DESDE EL EIXAMPLE
Los vecinos efímeros
La nueva normalidad nos ha devuelto al individualismo y los balcones han recuperado su cometido anterior al virus: ser un almacén de bicicletas, alguna que otra caja y polvo
En mi barrio, el confinamiento nos enseñó a compartirnos más allá de las cuatro paredes de nuestro comedor. Supimos aprovechar el espacio exterior por pequeño que fuera: una mesita minúscula con dos sillas de medio lado, un tiesto olvidado en el que nos animamos a plantar vida o cualquier otra coquetería. Aprendimos a valorar el privilegio que supone tener un espacio que nos conectaba con el exterior. Abrimos las puertas, nos abrimos también nosotros. Descubrimos a nuestros vecinos de interior de manzana, un oasis en el entonces bullicioso Eixample.
Fue así como conocí al señor andaluz que me explicaba desde la ventana los avances de su mujer ingresada por covid. Me hablaba desde un lavadero alicatado, yo respondía desde mi terraza, nos sentíamos parte de un espacio compartido, recién descubierto.
Los domingos, los aperitivos pasaron a ser compartidos en la distancia: un poco de música, algunas sonrisas y una cierta curiosidad por saber quiénes éramos más allá de nuestra ropa tendida y de las omnipresentes videollamadas familiares, que no eran precisamente íntimas.
Así, supe que tenía un vecino dos bloques más allá también periodista o un auxiliar de vuelo preocupado por su futuro inmediato y aprendí algunos secretos de una multinacional de ropa. Nos acabamos resultando familiares en unos meses en los que la familia de verdad estaba demasiado lejos.
Pero como tantas otras cosas, esta nueva convivencia tampoco vino para quedarse, nuestra cercanía vecinal ha sido tan efímera como nuestro convencimiento de que la pandemia nos iba a hacer mejores personas.
La nueva normalidad nos ha devuelto al individualismo y los balcones han vuelto a su cometido anterior al virus: un almacén de bicicletas, alguna que otra caja y polvo. No sé si el señor andaluz habrá superado la operación de corazón que tantas veces me explicó, el auxiliar de vuelo no ha vuelto a tomar el sol en la terraza y la dependienta de la multinacional de ropa ya no vive en el edificio contiguo. El coronavirus creó una vida entre paréntesis que hemos cerrado a toda prisa. ¿Demasiada?
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