La Contra

La iglesia más gafe de Barcelona

Sant Cugat del Rec fue incendiada, bombardeada, demolida y finalmente relevada por un supermercado

La plaza de Sant Cugat.

La plaza de Sant Cugat. / JORDI COTRINA

Ernest Alós

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San Cugat (o Cucufate, Cucufato o Cucuphas) merecería el título de santo, mártir y reincidente. De este predicador norteafricano se dice que fue eviscerado y recosido, incinerado y revivido, apresado y liberado y, finalmente, <strong>degollado a petición propia,</strong> cansado ya de tanto trajín. Pero la cultura popular, en las zonas hispanohablantes allí donde se utiliza la versión de su nombre que rima con la forma verbal 'ato', aún le ha reservado un tormento póstumo. Atar un lazo estrangulando una bolsa que simula los testículos del pobre Cucufato servía como invocación, más bien imperativa, para recuperar un objeto perdido. Con estos antecedentes no es extraño que la parroquia que se puso bajo su advocación durante un milenio sea la más ceniza, gafe e reiteradamente desafortunada de Barcelona. Una de las siete parroquias históricas en que hasta el siglo XIX estuvo dividida la ciudad es quizá la única iglesia del orbe que ha acabado convertida (me di cuenta cuando pasé por delante hace unas semanas) en supermercado. 

Hubo dos Sant Cugat, y después un tercero. Uno con monasterio, en el lugar donde se supone que el mártir fue ejecutado, al otro lado de Collserola (ese pariente rico prosperó), y otro en torno al cementerio paleocristiano a la vera de la Via Augusta, ahora calle Carders, en el que se creía que había sido enterrado y donde en el año 1023 se levantó una iglesia (Sant Cugat del Rec, del Forn o del Camí). Y en torno a ella, una 'vilanova'.

De ese barrio solo quedan algunos nombres de calle (Neu de Sant Cugat, Cecs de Sant Cugat, la plaza de Sant Cugat, en el solar que ocupaba el templo y que pasó décadas como un descampado, con su caseta de chucherías) pero nadie sabe si llamarlo Santa Caterina o Born. Esa plaza es lo más parecido a un cuadrángulo de las Bermudas iglesiófago de la ciudad.

El templo románico primitivo fue sustituida por uno gótico en 1287. Por cierto, los arqueólogos que se las prometían muy felices excavando hace unos años no encontraron rastro ni de uno ni del otro. La iglesia gótica fue sustituida por otra, barroca pero escuálida, en 1627.  En 1823 la quisieron trasladar al más monumental convento de Santa Caterina (que acabó dinamitado) y después de haberla dejado arruinar fue reconstruida en 1830. Evidentemente, en 1909 fue incendiada. En 1936, incinerada de nuevo. En 1937, bombardeada. Después, demolida. El obispo tiró la toalla y compró en 1944 otra finca cercana pero también con mal fario (Princesa, 21). Una casa de vecinos propiedad de la familia Cros, utilizada tras la guerra para clasificar los documentos utilizados en la represión antes de enviarlos a Salamanca.

Las malas vibraciones (un pasillo oscuro con un Santo Cristo pavoroso para llegar a la nave que se edificó en la parte trasera del edificio, una escuela parroquial que no se pudo adaptar a las nuevas normativas y tuvo que cerrar) no dejaban de pesar sobre ese tercer Sant Cugat hasta que otro obispo lo vendió en el 2001 y la vecina Santa Maria del Mar absorbió la parroquia y las reliquias del santo que custodiaba.

Pero aquí no acabó la mala suerte. El comprador fue... Caixa Penedès. El destino, un museo dedicado a la obra de Josep Maria Subirachs (los más hostiles a su decoración escultórica para la Sagrada Família incluirían este museo nonato entre las catastróficas desdichas que han sobrevolado a esta parroquia). Del edificio solo quedó la fachada, se instaló una grúa, los permisos tardaron... y las cajas se derrumbaron, el mercado inmobiliario se congeló, la propiedad fue cambiando de manos, la familia Subirachs tuvo que crear su propio museo en el Poblenou y el solar ha tardado años en tener destino.

Finalmente, pisos de lujo (a partir de 870.000 euros) y un Alcampo en los bajos. El único que debe de tener una cruz labrada en piedra sobre el dintel. Suerte. 

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