Oriol Bohigas: «La clase alta mostró por primera vez su disconformidad»

NÚRIA NAVARRO

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A las 11.45 del tercer día, justo cuando la policía rejoneada por Creix entró porra en mano, Oriol Bohigas, encargado de cátedra en la facultad de Arquitectura, daba una conferencia sobre cómo hacer urbanismo moderno en Barcelona (una tapa de aquella ciudad olímpica en la que intervendría). La sala estaba abarrotada.

DORMIR EN EL SUELO

"Era emocionante ver unidos por primera vez en la protesta a intelectuales de la talla de Rubió o Espriu y a activistas universitarios", dice, admitiendo que los de su ramo se habían reunido varias veces sin éxito con la idea de montar una agrupación de arquitectos para el progreso y la libertad. "En Sarrià había una cierta euforia de que aquel encierro lo cambiaría todo". Y eso que Bohigas, que entonces vivía en la calle de Calvet, durmió por primera vez en el suelo.

También era la primera vez que la clase media y alta mostraban su disconformidad. "Pero no éramos muchos, la verdad –matiza el arquitecto–. A la hora de hablar todos eran antifranquistas, pero a la de actuar, éramos cuatro gatos". 

Bohigas le cayó una multa de 100.000 pesetas. Pudo volver a la universidad, pero al cabo de unos días le expulsaron. Se presentó a oposiciones, las ganó pero, como se negó a firmar la adhesión al Movimiento, se lo quitaron de encima por segunda vez. "Aquello no era muy heroico, comparado con las penas que pasaron grandes eminencias de la República", resta importancia.

TORTILLA CON LA CAPMANY

Poco después, circuló una foto de un homenaje a Jordi Rubió, en cuya presidencia tomaron asiento Maria Aurèlia Capmany y él. Como estaban en una punta, "casi cogidos del tablero", y la imagen estaba cortada, la policía fue a buscar a todos menos a ellos. "No sé cómo se dieron cuenta de que los dos estábamos también y nos metieron entre rejas cuando ya habían liberado a los demás". La sensación de desamparo fue total, asegura. "Recuerdo que nos partimos una tortilla que trajo mi mujer de un bar vecino, malísima. Y oí a Maria Aurèlia gritar al otro lado del pasillo: ‘Oriol, em sembla que la truita ens l’envia el propi Creix’". El humor –como tantas otras veces en su vida– le aligeró el abatimiento. Al poco, con el dictador agonizante, lo ejercería a pierna suelta en la calle Tuset y en Cadaqués.