360º

Dejar detrás el odio

Un neonazi estadounidense dejó atrás la violencia como quien deja las drogas para ayudar a otros a abandonar la senda del extremismo que hoy en día ha calado en la sociedad gracias a los discursos de algunos líderes políticos

Christian Picciolini, en una foto de archivo facilitada por él mismo.

Christian Picciolini, en una foto de archivo facilitada por él mismo.

Ricardo Mir de Francia

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Si muchas de las grandes historias estadounidenses empiezan en un garaje, algunas de las peores nacen en el callejón, entre cubos de basura, pestilencias húmedas y reyertas de gatos. Christian Picciolini tenía 14 años cuando alguien se le acercó en el callejón de su casa de Chicago mientras se fumaba un porro. «Eso es lo que los comunistas y los judíos quieren que hagas para mantenerte dócil», le dijo el intruso tras arrancarle el canuto de la boca. Por entonces, Picciolini ni siquiera sabía de qué le estaba hablando, pero primera vez en su vida sintió que alguien le prestaba atención de forma aparentemente desinteresada. «Tuve una infancia muy solitaria. Mis padres trabajaban todo el día y yo estaba enfadado y perdido. Iba en busca de una identidad», dice en una entrevista telefónica.

"Creen que la población blanca está siendo reemplazada y aniquilada por el multiculturalismo y acusan a la izquierda de acelerar el proceso"

La encontró en el primer grupo de cabezas rapadas de Estados Unidos, los Chicago Area Skinheads, una organización neonazi que lideraba entonces el mismo individuo que le abordó. Picciolini no era necesariamente carne de cañón. En casa no había mamado el odio. Sus padres eran inmigrantes italianos, pero las esvásticas y las botas militares acabaron dándole la familia que estaba buscando. «Lo que encontré es poder. Pasé de ser un adolescente invisible, sin amigos y acosado en la escuela a alguien que por primera creía sentirse respetado», cuenta ahora.

Discurso tóxico

Sus ocho años de militancia comenzaron en 1987, cuando el racismo blanco vivía todavía agazapado en las sombras, antes de que su discurso tóxico fuera abrazado por algunos líderes mundiales. La música era entonces su red social, su plataforma para reclutar adeptos, recaudar fondos y extender su propaganda. Picciolini pasó a cantar en un grupo de música skinhead y a liderar con 16 años la organización neonazi que lo había reclutado. Se fue de gira a Europa y se paseó por EEUU con la cantinela del poder blanco. «Por entonces todo estaba mucho más organizado. Ahora internet lo ha cambiado todo. Se ha basculado hacia un modelo digital de resistencia sin líderes. No hay jerarquía, nos dimos cuenta de que era más fácil para la policía infiltrarse en grupos que en individuos».

Por aquellos años se puso en marcha una estrategia deliberada para normalizar al movimiento y acercarlo al gran público. El lobo se vistió de cordero. Un giro que comenzó con la elección en 1989 de David Duke, hasta entonces cabeza visible del Ku Kux Klan, como diputado republicano en Luisiana. «Empezamos a decirle a nuestra gente que debían taparse los tatuajes y cambiar las botas por trajes. Pensamos que seríamos más efectivos si nos parecíamos a la gente que compartía nuestras ideas». Sin aquella mutación no existirían corrientes como la derecha alternativa, el disfraz que se ha puesto el supremacismo blanco con corbata.

Sus cuadros se sienten hoy envalentonados, una confianza que Picciolini achaca a la irrupción de líderes políticos como Donald Trump o Matteo Salvini, que han hecho suyos muchos de sus postulados. Y proliferan los atentados del terrorismo blanco. El Paso, Nueva Zelanda, Pitts - burgh, Charlotte, Noruega… «Cada vez tienen más miedo y están más paranoicos», dice Picciolini. «Creen que la población blanca está siendo reemplazada y aniquilada por el multiculturalismo y acusan a la izquierda de acelerar el proceso». Esa paranoia aparece invariablemente en todos los manifiestos dejados por sus pistoleros.

"Empezamos por decirle a nuestra gente que debían taparse los tatuajes y cambiar las botas por trajes. Pensamos que seríamos más efectivos si nos parecíamos a la gente que compartía nuestras ideas"

Picciolini se quitó del odio como quien se quita de las drogas. Le ayudó su ex mujer, a la que conoció fuera de su círculo, pero también una tienda de música que abrió para vender música racista importada de Europa. Allí empezó a toparse con sus antítesis, que entraban en busca de otros géneros: una pareja gay con un niño, un chico negro asustado por el cáncer de su madre… «Me di cuenta de que me sentía mejor con ellos que con la gente con la que me relacionaba», recuerda ahora. Con el tiempo supo utilizar su experiencia para sacar a otros de las alcantarillas del extremismo.

Fundó Free Radicals Project, que ha trabajado con unos 350 neonazis, miembros del Klan, de la derecha alternativa e incluso del Estado Islámico. «Para esta gente la ideología es secundaria, es más importante el sentido de pertenencia. Muchos han sufrido baches traumáticos en el camino y ven en estas ideologías una solución a sus problemas», dice Picciolini. A corto plazo, sin embargo, no es optimista. El contexto sociopolítico global, así como la crisis climática, son idóneos para que crezcan estos grupos. «Todo empeorará antes de que empiece a mejorar», dice Picciolini.