LA LUCHA POR EL TÍTULO DE LA NBA

Ricky Rubio, en la tierra prometida

Ricky Rubio, en acción, en un partido de esta temporada con los Jazz

Ricky Rubio, en acción, en un partido de esta temporada con los Jazz / periodico

Luis Mendiola

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Ha sido un largo peregrinaje. Un camino repleto de obstáculos y sinsabores incluso para quien fue considerado en su día el niño prodigio del baloncesto europeo y al que muchos veían en EEUU como el nuevo Pistol Maravich cuando aterrizó en la NBA. Pero, al fin, Ricky Rubio lo ha conseguido y ha alcanzado la tierra prometida. Después de siete temporadas en la Liga, disputará unas eliminatorias por el título, sacándose de la mochila esa pesada piedra que lo convertía en el tercer jugador con más partidos a cuestas (430) sin jugar unos ‘play-off’.

“Es un sueño hecho realidad”, asegura, camino ya de los 28 años (los cumplirá en octubre). Ricky se estrenará en la postemporada este domingo con los Utah Jazz. Al equipo de Salt Lake llegó este pasado verano después de un traspaso que ha sido liberador en todos los sentidos desde los Timberwolves. En Minnesota había jugado todos estos años y,  curiosamente, el equipo de Minneapolis también ha concluido su metamorfosis y ha cruzado el umbral de las eliminatorias por el título con una victoria en la última jornada.

“Seguramente vivo en el mejor momento de mi carrera. Por muchos temas, por madurez, por sensaciones. No tenía estas sensaciones desde cadete. Siento que puedo aportar muchísimo al equipo y anotar en situaciones que antes no tenía”, explicaba esta misma semana en la cadena SER. “Llegar a los ‘play-off’ sabe muy bien. Es duro irse a casa los últimos seis años cada abril. Pero por fin puedo decir que voy a jugarlos y estoy con muchas ganas”.

Un proceso doloroso

Nada tiene que ver el Ricky Rubio que se enfrentará a partir de este domingo a los Oklahoma Thunder del ‘big three’ formado por Russell Westbrook, Carmelo Anthony y Paul George, y también por el mallorquín Álex Abrines, a aquel niño que deslumbró al debutar con 14 años en la ACB o al arrollador talento que se colgó la plata olímpica en unos Juegos con 17 años en el 2008.

El base de El Masnou se ha instalado en una nueva etapa de su carrera marcada por la madurez después de una trayectoria irregular y algunas estaciones dolorosas: su grave lesión de rodilla en la temporada de su debut en el 2011 que lo tuvo apartado de las canchas 10 meses, una segunda operación en el tobillo izquierdo que lo limitó a 22 partidos en otra (2014) y, sobre todo, una traumática experiencia personal como el fallecimiento de su madre, Tona, en mayo del 2016.

“Hemos vivido muchísimo. Sabemos que hay alguien ahí arriba ayudándonos y es para ella”, admitió, a modo de homenaje, Ricky después de clasificarse, cuando desveló que el mensaje que más le había emocionado tras conseguir su objetivo fue el de su padre, Esteve, que esta misma semana ha viajado a Salt Lake City para estar a su lado.

Imagen más oscura

 De todo ese proceso personal, aguzado por el dolor, ha emergido un nuevo Ricky, revestido de dureza, igual de ambicioso, más reflexivo, sin obsesiones ni cargas. El fin de la inocencia ha llegado incluso a lo que se ve en la cancha. La imagen adolescente de sus primeros días se ha vuelto más oscura. Los tatuajes, la melena suelta, la barba. El niño hace tiempo que quedó atrás.    

Ricky vuelve a ser el jugador que controla el juego, que asombra con sus asistencias, que roba balones, que ha recuperado el sentido lúdico en la cancha. También ha añadido el punto de egoísmo que le faltaba y ha revestido de confianza el tiro, el talón de Aquiles que sus críticos siempre le han echado en cara. Y sus números muestran una notable mejora.

Ha subido su promedio anotador (13,1 puntos frente a los 10,8 de su carrera) y su acierto (35,2% en triples frente al 32% de media), con varios partidos de más de 30 puntos, aunque ha bajado el de asistencias (5,3 frente a 7,9 en su carrera). “Era una cuestión de confianza y también saber encontrar las acciones de tiro en el partido”, explica el base catalán, que tuvo la ayuda del exjugador de los Jazz Raül López en el verano para reforzar algunos de los aspectos de su juego.

Máxima ambición

Su adaptación en Salt Lake ha sido espléndida, especialmente con su técnico Quin Snyder, con quien ha desarrollado una conexión especial. El perfil internacional de la plantilla, con la presencia, entre otros, del francés Rudy Gobert y del australiano Joe Ingles, con el que ya coincidió en el Barcelona, le ha ayudado a encontrar con mucha más rapidez su nuevo lugar en la Liga. “Solo me han demostrado amor desde que llegué. Es genial estar en un grupo como este donde todos se preocupan por los demás”, cuenta.

De un inicio descorazonador, que se inició con la marcha de su gran estrella, Gordon Hayward, a los Celtics, y de su su base George Hill, a Sacramento, que no hacía presagiar nada buen sobre la temporada, ha surgido al rescate de los Jazz el concepto del colectivo, y también el protagonismo de Donovan Mitchell, aspirante al título de Rookie del Año, la fuerza de Gobert, candidato a Defensor del año, y la revalorización de Ricky, para convertir al equipo de Utah en una de las sensaciones del curso.

"Hemos hecho un gran final de temporada, pero estamos yendo a más. Estamos con un nivel de confianza que en estos ‘play-offs’ puede pasar cualquier cosa. Podemos sorprender a cualquiera", advierte Ricky, a quien le esperará una batalla especialmente dura a nivel particular: Russell Wesbrook, el último MVP, que ha vuelto a concluir el curso con promedios de triple doble: 25,4 puntos, 10,1 rebotes, 10,2 asistencias. Una auténtica bestia.