Acrobacia sin red

No es casual que Puigdemont haya anunciado su nuevo partido en Twitter, medio que facilita acceder acríticamente a los mensajes de tus referentes dentro tu burbuja informativa

Carles Puigdemont, durante su entrevista en Catalunya Ràdio

Carles Puigdemont, durante su entrevista en Catalunya Ràdio / periodico

Josep Cuní

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El día que Donald Trump descubrió que tenía cinco millones de fieles seguidores de sus mítines a través de su cuenta de Facebook Live entendió que ya no necesitaba a los medios convencionales de comunicación. Y empezó a descalificarlos. Especialmente a los contrarios, aunque no solo. Disimular con algún ataque puntual a alguno afín le daba la pátina imprescindible que le servía para disfrazar su intolerancia. De eso se cumplen cuatro años.

En cambio, aquellos mismos medios denostados, especialmente la televisión, habían caído en la dependencia de las groserías, provocaciones, censuras y salidas de tono del candidato. La audiencia le seguía entre el estupor y el agrado, el disgusto y el aplauso. Incluso los enojados con su estilo entendieron alguna vez las apelaciones al orgullo americano y al proyecto nacional de convertir al país en la primera opción de todo. Una pátina de egoísmo patrio que, en un momento u otro, provoca la pulsión emotiva imprescindible para hacer tambalearse las convicciones antagónicas más profundas. Y así atacaba a Hillary Clinton y todo lo que ella representaba. Enfrentando los intereses vitales de los ciudadanos a los de los grupos, decía, que detrás de ella escondían prioridades no siempre confesables. Y les hablaba de la auténtica democracia que llegaría con él para refundar un sistema viciado por unas prácticas denunciables. Proponía en política lo que en economía Shumpeter llamó la 'destrucción creativa'.      

Y como el revulsivo estaba servido, la audiencia permanecía expectante. La cuota de pantalla iba subiendo, la publicidad aumentando y los ingresos económicos multiplicándose. Trump era el mejor producto. Lo demostraban los gráficos y los registros, la facturación y los balances. El protagonista no dejaba indiferente, cualidad imprescindible para triunfar en las pantallas y que había mejorado en sus etapas de presentador de un 'reality show' en el que ayudaba a osados emprendedores a convertirse en agresivos empresarios. De esta manera, el uso político positivo de las nuevas tecnologías inaugurado por Barack Obama ocho años antes se fue pervirtiendo para dar cabida a las medias verdades propias de una campaña electoral después derivadas a datos falsos y conceptos desvirtuados que acabarían directamente en las 'fake news' que marcan su estilo.  

El nombre de la formación es secundario: será el PdP, el partido de Puigdemont

Que Carles Puigdemont haya anunciado la creación de un nuevo partido publicando el correspondiente manifiesto en Twitter no es casual. Con casi 800.000 seguidores en su cuenta a día de hoy pendientes de sus opiniones, el 'expresident' sabe del valor de esta plataforma para sus propósitos. Añadamos otras y sumemos. Por eso, que la ruptura con el PdCat le haya hecho perder las opciones oficiales para asomarse a las ventanas institucionales será posiblemente para él una anécdota aunque descrita como otra muestra más de la beligerancia y antigüedad del Estado. Así, tanto la construcción como la confrontación de las que habla, las defenderá con un armamento que ya le es propio porque lo ha convertido en su canal habitual de comunicación. Herramienta dominada por las generaciones digitalizadas que facilitan acceder acríticamente a sus referentes una vez instalados en su burbuja informativa.

Lo lógico sería, pues, que llegado el momento y haciendo de su necesidad virtud, juegue la carta descalificadora rebatiendo las prohibiciones por ser fruto de una legislación superada por las circunstancias y de la que solo él será garante de regeneración. Por eso, el nombre de la formación es secundario. Será el partido de Puigdemont. El PdP.                           

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