DESDE CASTELLAR DEL VALLÈS
Demasiado lejos, demasiado cerca
Incluso el covid parece haberse olvidado de este pueblo a los pies del Puig de la Creu, pero aun así ya no voya a comer a casa de mi abuela
Natàlia Cerezo
Escritora y traductora
Natàlia Cerezo
Castellar del Vallès, a los pies del Puig de la Creu, demasiado cerca de Sabadell y Terrassa para tener cine, demasiado lejos de Barcelona para que llegue el tren. De niños subíamos a la cima del Puig y señalábamos hacia la ciudad, al fondo, tan gris que los días de lluvia se confundía con el mar. Me parecía que en el pueblo, aparte de esa vez que mi hermana perdió una canica de las buenas (transparente, salpicada de blanco como una borrasca) en la fuente de los Casots, nunca había pasado nada.
Por suerte, incluso el covid parece haberse olvidado de él, puede que precisamente por no estar ni demasiado cerca ni demasiado lejos de lugares más grandes como Terrassa o Sabadell. El semanario del pueblo, 'L’Actual', contaba solo cinco positivos la primera semana de agosto.
Aun así, ya no voy a comer a casa de mi abuela. Ahora la saludo desde el otro lado de la portezuela del jardín, las dos con mascarilla, y ella sale de casa con una bolsa con el periódico de esa semana, unos cuantos cruasanes y algún libro que me devuelve. Yo le llevo una bolsa con más libros.
-Este verano solo puedo leer. ¡Nadie viene a vernos! Los vecinos ya ni salen a tomar el fresco.
La abuela vive en una calle que da a la librería del pueblo, casi en el centro. Todas las casas tienen un jardín delantero con un banco para sentarse bajo emparrados de buganvillas y jazmín. Este verano los patios están silenciosos, solo se oye, de vez en cuando, algún vecino que riega las flores. La abuela me explica las novedades, que el Puig de la Creu está llenísimo de excursionistas, que hay gente "de fuera" en el 'gorg', que lo dejan todo hecho una pena y que no vigilan, los bomberos han hecho dos rescates en un día. Que le han cancelado la visita que tenía en el traumatólogo dos veces para que no se contagie.
-Eso del virus es una engañifa.
El abuelo se enfada porque no entro. Le cuesta creer en las cosas que no puede ver. La abuela lo devuelve adentro con un gesto impaciente. Aún lo sentimos refunfuñar, la brisa hincha la cortina del salón como si fuera un vestido de novia. La abuela me agarra la mano y me la aprieta con fuerza. Antes de que pueda retirarla, un poco demasiado bruscamente porque ninguna de las dos lleva guantes, se ríe en voz baja.
-No se lo digas a nadie, ¿eh?
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