La URSS sigue latiendo con fuerza

La Rusia de Putin es un país que se siente humillado y se agarra a los símbolos del pasado soviético. El líder del Kremlin lo aprovecha para monopolizar la interpretación de la Historia de la URSS.

Un soldado soviético observa desde su tanque el Parlamento, en agosto de 1991.

Un soldado soviético observa desde su tanque el Parlamento, en agosto de 1991.

MARC MARGINEDAS

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No es posible dar dos pasos en Moscú sin darse de bruces con algún vestigio de la URSS, ese mosaico de pueblos y naciones que sucedió al imperio zarista tras la revolución bolchevique en 1917 y que durante ocho décadas protagonizó uno de los experimentos políticos más atrevidos jamás iniciados, intentando crear un país idílico en el que no existieran ni las clases sociales ni la propiedad privada.

Desde las solemnes estatuas de bronce representando a obreros, escritores, campesinos, aviadores y soldados, talladas por el escultor Matvey Manizer, que apuntalan los arcos de mármol amarillo en la estación de metro Plaza de la Revolución, hasta las 'Siete Hermanas', los rascacielos de estilo estalinista levantados durante los años 40 y 50 en diversos puntos de la capital, una infinidad de rincones urbanos sigue evocando ese intervalo de tiempo en el que el país rompió con su pasado y cambió el curso de la Historia.

RECUPERAR VESTIGIOS

Ha transcurrido un cuarto de siglo desde su desenlace en diciembre de 1991, pero los contornos de la era soviética que se barruntan en la Rusia del siglo XXI van más allá de la arquitectura y la escultura. El actual liderazgo ruso ha recuperado muchos de los vestigios de aquella época, dándoles un nuevo sentido en la simbología, las mentalidades y los comportamientos sociales, una ambición que fue explicitada en 1999, durante su primer discurso ante la Duma Estatal (cámara baja del Parlamento) por un joven de 47 años desconocido para el gran público llamado Vladímir Vladimírovich Putin: "Rusia ha sido un gran poder durante siglos, y lo sigue siendo".

La primera muestra de esa voluntad restauradora se materializó al poco de asumir Volodia la presidencia del país, un día de mayo del 2000. Antes de acabar ese año, el legislativo ruso aprobó una propuesta para recuperar el antiguo himno soviético, escuchado en infinidad de ocasiones en acontecimientos internacionales y competiciones deportivas, y cuya melodía, a diferencia de la anodina cadencia musical compuesta por Mijaíl Glinka en el siglo XIX e implantada por Boris Yeltsin tras ser arriada del Kremlin la bandera con la hoz y el martillo, estimulaba el patriotismo ciudadano.

'SAGRADA' NACIÓN

La letra, eso sí, debió ser revisada y actualizada para unos tiempos en los que la URSS oficialmente había dejado ya de existir. En vez de loar a la "unión indisoluble de repúblicas libres", tal y como proclamaba la marcha musical soviética en sus primeras estrofas, la nueva versión aclama a la "sagrada" nación rusa "protegida por Dios", todo un síntoma de que el ateísmo de Estado de la era comunista había sido olvidado en un cajón de la Historia.

A medida que el presidente Putin consolidaba su poder y silenciaba a las voces críticas, los ciudadanos rusos, como un acto reflejo, han ido desempolvando modos de hacer y actitudes propias del siglo pasado. En 1989, un grupo de sociólogos concluyeron que el denominado homo sovieticus, un término que definía a un individuo caracterizado por la apatía, la falta de iniciativa y el conformismo ante la corrupción y los abusos de poder, consecuencia de décadas de totalitarismo comunista, se encontraba en recesión. Dos décadas más tarde, los mismos expertos certificaron, no solo que el homo sovieticus no había desaparecido, sino que durante el mandato de Putin había mutado y adquirido nuevas características, tales como el cinismo y la agresividad.

UNA PRIORIDAD DEL GOBIERNO

El monopolio del Estado en la interpretación de la Historia de la URSS constituye toda una prioridad para el Gobierno de Putin, empeñado en construir una nueva identidad nacional rusa con innumerables rescoldos del pasado. En abril, el jefe del Estado anunció la creación de la Fundación para la Historia de la Patria, con "el objetivo de popularizar la Historia rusa, tanto en casa como en el extranjero, salvaguardando la herencia histórica y las tradiciones de los pueblos". En otras palabras, lo que el líder del Kremlin pretendía era que, a partir de ese momento, el Estado fuera el que estableciera cánones y valoraciones históricas.

No se trataba de una iniciativa aislada. Dos años antes, una ley aprobada por el Parlamento había criminalizado "la difusión intencionada de información falsa sobre las actividades de la Unión Soviética durante la segunda guerra mundial", pese al alud de críticas de muchos historiadores. "Esta ley amenaza con tener efectos desestabilizadores (léase radicalizadores) en la identidad nacional rusa", protestó entonces Iván Kurrilla, profesor de la Universidad Europea de San Petersburgo.

Como consecuencia de todas estas iniciativas, el Estado ruso está alumbrando y dando cobertura a aberraciones históricas, elevando propagandísticas leyendas bélicas a la categoría de hechos históricos y eliminando de un plumazo a quienes osan alzar la voz en contra de semejante revisionismo. Un buen ejemplo de todo ello es el reciente estreno de la película 'Los 28 hombres de Panfílov', financiada por el Gobierno, que relata la historia de una división del Ejército Rojo capitaneada por Iván Panfílov durante la segunda guerra mundial, y que supuestamente combatió a los invasores nazis en 1941 en los alrededores de Moscú hasta la aniquilación de todos sus miembros. 

INVENCIONES

Sin embargo, una investigación realizada en 1948 concluyó que los hechos habían sido exagerados e incluso "inventados" por un periodista del diario 'Krásnaya Zvezda' con el objetivo elevar la moral y transmitir el mensaje a los soldados soviéticos de que debían combatir hasta la muerte en el frente. En junio, Serguéi Mironenko, director del Archivo Estatal Ruso, calificó de "mito" la historia, lo que le valió, no solo la reprimenda del ministro de Cultura, Vladímir Medinski, sino su relevo al frente de la institución.

Intelectuales y periodistas se preguntan por qué, un cuarto de siglo de su disolución, el legado soviético sigue ejerciendo una influencia tan poderosa en la Rusia actual, un caso que contrasta con el exitoso proceso de desnazificación que vivió Alemania tras la contienda mundial. El periodista y novelista ruso-americano Keith Gessen tiene una respuesta: "La URSS duró mucho más que el régimen de Hitler;  y en Rusia en los 90, cuando la Unión se extinguió, nadie recordaba cómo era el país antes de la llegada del comunismo, a diferencia de Alemania".

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