Conocidos y saludados

El Evangelio según Omella

La franqueza de monseñor Omella, sus palabras sin dobleces y sus propuestas evangélicas, no serán del gusto de la derecha, pero se equivocará la izquierda si le considera cercano

El cardenal Juan José Omella.

El cardenal Juan José Omella. / JULIO CARBÓ

Josep Cuní

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“Debemos buscarle una fecha fija a la Pascua. ¡Qué sé yo! Supongamos el segundo domingo de abril”  Cinco años después, el calendario se ajusta como anillo al dedo a la elucubración que el Papa soltó en una charla distendida y cordial hace un lustro. Será por casualidad o porque los designios del Señor son inescrutables, lo cierto es que este 2020 no se corre el riesgo, también apuntado por el Pontífice, de “acabar festejando la Resurrección en agosto”. Fue la postilla dicha con el gracejo que le caracteriza cuando intenta quitarle hierro a la trascendencia que siempre se añade a sus palabras a pesar suyo. Y así, el próximo 12 de abril, segundo domingo, el mundo católico se contagiará de la alegría inherente a una religión que durante demasiado tiempo ha estado más pendiente del dolor que de la gloria. Algo que también disgusta a Bergoglio y que, cuando lo advirtió, alteró los ánimos de aquellos penitentes permanentes que quisieran convertir nuestras vidas en otro vía crucis complementario al que ya de por sí supone sobrevivir en un mundo cada día más hostil.  

La propuesta de Francisco no es nueva. Desde Pablo VI que se repite la necesidad de unificar el criterio con el resto de iglesias cristianas que, hasta hoy, mantienen calendarios distintos para la más alta de su coincidente celebración. Por eso, el argentino sentido del humor del actual jefe del Estado vaticano resume con un chascarrillo la disparidad de fechas: “¿Cuándo resucita tu Cristo? Mi Cristo hoy, el tuyo la semana que viene”.

Cardenal de confianza

La misma fina ironía del Papa Francisco suele practicarla uno de sus cardenales de máxima confianza. Un hombre alto y flaco con el que comparte ideas y propuestas, charlas y comidas con mucha mayor frecuencia de la que se suele tener constancia. No hay semana que no hablen telefónicamente un par de veces ni viaje a Roma del titular de la archidiócesis de Barcelona que pase por alto un intercambio personal de impresiones, aunque sea breve.

Esta característica no ha pasado por alto a los obispos que esta semana eligieron a Juan José Omella y Omella  presidente la de la Conferencia Episcopal Española. Y aunque la votación no fue exenta de intento de neutralización a través de unos panfletos que pretendían minar su prestigio y de artículos en la prensa conservadora alertando de <strong>su comprensión con el independentismo catalán,</strong> al final el Espíritu Santo, que es el sinónimo con el que la Curia envuelve la gran capacidad diplomática de sus ministros, depositó sus lenguas de inteligencia sobre las testas tonsuradas y consiguió que por primera vez en la historia, un catalano-aragonés de la Matarranya y arzobispo de Barcelona dirigiera por cuatro años el lobi espiritual que más suele poner en jaque a los gobiernos del país. Tradición con la que Omella cumplirá los próximos días cuando se reúna con Pedro Sánchez y la ministra Celáa para hablar, entre otras cosas, de la nueva ley de Educación y de la revisión de los protocolos con la escuela concertada.

La franqueza de monseñor Omella, sus palabras sin dobleces y sus propuestas evangélicas, no serán del gusto de la derecha. Pero se equivocará la izquierda si le considera cercano porque él sabe a quién se debe. Y este no es de este mundo. Por ser sincero, pocas horas después, tuvo que matizar sus propias palabras pronunciadas en Ser Catalunya acerca de retirar la subvención pública a las escuelas religiosas que segreguen a sus alumnos. Y allí donde por la mañana había comprensión a mediodía hubo rectificación. A la luz de su capacidad y sentimiento personales, de su naturalidad y visión cristiana de la vida, no parece que la inspiración que pudo provocar la corrección la infundiera una paloma. Probablemente fue un halcón.                    

El Evangelio como brújula

“Aunque no soy ingeniero, me gusta tender puentes”. Así resume el flamante presidente de la Conferencia Episcopal Española su vocación de punto de encuentro en contraste con algunos de sus colegas. Estos, favorables a una ortodoxia que suele confundir religión con política hasta pretender influirla, no se lo pondrán fácil a Monseñor Juan José Omella. Por haber mediado entre Puigdemont y Rajoy en aquel aciago otoño de los despropósitos le han convertido en compañero de viaje del independentismo. Que él, como otros, fracasara, no neutraliza su intención. Al contrario. La misericordia solo se predica.