HISTÓRICA ACTIVISTA VECINAL Y MILITANTE COMUNISTA
Maruja Ruiz Martos: «En todas las escaleras del barrio había alguien del PSUC»
Seguramente la recordarán porque Maruja rechazó la Medalla de Honor de la Ciudad que el alcalde Xavier Trias, allá por el 2011, se disponía a colgarle. La estruendosa cobra que esta mujer nacida en Guadix (Granada, 1936), criada en las barracas de la Diagonal y trasladada luego a Nou Barris le hizo a Trias en tiempos de recortes no fue más que el 'punch' mediático de 50 años de luchas que, en su caso, empezaron en el barrio, donde los vecinos arrancaron a dentelladas desde escuelas hasta semáforos -«aquí no hay nada que no haya costado trabajo, nena»-; siguieron luego tejiendo la telaraña clandestina del PSUC, y han continuado hasta hoy musculando las batallas vecinales.
Maruja -que vio como encarcelaban a su padre por anarquista y a su madre por ser su esposa, tras haberla rapado y paseado por el pueblo como escarnio- fue durante años una de las 'manos invisibles' del partido en el barrio. «La gente creía que era prostituta: me veían en las esquinas quedar con hombres, cuando, en realidad, eran camaradas a los que llevaba a reuniones clandestinas»,explica, sin desbaratar en ningún momento una enorme sonrisa.
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SECUESTRO DE AUTOBÚS
Su hoja de servicios prueba que en Nou Barris nunca han estado para tonterías: la detuvieron varias veces -«pero nunca pasé de comisaría»-; participó en el secuestro de dos autobuses, uno de ellos para desmentir a la compañía de transportes y demostrar que los vehículos sí podían subir hasta Torré Baró; y por la noche, junto a otros valientes, desmontó grúas para que no se construyeran pisos donde, tras 17 años de luchas, se inauguró, por fin, el Casal de Prosperitat.
Pero, quizá, su gesta más sonada, de manual 'suffragette', fue en 1976. Habían echado a su marido y a otros 1.800 trabajadores de Motor Ibérica y, tras una huelga con poca repercusión, lideró un encierro de 300 esposas e hijos de obreros en la iglesia de Sant Andreu del Palomar que acabó, a los 28 días, con un asalto policial. «La batalla se perdió, pero ganamos que muchas mujeres se politizaron».
CICLOSTILES EN EL SÓTANO
Un día, su marido y también camarada Nando Medialdea dijo que uno de los dos debía dejar el partido, que aquello requería muchas fatigas y peligros, y tenían una hija. «'Muy bien, vete tú', le contesté. Gregorio López Raimundo y 'el Guti' me repetían lo necesarios que eran mi marido y la lucha. 'Sí, soy consciente -les contesté-, por eso no la dejaré'. Un mes tardó mi esposo en volver al partido».
Maruja, que hacía ciclostiles en el sótano de una corsetería, conserva un fichero que recuerda que, antes de legalizarse, en «todas las escaleras del barrio vivía alguien del PSUC». ¿Y qué pasó luego? Es cierto, dice, que la lucha se desactivó, que «tragaron» con la monarquía y que los socialistas, en tiempo récord, les ganaron la partida. Pero también, añade, empezó a propagarse el «virus neoliberal». «En las huelgas de entonces, yo dejaba mi 600 en una esquina y, a la vuelta, estaba lleno de comida. Ahora, en cambio, cunde el conformismo. ¿Cómo aceptamos trabajar por horas? ¡Los jóvenes nunca se emanciparán! Las batallas cuesta mucho ganarlas", asegura esta mujer que sabe exactamente de lo que habla: cuando su marido perdió el empleo, solo encontró trabajo en el puerto, donde le pagaban con bolsas de comida congelada que ella, que se puso a limpiar casas, luego vendía entre el vecindario. "Hemos luchado y sufrido demasiado -añade- para que ahora nos lo estemos dejando perder».
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