SOLUCIÓN ANTIGUA A UN PROBLEMA NUEVO

Tradición y cestas de mimbre para protegerse del covid-19

Turquía rescata la antigua costumbre de hacer la compra desde la ventana, lanzando una cesta con un hilo hacia la calle

Las cestas vuelven a las calles en Turquía

Las cestas vuelven a las calles en Turquía / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Yusuf, tendero de barrio de toda la vida, de esos que llevan décadas con la misma tienda y clientela, lo sabe a la perfección: cuando le suena el teléfono y reconoce la voz de según quién, ya tiene interiorizados los pasos a seguir.

“Primero apunto el precio y lo pongo en una bolsa yo mismo. Ahora con guantes, claro, porque no se puede tocar nada. Después salgo”, explica Yusuf. Entonces, el tendero camina hacia el portal de la persona que le ha hecho el telefonazo. Lleva tanto tiempo en esto, que a Yusuf no le hace ni falta pedir la dirección.

Ni tampoco llamar al timbre, porque al llegar, ya le están esperando; aunque no desde la puerta sino desde la ventana. El proceso, entonces, es siempre el mismo: el comprador pone el dinero en una cesta, que, con un cordel, baja los pisos más rápido de lo que lo haría cualquier ascensor mecanizado de ultimísima generación. Si hay viento, por supuesto, la cesta y el cordel pierden eficacia.

Una vez le llega la cesta a Yusuf, el tendero recoge el dinero, lo reemplaza por el cambio y mete la bolsa con los productos. “¿Qué tal está, señora Hatice? ¿Cómo lo llevan los niños?”, pregunta, desde abajo, Yusuf. “Yo, cansada de todo esto. Ellos, descontrolados”, contesta la señora Hatice mientras va tirando del hilo hacia arriba. Los niños están que no paran porque llevan días sin poder salir de casa. Prohibición del gobierno.

“Esto llevo años haciéndolo, pero durante estas semanas me lo están pidiendo muchísimo más a menudo. Sobretodo la gente mayor, que no puede salir de casa. La mayor diferencia es que ahora lavo el dinero cuando lo recojo”, dice el tendero.

Costumbre antigua

Costumbre antiguaTurquía, de esta forma, ha recuperado una tradición de siglos pasados pero que llevaba años en decaída. Parece tonto de tan evidente: a medida que el país y sus bloques de pisos se han ido modernizando —se han hecho más altos— la vieja costumbre ha ido perdiendo peso. No es lo mismo colgar una cesta desde un tercer piso que desde un octavo.

Pero el Covid-19, que empieza a pegar fuerte en Turquía, ha venido en su rescate. Desde hace semanas, las personas mayores de 65 años tienen prohibido salir de casa —a los menores de 20 se les prohibió el viernes pasado—. Muchos de ellos, si viven solos, casi que no tienen más opción que abrir la ventana, sacar la cesta y llamar al tendero de barrio de toda la vida.

Hay, sin embargo, otra forma, e involucra mucho griterío y unos pulmones de acero.

Todo lo imaginable

Todo lo imaginableSus protagonistas son los vendedores ambulantes: van por las calles vendiendo verduras, fruta, pan, rosquillas, bollos, leche, yogur, ropa, utensilios para la cocina, boza, una bebida tradicional fermentada —venderla es el trabajo del protagonista del libro Una sensación extraña, del Nobel de Literatura Orhan Pamuk—, y una infinidad de productos más.

Y en las calles de los barrios, las décadas de tradición y la selección natural se han encargado de moldear los vendedores a un mismo prototipo: todos, sin excepción, para llamar la atención, pegan unos gritos que parecen salir desde la ultratumba y unas cajas torácicas potentísimas. El tono, ya se anuncien tomates frescos a dos liras o juegos de sábanas a 20, es siempre el mismo, y está pensado para que la voz del vendedor llegue a cualquier habitación de las casas, sea la que da a la calle o al interior. Es importante: si no te oyen, nadie saldrá a la ventana a pedirte nada.

Una vez el grito haya tenido éxito, la ventana se abrirá, y de ella saldrá una cesta tímida y respetuosa con el distanciamiento social en dirección hacia abajo. El procedimiento a seguir, entonces, será siempre el mismo: el cambio, la compra, y de vuelta hacia arriba.