el paisaje paso a paso

El caminante incansable

A sus 75 años, da la impresión de que Ernest Costa i Savoia nunca ha dejado de caminar. Ha recorrido todos los caminos de Catalunya, Mallorca y el País Valenciano, eso sí, siempre con la libreta y la cámara a punto.

Ernest Costa i Savoia, el caminante incansable

Ernest Costa i Savoia, el caminante incansable

XAVIER MORET

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«La afición de caminar me viene de casa», me dice Ernest Costa i Savoia, de 75 años, en Fontcoberta (Pla de l'Estany). «Mis padres tenían una percepción especial del territorio y, de niño, me marcó mucho ir con ellos, ya que no solo veíamos paisajes si no que también conocíamos personas. A los 13 años empecé a organizar salidas por mi cuenta y más adelante me di cuenta de que nos habían secuestrado el país y que tenía que recoger todo lo que veía en mis excursiones».

La afición que tiene a caminar para conocer la razona Costa diciendo que a él, que es hijo de Bescanó, en la escuela nunca le hablaron de la Crosa de Sant Dalmai, el volcán que hay cerca del pueblo. «Me hablaban del Chimborazo, pero no de este volcán», se queja. «Me di cuenta de que yo podía ayudar contando lo que veía en mis excursiones, ya que, además del territorio, también nos habían secuestrado las palabras, que sirven para contar el territorio».

«Caminar es, por una parte, sentirte libre», reflexiona, «pero también sirve para conocer la tierra. Si mientras caminas te preguntas el por qué de lo que tienes delante, resulta mucho más enriquecedor».

EL MUNDO RURAL

Es este espíritu inquieto y curioso el que ha hecho conocer a Costa miles de paisajes y personas. Cuando le pregunto si el mundo rural tal como lo hemos conocido está en las últimas, me responde categórico: «Totalmente. Una de mis manías es saber cómo se movía la gente del territorio. En muchas comarcas ya no queda nadie que te lo cuente; en otras, quedan muy pocos. En Arnes, por ejemplo, tenía controladas las personas que lo sabían. En tres años se han muerto todas… Te estremeces cuando vas a un lugar y te encuentras con esto».

«Siempre ha habido un salto de generación en generación», continúa. «El mundo cambia y es lógico que lo haga, pero en el campo había una cultura milenaria que procedía de los romanos y que ahora se ha decapitado de raíz. En poco tiempo los coches, los tractores y otras modernidades le han dado la vuelta. Lo que no podamos recoger ahora, ya no podremos recogerlo nunca más».

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Entre los muchos libros que ha publicado Ernest Costa i Savoia, hay uno sobre la transhumancia. «He hecho tres viajes completos con transhumantes, y otros a trozos», señala. «Esta actividad también va a la baja, pero aún queda gente que la practica. Los que quieren al rebaño, prefiere ir a pie con él a meterlo en camiones».

En otro libro que se publicará muy pronto, Costa recoge las neveras de las comarcas de Girona. «Quedan unas ochenta», apunta, «y en los Països Catalans calculo que hay unas 600. Hace unos pocos años aún podía conversar con gente que había trabajado en ellas. Ahora ya no… En Sant Feliu de Codines estaba el viejo de Can Carabrut que lo sabía todo. Murió y todo aquel raudal de información se ha perdido. Es una pena. Piensa que somos la última generación que vemos la vida del campo. Se va muriendo la gente de las masías que aún recuerdan los nombres, las fuentes…».

ÁRBOLES MONUMENTALES

Cuando habla de los árboles monumentales de Catalunya, a Ernest Costa se le ilumina la mirada. Cita las encinas reclamadoras que hay cerca de su casa, en Fontcoberta, que los payeses podaban para poder cazar tordos, el olivo centenario de Horta de Sant Joan y el Roure Gros de la Xuriguera, en el santuario del Far. «Afortunadamente, aún quedan muchos», concluye, «pero hay que cuidarlos».

Entre los oficios rurales, recuerda Costa que ya no queda gente que haga pipas, ni carboneros, galocheros o boteros. En cuanto a las fuentes, lamenta que muchas ya han dejado de manar. «La gente se ha ido de la montaña y nadie las limpia», dice.

Para luchar contra este olvido, y para rescatar palabras que corren el riesgo de perderse, Costa sigue saliendo de excursión, a veces a pie y a veces en su 4x4, equipado con una cama. «No sabes la libertad que me da esto», suspira. «Yo no sabría dormir en un hotel que hubiera tenido que programar unos días antes. Cuando salgo de viaje, nunca sé dónde pasaré la noche. Viajar es dejarse llevar, dejarse sorprender y pegar la hebra con la gente».

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