FORMÓ PARTE DE UNA CÉLULA LABORAL DEL PSUC EN TELEFÓNICA

Agustín García Clavé: «Ni mi mujer sabía de mi lucha clandestina»

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NÚRIA MARRÓN

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Agustín, hijo de comunistas exiliados en la URSS, enrolarse en el PSUC le costó tres meses de calculados desplantes. «Cada semana me citaban en un lugar diferente y no aparecía nadie. Al final, un día vi a un conocido y, cuando lo saludé, me dijo que él era el camarada». Era 1969 y, una vez testado su compromiso, este trabajador de Telefónica al que llamaban 'el Ruski' -adivinarán que por su origen soviético- formó parte de una célula laboral, participó en la organización de huelgas, repartió octavillas y corrió lo suyo cuando, por ejemplo, cada 1 de mayo, «apenas 20 o 40 personas» se reunían para sacar las banderas antes de que cargaran los grises. Se dice pronto, pero Agustín vivía en clandestinidad en su propia casa. «Ni mi mujer, a la que conocí en una procesión, sabía que yo era del partido. No me lo reprochó nunca, porque fue una forma de protegerla: eran años durísimos y nos jugábamos el empleo e incluso la vida».

ABANDONADOS EN UZBEKISTÁN

Comprimir la vida de Agustín en una píldora de 50 líneas tiene su dificultad, pero ahí va un intento. Nació en 1941 en un koljó de Uzbekistán, donde su madre había sido evacuada ante el avance nazi a Moscú. Su padre, enrolado en el Ejército soviético, fue apresado y quemado en una hoguera. «Allí nos dejaron de la mano de dios, de los 10 bebés que éramos, solo sobrevivimos tres. Un día vino Enrique Líster a visitarnos, se escandalizó al ver nuestra situación y, tras enviar un informe al Comité Central, nos sacaron de aquel lugar en el que, de pura hambre, los exiliados llegamos a comer gatos, ranas y ratas».

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Su madre eligió Crimea, pero, tras sufrir un accidente a raíz del cual cayó gravemente enferma, Agustín, con 4 años, fue trasladado a una Casa de Niños cercana a Moscú en la que estaban los hijos de Palmiro Togliatti y Mao Zedong. «Vino una vez Dolores Ibárruri, me cogió en brazos y me dijo que mi padre había muerto como un héroe, pero que mi madre vendría a buscarme. ¡Qué solo me sentí aquellos cuatro años de espera!». Finalmente, la mujer, ya recuperada, y su nuevo marido, íntimo de Líster, fueron a recogerlo y se instalaron en Kiev. En 1957, «de pura nostalgia», volvieron a Barcelona.

CARRILLO Y EUROCOMUNISMO

Saltemos ahora 20 años en el tiempo, hasta la voz entrecortada de Alejo García aquel 'sábado rojo'. «Cómo nos abrazamos con mi madre y mi padrastro. Nos quitamos una losa de encima. La lucha era un orgullo, pero te hacía vivir en la desconfianza, acababas siendo huraño. ¿Se imaginan la alegría de salir a la calle sin esconder quién eras y descubrir a montones de camaradas en el barrio y en tu misma empresa?». Agustín, sin embargo, es muy crítico con el 'después'. Con el eurocomunismo ("era pura socialdemocracia), con Carrillo («no era comunista, sino carrillista») y con la forma en que aplastó «la oposición interna». «Se legalizó el partido a cambio de la monarquía y la paz social -critica-. Además, los grandes liderazgos acabaron con el debate en las bases». Él, que fue expulsado del partido por "prosoviético", ni se ha apeado de sus ideas ni cree que de todo aquello solo queden cenizas. «Si soplas, hay brasas. Las clases populares han descubierto que, en realidad, el Muro de Berlín cayó sobre sus cabezas. Yo soy optimista con los jóvenes que se politizaron en los casales okupas y juveniles, algunos de los cuales están ahora en las instituciones. Sí, yo noto las ganas de cambio».