Somos la teoría de cuerdas
Los políticos deberían aprender a comportarse como científicos. No es fácil, porque eso requiere mucho esfuerzo y un amor desinteresado por la verdad.
Juan Carlos Ortega
JUAN CARLOS ORTEGA
Se le atribuye a Diógenes la famosa frase "cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro". La sentencia, obviamente, no demuestra que todos los perros sean maravillosos, sino que el filósofo tuvo bastante mala suerte con sus amigos. Hoy quiero proponerles una máxima similar: "Cuanto más conozco a los políticos, más quiero a mi científico". Esto tampoco demuestra que todos los científicos sean estupendos, pero deja claro que hemos tenido mala suerte con los políticos. A pesar de ello, esta última frase me parece bastante acertada. Para demostrarlo, pensemos en cómo se comportan unos y otros.
El lema del partido socialista es ahora "Somos la izquierda", dejando claro que otra formación que podría ser definida así no merece ese apelativo. El otro partido, a su vez, intenta convencernos, mediante estrategias, de que los autores del lema nos están tomando el pelo.
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Pues bien, eso es algo que jamás hace la ciencia. Cuando un científico dice que quiere comprender los constituyentes últimos de la materia, eso es realmente lo que quiere hacer.
Hay dos corrientes en la ciencia que intentan explicar de qué está hecho el universo: la teoría de la gravitación cuántica y la teoría de cuerdas. Haciendo una analogía política, imaginemos que la primera teoría es la derecha y la segunda es la izquierda.
Igual que en su equivalente político, en ciencia no solo hay una teoría de cuerdas. Hay cinco, cada una con sus científicos desarrollándola. Si se comportaran como políticos, los partidarios de la llamada teoría de cuerdas heterótica-O presentarían en pancartas su nuevo lema: "Somos la teoría de cuerdas" para que todos supiéramos que los defensores de la teoría de cuerdas heterótica-E están haciendo el idiota con sus ecuaciones. Y los heteróticos-E harían creer a sus seguidores que los heteríoticos-O son, en realidad, compinches camuflados de la perversa teoría cuántica de bucles.
Y así, para conseguir anular al contrario, unos teóricos de cuerdas dedicarían la mayor parte de su vida a idear estrategias con el fin de ridiculizar a los otros teóricos de cuerdas. Eso, claro está, les dejaría muy poco tiempo para investigar, con el consiguiente aumento en la popularidad de la teoría cuántica de bucles, cuyos seguidores estarían encantados observando cómo las cuerdas se rompen en mil pedazos en lo que, para ellos, es un falso cosmos de 11 dimensiones.
Pero los científicos no son así, y por eso vamos conociendo cada vez mejor este universo. Los físicos hacen ciencia, y eso implica colocar la verdad por encima de sus intereses personales. Si otro colega les demuestra que están equivocados, abrazan su nueva teoría y la hacen suya. No pierden el tiempo en mezquindades, ni simulan acercamientos a otros físicos cuando en realidad desean destruirlos.
Los políticos deberían aprender a comportarse como científicos. No es fácil, porque eso requiere esfuerzo y un amor desinteresado por la verdad. De momento, se parecen más a pseudocientíficos, como si tuviéramos el Congreso repleto de homeópatas.
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