25 AÑOS SIN FREDDIE MERCURY

Freddie Mercury: de estrella a leyenda

Hace 25 años, el 24 de noviembre de 1991, moría Freddie Mercury, cantante del grupo británico Queen y una de las estrellas más carismáticas y rompedoras de la era clásica del rock. El tiempo ha corrido a favor de su figura única, de múltiples perfiles e influyente en el pop actual.

POR JORDI BIANCIOTTO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La mayoría de las estrellas musicales de los años 70 están asociadas a un estilo, una tendencia, una estética, pero Freddie Mercury los sobrevoló todos con sus aires imperiales y su punto de farsa y cartón piedra, imponiendo su figura de extremos, luciendo una voz bella y salvaje y colando a través del kitsch mensajes de liberación sexual en el justo centro del mainstream. Han pasado 25 años desde su llorada muerte y se diría que el tiempo ha jugado a su favor agrandando su aura.

La caída del telón no pudo ser más desalentadora: 48 horas antes de morir, a través de un comunicado, Mercury daba la razón a todos los tabloides británicos que llevaban meses, años, desde 1986, especulando sobre su salud y deslizando la palabra 'aids', sida, en los artículos. Sí, se había sometido a controles de sangre y sí, era portador del virus, y en la nota añadía su intención de seguir manteniendo su circunstancia vital en la esfera privada.

No tuvo mucho tiempo. La noche del 24 de noviembre de 1991 expiraba, técnicamente, por causa de una bronconeumonía, y tres días más tarde su funeral, por el rito zoroástrico (herencia de su cultura familiar de raíces persas en la India y Zanzíbar, donde creció), reunía a los compañeros de Queen, a Elton John y a Montserrat Caballé, que cantó una aria de Verdi.

DISCO PREMONITORIO

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"El cantante represent\u00f3\u00a0","text":"la separaci\u00f3n entre artista y p\u00fablico, el icono y la realidad terrestre"}}

En el panteón de los álbumes que desprenden mensajes premonitorios sobre la cercanía de la muerte, de tan lúgubre actualidad últimamente vistas las obras póstumas de David Bowie y Leonard Cohen, es posible abrir un espacio, plantar una bonita lápida, para 'Innuendo', de Queen, publicado meses antes, en febrero de 1991. Una obra que desprende mensajes inquietantes en la propia pieza que le da título, con sus invocaciones a Dios, sus interrogantes sobre "si hay alguna razón para vivir y morir" y su conclusión de "seguir intentándolo hasta el fin de los tiempos". Por no mencionar la simbólica 'The show must go on', hecha a medida por el guitarrista del grupo, Brian May, y la melancólica 'These are the days of our lives', aportada por el batería, Roger Taylor. El duelo anticipado era asumido aquí por una banda en pleno, haciendo suya la tragedia que vivía su amigo.

En vida, Freddie Mercury dividió opiniones: genio o esperpento, creador genuino u oportunista. Una percepción tibia, desigual, que contrasta con el estatus mayestático del que hoy disfruta. La muerte cambia muchas cosas, aunque el interfecto ya no pueda cerciorarse de ellas. Pero es cierto que sus cambios de chaqueta al frente de Queen, del rock duro a la música disco a través del homenaje al bel canto, el rockabilly y el pop electrónico, inspiraron miradas de desconfianza en el periodismo musical. Así como David Bowie parecía adelantarse a las tendencias, Queen daba la impresión de montarse en ellas al galope, a toque de silbato del mercado de tendencias, y a diferencia de aquel, los coqueteos con géneros diversos podían convivir en el interior de un mismo álbum.

CAMINOS INDISOCIABLES

Sí, claro, hablar de Mercury es hablar de Queen: sus caminos son indisociables y él fue, al fin y al cabo, quien bautizó al grupo allá por 1970. Una ocurrencia que hizo arquear las cejas a sus socios. "¿Reina? ¿No suena eso un poco gay?". Hay que pensar que hacía solo tres años que el Reino Unido había despenalizado la homosexualidad. Pero la adopción de ese nombre fue dar carta blanca a la expresividad de la banda. Llamándose así, cualquier ocurrencia podía formar parte del guion. Y para Mercury era tentador inventar un espacio de expresividad sin límites, un medio con el que evadirse de una cotidianidad tirando a sombría.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Sus canciones representan\u00a0","text":"una idea de libertad llevada hasta las \u00faltimas consecuencias"}}

El joven cantante, cuyo nombre real era Farrokh Bulsara, era hijo de diplomático y había crecido en un ambiente refinado, en buenos colegios, entre Bombay y Zanzíbar, al calor de la administración británica. La sangrienta revolución que en 1964 vivió este último territorio, actualmente integrado en Tanzania, forzó a la familia a huir e instalarse en Gran Bretaña, y el adolescente Farrokh se vio viviendo en el ambiente industrial de Feltham, zona suburbial al oeste de Londres. Queen fue su forma de construir una realidad paralela mucho más interesante, y Freddie Mercury, el personaje con el que canalizar todas sus fantasías, incluidas aquellas que tenían que ver con una condición sexual vivida entre la prudencia y la represión.

EL MENSAJERO DE LOS DIOSES

Mercurio era nada menos que el mensajero de los dioses en la mitología romana, y la adopción presagiaba esa conversión del personaje en una especie de divinidad. Ahora que tanto se habla de romper barreras entre artista y público, él representaba exactamente lo contrario: el icono situado un peldaño por encima no solo de la audiencia sino del plano terrenal en su conjunto, asumiendo la misión de suministrar al mundo un irresistible sistema de fascinaciones.

Que se expresaron en su más temeraria amplitud con la canción 'Bohemian rhapsody', seleccionada como primer single del cuarto álbum de Queen, 'A night at the opera' (1975). Una locura: la canción duraba casi seis minutos a base de abracadabrantes juegos corales, secuencias de piano bar decadente, guiñol del otro lado del espejo, épica rockera pasada de vueltas y solos de 'guitar hero'. Inviable para la radio, le dijeron a Mercury, el autor. Su respuesta fue doblar la apuesta y acompañar la canción de una filmación, un proto-videoclip que hoy cuenta con 301 millones de visionados en YouTube.

Hay quien ha visto en 'Bohemian rhapsody' el símbolo de la asunción de la homosexualidad de Mercury. Con esa idea juguetea la periodista británica Lesley-Ann Jones en el potente acercamiento al personaje de 'Freddie Mercury. La biografía definitiva' (Alianza Editorial, 2012), donde cree ver en la pieza "una alegoría del nuevo y liberado Freddie que mata al viejo personaje y se regocija en su nuevo ser, oculto hasta entonces, pero finalmente revelado", apunta citando a un amigo del cantante, Frank Allen, del grupo The Searchers. "Pero podría ser algo totalmente distinto", añade.

AL AMPARO DEL GLAM ROCK

La condición de gay nunca se produjo de un modo explícito, a lo George Michael. Eran otros tiempos. Pero, poco a poco, Mercury fue soltándose, primero valiéndose de la cobertura estética que le dio el glam rock, al que se acercaron sus amigos David Bowie y Elton John, género que jugaba con el ingrediente de la ambigüedad sexual. Y más tarde, incorporando en su personaje elementos de la cultura gay importados de Estados Unidos.

A finales de los 70, en un club de Nueva York vio actuar a Village People y se fijó en uno de los miembros, llamado Glenn Hughes, que iba vestido de motero de cuero negro con gorra, cadenas y un rotundo mostacho. Un perfil inspirado a su vez en la moda que venía de la meca gay de la otra costa americana, de San Francisco, y que correría en paralelo a la línea estética cultivada por Rob Halford, cantante del grupo de heavy metal Judas Priest, que años más tarde saldría del armario. Mercury hizo suyo a su manera, a partir de entonces, aquel uniforme corporativo lanzando un guiño identificable al acto por el club del arcoíris.

Dar a entender su condición sexual tuvo un precio: el mercado estadounidense generó anticuerpos con Queen en los primeros 80. El vídeo de 'I want to break free' (1984), donde salía vestido de ama de casa manejando una aspiradora, fue vetado por la entonces muy poderosa MTV y por otras cadenas del país, suspensión que estuvo vigente hasta 1991.

PROYECCIÓN DAÑADA

Que la clase media norteamericana descubriera que el cantante de Queen era homosexual no era lo más conveniente para la proyección comercial de la banda, y como apunta en el libro de Jones un antiguo directivo de EMI, Brian Southall, "uno podía ser tremendamente vanguardista en Nueva York o en Los Ángeles, pero más le valía no intentar serlo en Kansas".

Pero, aunque su proyección en Estados Unidos quedó dañada, y pese a que Mercury pasó por alto algunas oportunidades que podrían haberle dado más empaque comercial (el frustrado dúo con su amigo Michael Jackson en 'State of shock', que acabó llevándose Mick Jagger), el signo de los tiempos corrió a su favor.

Y 25 años después de su desaparición, la obra del cantante, con Queen o en sus breves incursiones en solitario o con Montserrat Caballé, son símbolo de un libre albedrío llevado hasta sus últimas consecuencias. Canciones como 'Don't stop me now' transmiten esa idea de libertad, como ha afirmado el diputado socialista Miquel Iceta, que se soltó a bailar esta pieza en un acto de la campaña de las elecciones al Parlament de Catalunya del año pasado.

Queda el reflejo de un Freddie Mercury que se envolvió de su personaje para ocultar o disimular sus carencias más íntimas, un clásico del espectáculo. Como dio a pensar en su teatral versión de 'The great pretender', el viejo éxito de The Platters, que grabó en 1987. "Oh, sí, soy el gran farsante / Fingiendo que me va bien / Mi necesidad es tanta que aparento demasiado / Estoy solo pero nadie se da cuenta".