El detector de engaños

Isaac Asimov

Isaac Asimov / periodico

JUAN CARLOS ORTEGA

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Es curioso que la inteligencia no se perciba con un golpe de vista, como sí ocurre con la edad, la belleza o la estatura. De existir una marca externa que nos informara con rigor acerca del nivel intelectual de nuestros semejantes, sin duda convertiríamos el mundo en un lugar extrañísimo.

Nos giraríamos al caminar cuando se cruzara ante nosotros una persona inteligente, como hacemos ahora al ver humanos físicamente atractivos. Con gesto sorprendido, preguntaríamos a nuestro compañero de paseo si ha visto a ese pedazo de genio que acaba de pasar a nuestro lado.

Los escritores profesionales lo tendrían muy mal, porque se les vería de lejos si su cerebro es realmente admirable o si se trata de una pose hábilmente diseñada. Eso sería magnífico, qué duda cabe, porque nos ahorraría tener que soportar a cientos de presuntos creativos que, en realidad, nunca han creado nada.

Pero no nos quedemos solamente ahí. Ya puestos, imaginemos un mundo en el que, además de la inteligencia, también fuera detectable con una mera ojeada la honestidad ajena. De nuevo, al pasear tranquilamente un domingo por la tarde, giraríamos con disimulo la cabeza y diríamos a nuestros amigos: «A tu derecha, mira que chica más honesta acaba de pasar».

Podríamos ampliar las cualidades perceptibles a simple vista. Por ejemplo, la bondad, el egoísmo, la fe en Dios o la tozudez. Podría alegarse que esas características varían con el tiempo, pero también lo hace la belleza física y no por ello dejamos de captarla.

En un mundo así, donde fueran transparentes los atributos mentales que ahora son tan íntimos, la política daría un giro radical. Esa sí que sería, en rigor, la nueva política. Con solo mirar un cartel electoral, sabríamos todo acerca del candidato. Los debates para que los militantes eligieran a su nuevo secretario general serían eliminados por innecesarios. Bastaría con mostrar sus fotografías y todos se harían una idea inmediata de cómo son.

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Dejaríamos de llevarnos desagradables sorpresas al comprobar que aquellos en los que habíamos confiado nos han estado robando el dinero durante años, porque su aspecto nos habría revelado la verdad cuando el sinvergüenza hubiera pretendido, sin éxito, iniciar su carrera política.

Qué mundo más maravilloso, ¿verdad? Librados para siempre de falsos intelectuales, de presuntas eminencias médicas amigas de la pseudociencia y de políticos corruptos. Pero no tenemos la habilidad de detectar la inteligencia, ni la honestidad, ni la bondad.

¿O tal vez sí? Piénsenlo bien, porque esa capacidad, en realidad, podemos tenerla todos. Tal vez no con una simple ojeada, pero sí prestando un poco de atención a lo que nos dicen nuestros escritores, nuestros presentadores de televisión, nuestros médicos de mentira y los candidatos a las elecciones. Esa capacidad para detectar bondad, inteligencia y honestidad se llama «pensamiento racional», y aunque no todos la tengamos en igual medida, podemos desarrollarla amando la lógica y leyendo libros de divulgación científica. Les puede parecer un procedimiento extraño, pero les garantizo que el resultado es casi indistinguible de detectar a los malos con un simple vistazo. Pruébenlo. Empiecen leyendo al viejo Isaac Asimov esta misma tarde.