Cómo pasar del hambre al empacho

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POR PATRICIA CASTÁN

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Muchos barceloneses aún no habían nacido o el retrovisor de su memoria no alcanza para evocar aquellas imágenes de los años 80 (no hace tanto, aunque ahora parecerían del NO-DO), cuando muchos hoteles de la ciudad cerraban ¡en fin de semana! o en verano por falta de clientes. Ir de vacaciones o escapada a Barcelona era casi un disparate en la urbe preolímpica, poco conocida en el mundo y que aún no aunaba arquitectura, cultura, ocio, gastronomía y kilómetros de playa, el futuro 'mix' mágico.

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Tan desierta estaba la ciudad de guiris vacacionales que con el éxodo de agosto casi todo negocio bajaba la persiana. En 1990 los hoteleros incluso impulsaron ofertas para captar estancias de sábado y domingo que se saldaron con titulares que hoy resultan naíf: 4.300 personas habían venido a pasar fines de semana, la mayoría del resto de Catalunya. Todo un éxito en un momento en que imaginar la Barcelona del 2017, con más de 9 millones de turistas alojados en hoteles y casi otros tantos en pisos turísticos, habría sonado a ciencia ficción. Se iba a pasar del hambre de turistas a casi el empacho.

Desde los 1,6 millones de viajeros de 1989 –la mayoría de ferias y congresos– hasta los récords actuales ha llovido mucho, tal vez demasiado, a la vista de los brotes de turismofobia que viven los barrios con más presión viajera. Volviendo la vista atrás, ni el más creativo de los publicistas habría podido pergeñar un plan tan fecundo en resultados turísticos como fueron los JJOO.

TEMOR Y TENTACIÓN

Un grupo de hoteleros había plantado la semilla justo antes de los Juegos creando la Asociación Barcelona Turística (ABT). Con los ingresos de campañas como la de los fines de semana invertían en promocionarse en ferias y otras ciudades. "Entonces la penetración europea era nula", evoca Jordi Clos, presidente del Gremi d'Hotels de Barcelona. Todo lo contrario que en la actualidad, en que el 21% de los visitantes son españoles, frente a un 44% del resto de la UE y un 35% del resto del mundo.

Maragall quizá intuyera que el sueño del 92 traería más récords de visitantes que deportivos. Lo cierto es que logró contagiar su entusiasmo al sector. Unos empresarios que pasaron del temor por la competencia que se avecinaba –con la oposición al controvertido plan para levantar una docena de hoteles (con el coloso Hotel Arts como referente)–, al entusiasmo por la oportunidad de negocio que se perfilaba.

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Tras la competición deportiva, la ciudad ganó 40 establecimientos pero se enfrentaba al reto de mantener una ocupación que garantizara su supervivencia. Hasta el ayuntamiento había previsto la reconversión en oficinas si llegaba la crisis turística. Ese acicate económico derivó en el impulso de un plan estratégico turístico en 1993 de la mano de Maragall Antoni Negre (de la Cambra de Comerç) y con Joan Clos como comisionado.

Sus ejes iban del turismo de fin de semana al médico, el cultural, el de cruceros, el de 'shoping', el ferial, el universitario..., germen de los programas vigentes hoy en día. Tras las conclusiones del plan nació Turismo de Barcelona, hijo de la ABT y del Patronato de Turismo del ayuntamiento, con un modelo de promoción público-privado del que ahora más bien reniega la alcaldesa Ada Colau, que prefiere más protagonismo público, pero que copia Madrid.

UN FRENO DISCUTIDO

Organizar el desarrollo del turismo para evitar que la chispa olímpica se extinguiese fue clave, pero de poco habría servido si la palabra Barcelona (ni siquiera marca aún) no se hubiera grabado a fuego en el mapa mundial, enfatiza Pere Durán, que lideró el patronato municipal y luego el consorcio Turismo de Barcelona. Ya todo el mundo ubicaba la capital catalana pero se quiso que "supieran qué ofrecía" aquella ciudad mediterránea tan llena de historia como de diseño y con un nuevo litoral marítimo, que la convertían en destino vacacional y no solo de negocios. Hoy día, el turismo de ocio ya representa el 65% del total.

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Duran, de talante discreto, ya retirado, es tajante al sentenciar que "en ningún momento se buscó turismo indiscriminadamente", siempre fue "por segmentos concretos y estrategia". El crecimiento disparado de los últimos tiempos lo atribuye al atractivo intrínseco de la ciudad y a la globalización que ha convertido el viajar en un ritual cotidiano y asequible, con algunas ciudades especialmente de moda, como la capital catalana. Defensor de la riqueza que aporta, es "crítico" con las actuales políticas municipales "demagógicas", que impiden "proyectos hoteleros de calidad o recortan los recursos promocionales", que Duran ve imprescindibles para apuntar a los mercados que interesan.

Mientras, los vecindarios desbordados piden control y freno, y se propaga el mensaje de ciudad algo hostil al viajero. Aunque este verano encarrile su enésimo récord de visitantes.