ASUNTOS PROPIOS

Irene Vallejo: "Escribí para afianzarme cuando el mundo se tambaleaba"

La autora de 'El infinito en un junco' será la pregonera de Sant Jordi

Zaragoza 15 4 2021 IRENE VALLEJO   ESCRITORA  Foto de Angel de Castro

Zaragoza 15 4 2021 IRENE VALLEJO ESCRITORA Foto de Angel de Castro / Ángel de Castro

Núria Navarro

Núria Navarro

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Los libros expanden el mundo, consuelan, salvan incluso. Lo sabe -lo encarna- Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), la autora de 'El infinito en un junco' (Siruela), un libro sobre los libros, delicado y vibrante como ella, que no para de tomar cuerpo en otras lenguas. Por todo esto, y porque escribe aun en tiempos de tempestades personales, será la pregonera de Sant Jordi, "el Día del Orgullo Lector".

-Vargas Llosa le ha mandado una nota.

-Un correo electrónico, que me llegó a través de la editorial precedido por unas líneas: "Léelo sentada". Me costó un poco entender que don Mario había dedicado un tiempo a escribirme un mensaje. Salí a decirle a mi marido que me iba a dar una taquicardia.

-Justicia poética. Escribió el libro en medio de la oscuridad.

-Cuando escribía 'El infinito en un junco', mi hijo, que nació con muchos problemas, estaba ingresado en la uci. Pensando en que podía ser el último, aproveché los momentos en los que me relevaba mi marido en el hospital para seguir escribiéndolo.

"La literatura no aísla de la realidad, le da más dimensiones"

-Heroica, como su querido Ulises.

-Era un intento de afianzarme cuando todo se tambaleaba. Una forma de salvación a través de las palabras. Y el contacto con la gente que cuidaba en el hospital a mi hijo, y a nosotros, me hacía pensar en todos los que salvaron los libros a través de los siglos.

-¿Su hijo está bien?

-Tiene secuelas de los años de hospitalización, y de las operaciones. Y durante el confinamiento tuvo angustia. Cayó toda la vigilancia y el apoyo de los psicólogos, los centros de día, los rehabilitadores. Lo hermoso fue que en el momento en que empezamos a contarle cuentos antes de dormir, se serenó. 

-También a usted le marcaron los cuentos leídos antes de apagar la luz.

-Tengo muy asociada mi infancia a la 'Odisea', que me contaba mi padre a la hora de dormir. Creía que el Mediterráneo era imaginario, y cuando lo vi por primera vez, en un veraneo en Sitges, fue como si hubiera sacado un billete de bus al país de las maravillas de Alicia. No era simplemente agua. Era el mar de los relatos. El de Ulises. La literatura no aísla de la realidad, le da más dimensiones.

"Frente a la actitud de rechazo de mis compañeros, en los libros encontraba la promesa de que la vida no sería siempre así"

-Por cierto, no es muy usual tener un padre que te lea la 'Odisea'.

-Mis padres, que estudiaron Derecho porque era la 'carrera con futuro' a la que enviaban a los hijos de clase media-baja, eran muy lectores. Los libros llegaron a casa antes que yo. 

-¿Esa fue la 'diferencia' que le valió el acoso escolar?

-Yo era una niña abierta al asombro, tenía una curiosidad desmesurada, vinculaba la lectura al placer; pero mis compañeros lo asociaban a ser "empollona" y "pelota". El acoso escolar es la necesidad de rodear a alguien diferente y convertirlo en una presa.

-Podía haber diluido su pasión para encajar, pero perseveró.

-Frente a esa incomprensible actitud de rechazo, en los libros encontraba la promesa de que la vida no sería siempre así. Más tarde, en el instituto, encontré profesoras que impulsaron mi creatividad, que estaba ahí, porque yo escribía antes de escribir. Por las tardes imaginaba situaciones de juego para plantearlas en el recreo al día siguiente.

"La palabra que me construye es 'cuidados'. Me importa cuidar las relaciones, la democracia, la escritura"

-Y llegó la era digital. ¿Otro desencaje?

-[Ríe] Al haber escogido Filología clásica abracé la excentricidad. Tuve que defender a cada paso las elecciones que iba haciendo. Incluso mis referentes, con los clásicos y la mitología muy presentes, eran distintos a los de los escritores de mi generación.

-Pues ya ve. Se ha convertido en 'best-seller'.

-A veces se dio por hecho el certificado de defunción de los libros, pero éramos muchos los que estábamos disconformes con ese discurso apocalíptico. Los libros son parte de la salud del mundo.

-Tiene una relación casi corpórea con ellos.

-Los papiros, los libros medievales, nacieron para ser placenteros. Les aplicaban oro y malaquita, y los príncipes de la época los acariciaban. Ahora una persona de mis orígenes puede hacerlo. En la literatura, siempre me ha interesado el cuerpo. Del mismo modo en que nuestro cuerpo cambia con una declaración de amor, un momento de miedo, o de hambre, el libro es el cuerpo de las palabras.

-¿De qué palabras está usted hecha?

-De la palabra 'cuidados'. Han tenido importancia en mi vida –primero cuidé a mi padre, porque soy hija única de padres divorciados, y luego, a mi hijo–, y creo que es vital cuidar las relaciones, la democracia, la escritura. Otra palabra es 'mitos', que condensan las emociones de forma que pueden atravesar los siglos y nos ayudan a buscar el sentido.

-Lo encontró. Ha llegado a Ítaca.

-[Ríe] Querría que todo lo que me está pasando se transformara en libertad. No tener los condicionantes de la supervivencia, ni la constante zozobra.

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