Que no pare la música

Cócteles con 'feeling'

El Milano Cocktail Bar combina en su sótano las copas y los menús con los conciertos de jazz, soul y músicas latinas, que siguen este mes de jueves a sábado

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Jordi Bianciotto

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Hay que fijarse: en plena ronda Universitat, a mano derecha viniendo desde la plaza de Catalunya, en los bajos del Bracafé, asoma una discreta escalinata que, cual mágico camino de las baldosas amarillas, te conduce a otra realidad, allá donde corre la bebida civilizada al son del jazz, el soul o boogie woogie. Ya lo dijo Vázquez Montalbán, que el cóctel “es la única droga posmoderna aceptable”, como les gusta recordar a quienes llevan las riendas de este salón encriptado, con aires de clandestinidad, en el que sigue fluyendo la música en directo en tiempo de alertas rojas.

El sótano del Milano Cocktail Bar fue en otro tiempo una sala de reuniones del Banco de Bilbao, me cuenta Ramon Larregola, que con su hermano Sergi asumió hace 12 años la misión de convertirlo en lo que llama “una coctelería clásica”. Eso es, con carta de restaurante y un pequeño escenario en el que asienta sus posaderas un simpático piano de semicola que hace unos días hizo feliz a Chano Domínguez. Espacio amplio, sofás de terciopelo rojo y techos con ‘volta catalana’ y vigas industriales. Y una larga barra inspirada en los locales londinenses de cabecera, en la que el tirador de cerveza ni está ni se le espera. El Milano tiene como altos ejemplos a “los grandes clubs de jazz” de la capital británica, “como el Ronnie Scott’s”, notifica Guim Cifré, el joven responsable de programación. “Un lugar en el que tomarte una señora copa y disfrutar de un concierto”.

Acceso sin pagar entrada

Este verano, la sala ha seguido acogiendo actuaciones con dinámica rotación, y ahí sigue, brindando sus dobles pases, a las 20.00 y a las 22.00, a los que se accede sin pagar entrada y con la consumición mínima como único requisito. Próximas citas: el jazz del Smack Dab Quintet (este jueves), la cubanidad de Son Salao (viernes) y el soul-funk de Sugar Drops (sábado). La licencia de restauración (y no de discoteca) que rige la actividad del Milano permite que la música en directo siga respirando, aunque con el corazón en un puño, en esta bóveda de la que fue ‘zona cero’ del turismo. Aspecto este que el club matiza: “antes del covid-19, el 80% de nuestra clientela ya era autóctona”, hace notar Guim Cifré.

Son gente tranquila, como su clientela, y así nunca se han planteado colocar 'seguratas' en la puerta

Aforo reducido a la mitad (45 personas), distancias, geles y trazabilidad: “tenemos los teléfonos de todas las personas que entran aquí”, informan. ¿Cuántas grandes superficies comerciales pueden afirmar algo parecido? Pero en el Milano no discuten estos protocolos, si bien rebaten la política de horarios que les obliga a cerrar a la una de la madrugada. “¿Se propaga más el virus a esa hora que a las once de la noche?”. Y deslizan un descontento con ciertas indicaciones. “En lugar de pedir a la gente que se quede en casa si no es imprescindible, el mensaje debería ser: ‘salid, tomando todas las precauciones y yendo a lugares seguros’”, expone Ramon Larregola. “Debería haber más comprensión hacia la música”.

El Milano funciona “a pérdidas”, confiesa, “escalando cada día la montaña del alquiler y los gastos fijos”, y aguantando la respiración. Son gente tranquila, como lo es su clientela, tanto que el local ni siquiera se ha planteado nunca colocar ‘seguratas’ en la puerta. Pese a todo, hacen planes y les brilla la mirada cuando sueltan la primicia. “¡Para el mes que viene, estamos pensando en un festival para dos pianos!”.

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