Barbara Brix: "Mi padre nos leía cuentos todas las noches"

Hasta los 65 años no supo que Peter Kröger, su progenitor, había participado en el asesinato de judíos

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Núria Navarro

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En la primavera de 1943, los Einsatzgruppen –los comandos de ejecución en masa del régimen nazi que operaron en el frente de la URSS– asesinaron a más de un millón de judíos y a miles de comunistas, gitanos y discapacitados. El doctor Peter Kröger estaba en uno de ellos. Su hija, Barbara Brix (Breslavia, Polonia, 1941), que lo idolatró hasta su muerte, lo supo a los 65 años.

–¿Cómo se enteró?

–En la primavera del 2006, a punto de jubilarme, vino a visitarme un amigo historiador. Dimos un paseo y, en el camino, me preguntó: "¿Sabías que tu padre era miembro del Einsatzgruppe C?". 

–¿Ni lo sospechaba?

–No. Pero, inicialmente, sentí algo parecido al alivio. Até un cabo suelto.

–¿Qué cabo?

–En la Alemania de los años 50 y 60 hubo un silencio de plomo. En casa no se habló de la guerra. Una sola vez, mi madre me contó que en junio de 1941 –estando embarazada de mí–papá le comunicó su decisión de "ir al frente ruso". Yo sabía que la fecha coincidía con la invasión alemana de la URSS.

"En la Alemania de los 50 y 60 el silencio era de plomo, pero tuve ocasión de hacer preguntas y no las hice"

–Tras el alivio, ¿qué vino?

–El 'shock'. Durante algunas semanas no supe qué hacer. Reflexioné sobre mi papel en esta historia. Tuve ocasión de hacer preguntas y no las hice. Aunque, si las hubiera hecho, ¿qué habría pasado entre mi padre y yo?

–¿Descubrió su grado de implicación?

–Me puse a investigar. Supe que había estado más de 18 meses en el Einsatzgruppe C, pero yo seguía convencida de que no había participado en ejecuciones, que había sido un médico-soldado. Hasta que recibí la visita de un periodista holandés y, casi en el momento de despedirse, sacó de su cartera una hoja y vi el nombre completo de papá.

–¿Qué decía la hoja?

–Era el acta de un interrogatorio a uno de los comandantes de la Einsatzgruppe C, que decía que ya en la ciudad de Leópolis, en Ukrania, en julio de 1941, recibieron la orden de ejecutar a más de mil judíos y que él, para hacerlo de una "manera higiénica", lo puso en manos del médico.

–(...)

–Sentí desazón, culpa, vergüenza. Al principio había empezado a investigar por mí, y quizá por mis hijos y mis dos hermanos. Hasta que acudí a unos talleres para descendientes de los perpetradores en el memorial del campo de concentración de Neuegamme, en Hamburgo, y conocí a Ulrich Gantz, hijo de un oficial de las SS, pero también con Jean-Michel Gaussot e Yvonne Cossu, descendientes de resistentes franceses. Nos hicimos amigos. Eso me dio fuerzas para dar la cara.

–Antes de saber, ¿cómo veía a su padre?

–Muy protector. Le conocí cuando yo tenía 6 años. Volvió con las dos piernas amputadas. Como en su ausencia, tuvimos que huir del Ejército rojo y casi nos morimos de hambre, cuando en diciembre de 1947 nos reunimos en Alemania, nos sentimos felices. Papá nos leía cuentos cada noche. Él me enseñó a amar la historia y la literatura.

–¿Jamás le vio una pulsión violenta?

–Era un hombre muy compasivo. Se volvió muy cristiano y llegó a votar al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Solo recuerdo una reacción fuera de lugar.

"Era un hombre muy compasivo. Se volvió cristiano y votó a los socialdemócratas"

–¿La quiere contar?

–En los años 80, yo estuve muy involucrada en el movimiento en contra de las armas nucleares. Tenía un novio y pensé que, en caso de guerra, lo escondería en el sótano de una casa de campo que teníamos. Se lo conté a papá, pensando que se reiría, pero se levantó con las muletas y, muy pálido, gritó: "¡Para eso no he sacrificado mis dos piernas!".

–¿Entiende por qué abrazó el nazismo?

–Él creció en Riga, Letonia, donde los alemanes eran la clase dominante. Tras la primera guerra mundial, el país se independizó y la familia perdió sus privilegios. Mi tío Erhard fundó en 1933 el partido nacionalsocialista en Letonia. La 'superioridad de la raza germánica' justificaba la posición perdida.

–Su tío fue condenado. Su padre, no.

–Casi todos los adultos alemanes tuvieron que pasar por un proceso de depuración. Papá entró en la categoría de 'bastante culpable', lo que le impedía trabajar en salud pública. Nos trasladamos a Westfalia y, cuando volvió a intentar el proceso, llegó la guerra fría y los aliados no estaban por encontrar más nazis.

–Con este peso encima, se empeña en sembrar la paz.

–Jean-Michel, Yvonne, Ulrich y yo, de una manera modesta, hablamos a la juventud –lo hicieron en un ciclo organizado por la Facultat Pere Tarrés en Barcelona– para que no se repita la historia nunca más.