, el sistema nunca se sintió realmente amenazado. Marcuse proclamaba en Berkeley que para el hombre unidimensional «la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas», pero el cambio de mentalidad estaba lejos de haberse concretado. 

Cuando el festival musical de Woodstock (entre el 15 y el 19 de agosto de 1969) reunió a 400.000 jóvenes para escuchar, entre otros muchos, a SantanaJanis Joplin y Joan Baez –«como un árbol firme junto al río/ no nos moverán, no nos moverán», cantó años más tarde–, aquella agitación cultural heredada del mayo francés había adquirido unos límites precisos, se había consolidado acaso, pero seguía siendo mayoritaria la opinión de que «las masas debían ser pasivas», y «no podían entrar en la escena pública», como ha escrito Noam Chomsky. Y ha precisado: «Cuando lo hicieron, el hecho se calificó de ‘exceso de democracia’ y la gente temió que esas manifestaciones ejercieran demasiada presión sobre el sistema».

Matanza de Tlatelolco

En otros lugares, en cambio, la naturaleza telúrica de las movilizaciones y de las protestas desencadenó verdaderas tragedias nacionales. La matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas o matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, enfrentó en la calle dos proyectos de futuro: el asumido por estudiantes y profesores de la Universidad Autónoma de México y otros centros educativos y el defendido por el 'establishment', representado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, que creyó llegada la hora de liquidar la contestación en la calle. La Operación Galeana, que reunió en la plaza al Ejército, la policía y fuerzas paramilitares dejó un mínimo de 65 cadáveres y un máximo de 250 –nunca se ha podido concretar cuántas fueron las víctimas de la represión–; Tlatelolco fue una ratonera sin escapatoria para los jóvenes congregados allí, cuya reivindicación básica era democratizar el régimen y atender a las necesidades sociales más apremiantes, un programa remotamente inspirado en las discusiones ideológicas en los patios universitarios de París, Nanterre y otras ciudades francesas. «Victoriano Huerta ha resucitado en México», escribió Carlos Fuentes dos días después de la masacre en una carta dirigida a Octavio Paz (Huerta ordenó el asesinato del presidente Francisco Madero y acabó con su experimento socializante en 1913).

En el podio de los JJOO de México, John Carlos y Tommy Smith alzaron el puño y el gesto se universalizó

Diez días después de la tragedia se iniciaron los Juegos Olímpicos de México y allí quedó para la historia el rastro de la efervescencia social del momento. Al recibir las medallas de oro y bronce de la prueba de 200 metros, los atletas estadounidenses John Carlos y Tommy Smith alzaron el puño, distintivo del grupo Panteras Negras, mientras sonaba el himno de su país. Puede decirse que el movimiento de los derechos civiles, directamente atacado en las personas de Martin Luther King y Robert Kennedy, se personó en el estadio y se sumó a la conmoción social provocada por la carnicería de Tlatelolco. La atmósfera protestaría del 68 se universalizó por completo con aquel gesto simbólico de protesta de Carlos y Smith, con las cámaras de todo el mundo enfocándolos.

Primavera de Praga

Dos meses antes, otro episodio no parisino del 68 había liquidado la llamada Primavera de Praga, aquel proyecto encabezado por Alexander Dubcek para transitar del socialismo realmente existente al socialismo con rostro humano. Los tanques del Pacto de Varsovia (Unión Soviética y asociados) arramblaron con todo en agosto, cortaron el cordón umbilical que conectaba la herencia de mayo con el reformismo checo y desencadenaron una crisis de identidad en la izquierda europea de tradición marxista. La propuesta de Dubcek no era una revolución, pero sí una impugnación del 'diktat' soviético y de un modelo de Estado invasivo y monolítico. Quizá hubo en todo ello un exceso de optimismo –«el optimismo es el opio del pueblo», es la ocurrencia que da pie a 'La broma', la primera novela del checo Milan Kundera–, la convicción de que podía reformarse desde dentro un régimen anquilosado.

Hubo otros escenarios en ebullición hace medio siglo en la RFA, en el Reino Unido, en Italia, en Suiza, en Argentina y también, muy modestamente, en España. El franquismo se afanó en minimizar la protesta de la izquierda, la repercusión social de episodios como un concierto de Raimon en la Universidad Complutense (18 de mayo) y la liberalidad del diario 'Madrid' en las informaciones que dio del mayo francés: el periódico fue secuestrado y hubo de afrontar un cierre de cuatro meses; en 1971 dejó de publicarse para siempre. El régimen ganó la batalla política sin gran esfuerzo, pero perdió la cultural de forma clamorosa.