¡Les Luthiers! ¡Bravo!

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JUAN CARLOS ORTEGA

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Ya saben que a Les Luthiers les han concedido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Podrían haber recibido ese mismo honor en cualquiera de las otras categorías. El de las Artes, por ejemplo, puesto que son artistas, mucho más profundos que miles a los que todos consideran como tales. O Cooperación Internacional, porque pocos han logrado cooperar más y mejor para eliminar alrededor del mundo las tonterías que tenemos en la cabeza y que solo pueden verse con sus lupas.

Lo mismo podríamos decir de Ciencias Sociales, ya que de esta especialidad saben más que esos profesores alargados que no paran de equivocarse desde la mañana hasta la noche. El de las Letras, obviamente, porque sus textos son más sutiles y difíciles de crear que muchas gruesas novelas por las que sus autores reciben honores exagerados.

Hubieran merecido también el de la Concordia, porque la risa une, y su humor lo hace más que los aplaudidos discursos populistas que, con la excusa de la concordia, nos inyectan el odio que los define.

También el de Investigación Científica y Técnica, ya que el rigor de su obra, unido a la profundidad intelectual, consigue que aprendamos tanto del ser humano como con los trabajos más sesudos de los neurobiólogos.

Los premios Princesa de Asturias no tienen nada que envidiar a los Nobel. Y si no lo creen, esperen unos años. Son más abiertos en sus candidaturas e infinitamente más justos. Y, por si fuera poco, Felipe VI es más simpático que Carlos Gustavo de Suecia.

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Yo solamente he visto a Les Luthiers una vez sobre el escenario, y tuve la sensación de estar presenciando algo histórico. Antes de ocupar mi butaca, miraba a los demás espectadores y todos ellos acudían al teatro con una mezcla de respeto y desenfado. Esa combinación contradictoria es muy difícil de generar en el público. Algo así como entrar en el palacio de un Emperador sabiendo que es tu amigo de la infancia. Esa fusión de dos emociones casi siempre opuestas, la de respeto absoluto y la de total tranquilidad, solo puede provocarla el talento de verdad, ese en el que confiamos en la misma medida en la que nos hace sentir reverencia.

Un reconocimiento de esta altura a un grupo de humoristas nos debería alegrar a todos. Es cierto que en el mundo pasan cosas espantosas, pero cuando sucede algo bueno tenemos la obligación de expresar lo que sentimos. Después de todo, este premio nos advierte de que hay motivos para el optimismo.

Ahora les tocaría recibir el Premio Nobel. Hablemos con Bob Dylan y si a él no le hace demasiada ilusión, que no sufra, de verdad, que no se vea obligado a tener esa medalla en casa y se la pase a los argentinos. Así en Suecia sabrán quien es Johan Sebastian Mastropiero y ese país será más bonito todavía.

He ocultado intencionadamente una categoría de los premios en mi recuento. Y es que la única especialidad que tal vez no merezca Les Luthiers es la de Deporte. Pero, si quieren que les diga la verdad, eso me alegra enormemente.