Luna de alambre
Es una suerte que la naturaleza, tan sabia, no esté sujeta a las leyes de la moda. Aunque, esperen, ¿y si, en realidad, sí lo está?
Juan Carlos Ortega
¿Se imaginan que la naturaleza siguiera la moda? Me refiero a que las montañas, los lagos, las nubes y los océanos fueran cambiando en función de lo que se llevara en el Universo en ese momento.
Por ejemplo, tras un periodo de truchas en los ríos, llegaría una etapa en la que todo eso sería calificado con la poco acertada expresión «viejuno». De la noche a la mañana, esos peces saltarines serían sustituidos por otros cuya estética cuadrara mejor con la nueva tendencia establecida en el cosmos. Las puestas de sol, que durante milenios adornaban el final del día con tonos anaranjados, empezarían a quedar obsoletas, y en su lugar la naturaleza decidiría que el sol, tras unas horas brillando allí arriba, debería apagarse abruptamente.
Algo similar ocurriría con el viento, que dejaría de mover las hojas de los árboles, porque ese vaivén, ya anticuado, les parecería cursi a casi todos. El sonido de la lluvia variaría según las épocas; en ocasiones se parecería a una orquesta desafinada y otras veces sonaría como un ladrido de perro.
La moda no sería seguida solo en nuestro planeta, sino en todo el Universo. Habría épocas en las que las estrellas serían azules y en vez de calor irradiarían un frío espantoso. La forma espiral de las galaxias iría amoldándose a los tiempos, siendo a veces perfectamente cuadradas, o triangulares, o incluso con la forma de un zapato de tacón.
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Porque, claro, irremediablemente llegaría la vanguardia al cosmos. Después de millones de años de variaciones para encontrar la belleza, al Universo le daría por ser original y las cosas se pondrían muy extrañas. Cuanto más feo, más artístico, pensaría el Gran Diseñador. En su incansable afán de sorprender, los mares dejarían de reflejar la luz del sol, y en su lugar aparecerían horribles rectángulos grises flotando sobre las olas. Décadas después, hasta el mismo mar dejaría de existir, porque algo que gustó tanto a la gente no puede tener virtudes artísticas. «¡El mar es viejuno!», pensaría la naturaleza y lo sustituiría por una transgresora masa de excrementos. Sería imposible bañarse en verano, pero nos daría igual, porque veríamos más moderno transgredir que jugar alegremente con las olas, como hicieron de niños nuestros casposos tatarabuelos.
TRANSGRESIÓN Y BELLEZA
La luna, con la llegada del expresionismo abstracto, sería destruida sin piedad. En lo que siempre fue su órbita se instalaría una deprimente masa de alambres retorcidos.
Así, poco a poco, el Universo se transformaría en un lugar inhabitable. Con tal de darle la vuelta a las cosas, los planetas se convertirían en agujeros negros y los cometas en potentes bombas de neutrones.
Bien mirado, es una suerte que la naturaleza, tan sabia, no esté sujeta a las leyes de la moda. Aunque, esperen, ¿y si eso es precisamente lo que ocurre? ¿Y si el mundo que tenemos, tan espantosamente injusto, con esa manía suya de matarnos al envejecer, no fuera otra cosa que la llegada del arte abstracto al Universo? Por favor, naturaleza, deja de transgredir y confórmate con ser, simplemente, algo hermoso.
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