Perfil de Víktor Orbán

Víktor Orbán, la cara oscura de Europa

Su conservadurismo autoritario y la severa gestión de la crisis de los refugiados han convertido al primer ministro húngaro en el mandatario más controvertido de la Unión Europea

Orbán, el domingo, antes de dirigirse a sus seguidores.

Orbán, el domingo, antes de dirigirse a sus seguidores.

CARLES PLANAS BOU / BERLÍN

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Hungría se ha convertido en una pesadilla para miles de refugiados que intentan llegar al corazón de Europa y detrás se encuentra la implacable mano de Víktor Orbán. El controvertido primer ministro húngaro ha estado en el centro de todas las miradas por su dura gestión de la crisis migratoria que azota al continente, respondiendo con un discurso beligerante y etnicista y recurriendo al Ejército y al alambre de espino. «Tenemos el derecho de no querer vivir junto a comunidades musulmanas», llegó a sentenciar. Sus medidas han sido un dolor de cabeza para la Unión Europea, pero no una sorpresa.

Víktor Orbán (Alcsútdoboz, 1963) siempre ha sido un líder carismático. Desde joven canalizó su ferviente anticomunismo a través de la política. El 1988 fundó la Federación de Jóvenes Demócratas (Fidesz), un movimiento juvenil al que acabó llevando al frente del país en 1998. Instalado en el poder con tan solo 35 años, se convirtió en el dirigente más prematuro del momento. Su breve primer mandato estuvo marcado por la estabilidad económica que impulsó la entrada del país en la OTAN, pero el mandatario dejó pinceladas de su coqueteo con el nacionalismo irredentista. En el 2001 impulsó la ley del estatus, con la que promovió la regularización de los magiares, el grupo étnico mayoritario en Hungría, que vivían en países vecinos. Budapest les abrió la puerta y les dio facilidades para encontrar trabajo, algo que no ha hecho ahora con otras etnias y culturas.

Del 2002 al 2010 vivió una larga y frustrante travesía por el desierto de la oposición. Su derrota le lanzó a la derecha, hacia un discurso más populista en temas económicos y sociales y más visceral contra el Gobierno socialista y la inmigración. Lejos del poder, fue nombrado vicepresidente del Partido Popular Europeo y apoyado por dirigentes como de Aznar y Berlusconi primero y de Sarkozy y Merkel más adelante.

CHOVINISMO HÚNGARO

En el 2004, Hungría entró a formar parte de la Unión Europea y Orbán no tardó en aprovechar su ambigüedad sobre el tema. Su desconfianza y escepticismo con respecto a Bruselas, reforzado por su cada vez más acentuado chovinismo húngaro, dejó claro que no estaba dispuesto a sacrificar su soberanía nacional en aras de satisfacer a Europa. El acercamiento a la Rusia de Vladímir Putin y, sobre todo, la crisis de los refugiados han escenificado de nuevo esa falta de sintonía.

En el 2010 Orbán volvió al poder con un golpe de autoridad y consiguió la mayoría absoluta más abrumadora en los 20 años de democracia del país. Su figura siempre ha ido ligada a los tics autoritarios con las minorías étnicas, la oposición y la prensa. La fuerza parlamentaria obtenida en los comicios dio vía libre a Orbán para aplicar políticas conservadoras y restrictivas. Como conjeturó años antes, «el éxito viene de la fuerza, no de la cooperación», un lema del que ha hecho bandera. Su arrogancia en la toma de decisiones arrojó a la población a las calles. En el 2012, miles de personas criticaron al Gobierno por sus retrógradas modificaciones en la Constitución que incluían una reforma partidista de la ley electoral y aspectos sociales como la oposición al aborto y al matrimonio homosexual. «Orbán y sus secuaces han convertido a Hungría en la cara oscura de Europa», criticó entonces el parlamentario socialista Tibor Szanyi. A finales del 2014, se repitieron las marchas para acusar a Viktator, apodo que recibe por su abuso de poder, de tapar la corrupción e intentar restringir la libertad de expresión.

Con el dramático éxodo de refugiados que desembarca en Europa en primera plana, Orbán se ha alzado como la voz más implacable en el continente. Amparándose en una retórica belicista, el primer ministro ha equiparado la llegada de refugiados a un choque de culturas, evocando a las guerras en la región contra el imperio otomano. Por eso ha reiterado la condición musulmana de la mayoría de los recién llegados y ha exacerbado las posturas más radicales. Orbán quiere una Europa cristiana y tradicional, donde nadie dicte a Hungría lo que debe hacer. «No hay que avergonzarse de ser fuerte ni pretender que todos somos iguales», confesó recientemente. La crispación vivida en las últimas semanas le llevaron a acusar a Alemania de ser la causa de la «amenaza migratoria». Siguiendo su línea, Orbán respondió colocando una valla a lo largo de la frontera con Serbia que ahora se plantea extender hacia Croacia y Rumania. Alambre de espino y el Ejército para hacer frente a la peor crisis de refugiados que vive el continente en más de dos décadas. Todo eso ha hecho de Víktor Orbán, el mandatario más controvertido de la Unión Europea.