LA TRAGEDIA DE LOS MENORES DESAPARECIDOS

Niños invisibles

En la Europa de siglo XXI, hay miles de niños migrantes y refugiados de los que se ha perdido la pista. ¿Qué ha ocurrido con ellos? ¿Han muerto? ¿Se han fugado? ¿Han caído presa de las mafias?

Un grupo de niños,  en la frontera de Macedonia con Serbia.

Un grupo de niños, en la frontera de Macedonia con Serbia.

IRENE SAVIO

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En un callejón miserable de Termini, la estación de trenes de Roma, un grupo de egipcios que parecen adolescentes -delgadísimos, envueltos en ropas agujereadas y sucias- se intercambian fajos de dinero y bolsitas de plástico transparente. Es pleno día y ahí hay droga. La escena, captada por las cámaras de la policía en el pasado verano, dio paso a una investigación que aún sigue en curso y que también habla de explotación sexual. Esos chicos, desembarcados meses antes en el sur de Italia, son algunos de los 1.239, en su mayoría de la misma nacionalidad, volatilizados hasta junio del año pasado, según los registros del Ministerio del Trabajo italiano. «Estos chicos están en riesgo de caer bajo graves formas de explotación [trabajo ilegal, prostitución y abuso sexual]», indicó recientemente, denunciando el mismo fenómeno, el Ayuntamiento de Roma. Son una parte de los menores migrantes y refugiados desaparecidos de Europa. Los que nadie sabe dónde están. Los niños invisibles.

Europol, la agencia de policía y fuerzas de seguridad de la Unión Europa (UE), fue la que la pasada semana abrió la caja de Pandora. «Siendo conservadores, la estimación es que existen 10.000 menores que han desaparecido tras su llegada a Europa», dijo el jefe de personal, Brian Donald, una cifra que todavía ahora nadie sabe de dónde sale. En Italia, sin embargo, el órdago no extrañó.

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Las incógnitas sobre el destino de miles de niños, circunstancia denunciada reiteradamente en estos últimos tiempos por las ONG locales, incluso es conocida por la Oficina de Personas Desaparecidas del Ministerio de Interior de Roma. Desde 2008 hasta marzo pasado, esa fuente registró la desaparición de 25.070 menores extranjeros, de los cuales 11.568 nunca han vuelto a aparecer. Mientras que Penelope, otra de las principales asociaciones de desaparecidos en Italia, denunció que en 2015 tan solo en Sicilia se perdió el rastro de 2.130 niños migrantes.

CIFRAS DIFÍCILES DE CALIBRAR

Lo cierto es que el fenómeno es difícil de calibrar. El problema es que no existen investigaciones completas, ni bancos de datos, sobre la cifra de niños migrantes y refugiados que, en coincidencia con las llegadas masivas de personas a Europa, desaparecieron ya llegados o en su viaje hacia el viejo continente. Porque las circunstancias son complejas de reconstruir, la coordinación europea es insuficiente y, sobre todo, no existe un sistema internacional eficaz para rastrear a estos niños. No todos, desde luego, están muertos o han sido captados por mafias. «En el caso de sirios, somalíes y eritreos, muchos han abandonando Italia en la clandestinidad, para llegar principalmente a Alemania. Lo hicieron así por culpa de la burocracia y del [reglamento] Dublín III, que impide reunificarse a sus familias en tiempos breves y elegir dónde vivir», dice Viviana Valastri, de la sección italiana de Save The Children. «En muchos casos, los menores fueron rescatados por la Marina italiana y llevados a los centros de acogida, pero una vez allí se fugaron», confirma Tareke Bhrane, de la asociación 13 de octubre.

Pero, ¿cómo pudieron escaparse? «Nuestros hogares de acogida no son cárceles, no tenemos ni el personal ni la facultad de impedirles que se vayan. Tan pronto entran en nuestros centros ya tienen un número de teléfono al que llamar y, aterrorizados por los traficantes [que los han transportado a Europa], cumplen sin discutir con las órdenes que recibieron», explica Simona Fernández, del centro Salam de Taranto (Sicilia), del cual desaparecieron 407 de los 850 menores acogidos entre 2014 y 2015. En efecto, son muchos los relatos de familias que coinciden en que, con tal de que los niños lleguen a Europa, se comprometen a pagar miles de euros, que los chicos tienen que devolver a los traficantes una vez llegados. Así, solos en tierra ajena, los menores pueden terminar las garras de las mafias. «La explotación laboral es la más recurrente», indica la portavoz de ACNUR en Italia, Carlotta Sami.

LOS TRAFICANTES

Según las pesquisas policiales, los traficantes son de los países de origen de los menores y, en varios casos, del norte de África. Y hay trato diferente según la edad, el sexo y la nacionalidad. De acuerdo con varias reconstrucciones, las adolescentes subsaharianas, y en particular las nigerianas, caen a menudo presas de redes de prostitución. «De los egipcios -dice Valastri- tenemos pruebas fehacientes de que, del sur llegan a grandes ciudades italianas, como Turín, Milán y Roma, para trabajar en negro para comerciantes de frutas y verduras». También son empleados en el sector de la construcción, en pescaderías, en autolavados y en restaurantes chinos, donde, de acuerdo con las ONG, les pagan incluso un euro y medio la hora y por hasta por 12 horas de trabajo.

No obstante, entre los desaparecidos, en realidad, también están los ahogados en el mar, cuyos cadáveres no han sido hallados o identificados. Mohammad y Jenen Ali, niños de Damasco de 9 y 11 años, cuya tía a través de una ONG italiana se puso en contacto con este diario durante la elaboración de este reportaje, son dos de ellos. Según el relato de esta pariente, se perdieron durante un naufragio en 2013, después de que su barcaza se hundiese, con sus padres también a bordo en el canal de Sicilia. Sus cadáveres nunca fueron encontrados. 

Tampoco se hallaron los de los dos hijos de Refaat Hazima y Feryal Al Saleh, también sirios y originarios de Damasco y quienes han contado cómo perdieron el rastro a sus pequeños durante una trágica operación de rescate. «La Marina maltesa rescató a los adultos; la italiana, a los niños. Había tanta confusión...», explicó Refaat, quien ahora está en Alemania pero no se resigna a la pérdida. Incluso dice habe visto a uno de sus hijos en un vídeo de un rescate. 

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Y eso que Italia ha sido, en este caso, solidaria. Incluso con los muertos. El Gobierno de Matteo Renzi encargó a una oficina del Ministerio de Interior y a un ultramoderno laboratorio de Antropología forense, el Labanof de Milán, identificar a los cadáveres hallados, haciendo pruebas de ADN y otros estudios científicos. Pero no ha resultado tarea nada fácil. El gasto para identificar a los cadáveres, la dificultad en encontrar y comunicarse con familiares de los fallecidos y, más aún, la indiferencia de la opinión pública europea, han dificultado enormemente el trabajo de este equipo y son todavía muchos los cuerpos sin nombre. 

PANCARTA CON ANUNCIOS

Por supuesto, ante estas circunstancias, las incógnitas no desdibujan el panorama completo, ni Italia es un caso único. En la estación de trenes de Viena –por donde pasan miles de refugiados que se dirigen al norte de Europa–, ya en el pasado otoño apareció una pancarta con anuncios de refugiados que han perdido a los suyos durante el viaje. En Croacia, oenegés como Human Right Watch, han denunciado el caso de menores que se perdían durante las catastróficas operaciones de identificación en los campos de refugiados, en las que hombres, mujeres e incluso niños llegaban a menudo separados. En Grecia, donde la policía no da abasto, la situación es tan dramática que desborda todas las cifras. 

Los temores, justificados, de familiares y onegés son múltiples. «Hemos escuchado casos horribles de niños obligados a mantener relaciones sexuales con los traficantes a cambio de pagar su viaje», declaraba el pasado octubre Melissa Fleming, portavoz internacional de la ACNUR.