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Miguel Poveda, con la mente despejada

El cantante asocia el descenso de la polución a una mayor claridad de ideas y nos habla de su reencuentro con voces esenciales como Camarón y la Niña de los Peines

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Jordi Bianciotto

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Del mismo modo que el azul del cielo luce ahora más nítido que hace tres meses, quizá también nuestro cerebelo discurra ahora con una nueva lucidez. Es la teoría que maneja Miguel Poveda. “El parón ha dado esto: la mente se despeja, igual que la polución, y tenemos más claridad para despertar cosas que teníamos dormidas”, explica el cantante de Badalona desde su casa en la Costa del Sol, cerca de Estepona. Nos cuenta que, movido por esa clarividencia, ha procedido a rescatar cantes flamencos esenciales y a escucharlos “más a conciencia, con otra tensión”, atendiendo a “la sencillez de una voz y una guitarra”.

Hablar de flamenco con Miguel Poveda es pisar terreno seguro, libre de polvo y paja. Ahí se alzan, como efigies, los nueve álbumes que Camarón de la Isla grabó con Paco de Lucía entre 1969 y 1977, mágicos y trepidantes. “Discos que son joyas. Todo lo que hizo Camarón lo es, pero esa época, con aquella sencillez, a mí me desarma”, revela, acompañando esa predilección por otras debilidades. “Me gusta mucho El Carbonerillo, ‘cantaor’ sevillano’, y luego, Manolo Caracol en su primera época y a la Niña de los Peines”. ¿Y dónde queda Morente? Otro que tal. “Me fascina su evolución desde el canto flamenco tradicional hasta el lenguaje vanguardista de álbumes como ‘Omega’”.

La jefa del tocadiscos

Hablando de Morente, convenimos en que para abordar el arte abstracto suele ser conveniente dominar antes el figurativo, y difícilmente puedes llevar el flamenco a la vanguardia si no conoces sus fundamentos. Pero Poveda va un poco más allá y sitúa la coherencia más íntima como el principio de todo. “El artista debe tener algo que le mueva que sea muy puro, y lo más ortodoxo es lo que sale del corazón”. Del fondo del alma sale su atadura con el flamenco, alimentada en su infancia por los discos que ponía su madre. “¡Ella era la que mandaba en el tocadiscos!”.

Viviendo en Andalucía, podría pensarse que Poveda se siente alejado del mundo catalán en el que inició su carrera. Impresión precipitada. “No, no, no, precisamente he vuelto a escuchar ‘Desglaç’, uno de los regalos más bellos de mi carrera”, apunta con convencimiento. Disco importante aquel, del 2005, movido por la obstinación de Lluís Cabrera y el Taller de Músics. Flamenco en catalán, con textos de Verdaguer, Margarit, Maria Mercè Marçal... “Yo al principio era reacio a hacerlo, pero me di cuenta de que el catalán era también mi lengua, y que con ese álbum podía romper prejuicios y tapujos”. Y hay más. “El álbum no incluyó todas las piezas que seleccionamos, y me gustaría grabarlas algún día con el maestro Amargós”.

De Camerún a Cuba

Poveda creció oyendo a Bambino y a Lole y Manuel, por parte de madre, y a Pink Floyd y los Beatles por la vía paterna, y le ha quedado un gusto por la música “muy diverso” que le permite disfrutar de discos alejados del flamenco como, por ejemplo, ‘Heritage’ (2016), del músico camerunés Richard Bona con el grupo Mandekan Cubano. Un álbum refrescante que le ha acompañado en las últimas semanas. “Me ha traído calma, buen rollo y bienestar”, revela Poveda, que hace unos días publicó una canción, ‘De qué manera’, para “dar las gracias a quienes velan por nuestra salud en primera línea de fuego”. El canto y los acordes, ¿cómo último espacio de encuentro? “Hay muchos políticos que crean confrontaciones, y la música tiene que ser todo lo contrario”, suspira Miguel Poveda. Y un último ruego: “Debemos ser más inteligentes”.

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