La Contra

Espido Freire: "Aceptar la falta de control me da mucha serenidad"

La escritora supo qué era la depresión antes del confinamiento y lo tematiza en la novela 'De la melancolía'

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Núria Navarro

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El aislamiento nos aleja de los afectos, de la primavera que desborda los marcos de las ventanas y las pantallas. Es fácil no ver el final, caer en la desazón. La escritora Espido Freire (Bilbao, 1974) -la Premio Planeta más joven de la historia- conoció esa punzada mucho antes de la covid-19. Y la exorciza en su última novela, 'De la melancolía' (una forma embellecida de nombrar la depresión). 

-¿La zarpa de la 'melancolía' ha asomado estos días?

-Por suerte no. Lo achaco a que me he centrado en servir de apoyo a mi entorno, y en vivir y valorar enormemente el momento, algo que, precisamente, aprendí mientras lidiaba con la melancolía. Quizás le deba esa habilidad.

-De aquel pozo negro, ¿tiene más olvido o memoria??

-Tengo una memoria muy clara. Primero fue la ansiedad. Tenía palpitaciones, insomnio, sensación de que la vida iba demasiado deprisa y me dejaba atrás, incapacidad para controlar el propio pensamiento. Pero, ¿sabe qué es lo más terrible?

-Usted dirá.

-La depresión anula el concepto de tiempo. Todo Es Para Siempre. Hay que recordarse una y otra vez que es algo transitorio, que pasará.

"Mi problema no fue gestionar
gestionar el éxito, sino asumir lo que viví como fracasos anteriores"

-Como esto de ahora. ¿Ganar el Planeta a los 25 años fue una maldición?

-Yo estaba preparada, de lo contrario 20 años después no estaría aquí, ¿entiende?, ni tendría seis novelas más. Mi problema no fue gestionar el éxito, sino asumir lo que viví como fracasos anteriores.

-¿Puedo preguntar de qué tipo?

-Antes de la literatura me dediqué a la música. A los 11 años saqué el número uno en las pruebas de canto. Tenía una voz excepcional. Pero no era mi vocación y la gente con la que me encontré, en general, no se portó bien conmigo. 

-¿Ese fue el minuto cero de la caída?

-No. A los 3 años me escapé de casa con mi mejor amiga y con mi novio. A unos 200 metros, teníamos pasar por un túnel en el que había un sumidero. Me detuve. Recuerdo que pensé que debajo de la rejilla estaba la muerte, no podía cruzarla. A partir de ahí algo se quebró dentro. Escribir me ha ayudado a poner orden al caos interior y a entender el mundo.

-¿Lo entiende?

-No. Por eso continúo escribiendo.

-También es 'instagramer'

-A las mujeres que escribimos no se nos concede imagen, ni cuerpo, ni apariencia. Y cuando se nos concede, a menudo es para criticarla, a veces de manera cruel. Instagram me permite producir imágenes.

-O sea, no es una pulsión narcisista.

-No. Comencé con Instagram porque una de las expresiones de la terapia ocupacional era ver la vida a través de una fotografía. Tres veces al día me comprometí a subir una fotografía. Mostraban aspectos de mí como el sentido del humor.

"El 'día después' me gustaría
sentarme en el Jardín Botánico, entre las flores, que quizá sean rosas ya"

-¿Ya se lleva bien consigo misma?

-Desde hace unos años estoy en un momento muy bueno. Depende de la coherencia entre lo que piensas y cómo te comportas, y de la estabilidad emocional.

-¿Alguna enseñanza que compartir?

-La lección tiene que ver con estar centrado en el presente, con no esforzarse tanto, con ligarse a la realidad y no al deseo de que la realidad sea otra. Hay que desaprender muchas cosas que llevas a fuego. Y no tomarte demasiado en serio.

-¿Ha hecho algún descubrimiento estos días?

-Me hubiera encantado descubrir algo deslumbrante, una capacidad heroica, o un aspecto desconocido... pero me temo que solo he intensificado aquello que ya soy; la capacidad organizativa, la disciplina personal y el retomar lo que me ha servido durante los periodos en los que estoy finalizando libro, muchas veces encerrada.

-Muy aplicada, usted.

-Una vez hecho todo lo que me han indicado y seguido las normas, ya nada está en mis manos. Creo que aceptar esa pequeñez, esa falta de control, me da mucha serenidad.

-¿Imagina su 'día después'?

-No pretendo hacer nada espectacular. Mis seres queridos están, en su mayoría, lejos de la ciudad en la que vivo, y no podré verlos inmediatamente. Me gustaría caminar hasta el Jardín Botánico y sentarme allí un ratito, entre las flores. Puede que para entonces sean las rosas ya. No sé por qué, pero es lo que se me antoja, irme a un jardín. Pienso en ello y casi se me saltan las lágrimas.