Que no pare la música

Melodía contra la polarización

Frente a la tendencia a ver la vida como un partido de fútbol, 'nosotros' y 'ellos', la música de estos flamantes años 20 va hacia la superación de los odios atávicos entre géneros y escenas, como reflejan los festivales, del Primavera Sound al Mad Cool

Billie Eilish, el pasado mes de marzo en el Sant Jordi

Billie Eilish, el pasado mes de marzo en el Sant Jordi / periodico

Jordi Bianciotto

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El cambio de dígitos que comporta el paso del 2019 al 2020 invita a detenernos, oler las flores y hacer balance tratando de vaticinar qué demonios puede ocurrir a partir de ahora. Dejamos atrás unos años 10 en los que la música ha hecho un curioso viaje. Hace una década, el pop (y cercanías) parecía abocado a un laberinto de tendencias que no se hablaban entre ellas y que resultaban incomprensibles para el perplejo ciudadano medio, en costosa posición de pronunciar siquiera los nombres de las etiquetas. Ahora, en cambio, a medida que los estilos se han subdividido y que de cada pequeña categoría han brotado nuevas escisiones, en lugar de hacerse todo todavía un poco más confuso, el paisaje se ha despejado. ¿Qué ha ocurrido?

Venimos de un tiempo en que la música se ha explicado a través de etiquetas que cada vez han hilado más fino: white noise, UK garage, electroclash, drone metal, indietrónica, turbo-folk... Es verdad que hay que poner nombre a las cosas para que existan, pero también que uno puede acceder a la música a través de otro lenguaje, de palabras que atiendan a estados de ánimo, a emociones o a derivadas sociales. Hoy las plataformas de ‘streaming’ ofrecen listas de canciones para el sábado por la mañana, para conducir junto al mar o para compartir una barbacoa con los amigos. Sin complejos intelectuales, yendo al grano: “estas canciones sirven para esto”. Y la Red fomenta la promiscuidad, ya que saltar de la tierna balada folk al aquelarre metalero encaminado a que te estalle la cabeza es cosa de un par de ‘clicks’, con lo cual nos queda un uso de la música más abierto que nunca.

Tras el cambio de siglo ya habían desfilado hacia el cementerio los últimos ismos capaces de definir una época (el grunge, el Britpop, la electrónica, el neo-pos-punk) y nos disponíamos a caer de cabeza en un pozo de músicas fragmentadas y separadas por muros así de altos. Pero ha sido preciso que cada diminuta realidad se hiciera todavía más microscópica para que, de repente, la mirada ganara perspectiva y recorriera por fin todo el campo visual. Del “ya no hay ningún género que por sí solo explique nuestro tiempo” hemos pasado al “ya no necesitamos aferrarnos a ninguna etiqueta para vivir”. Ahí, los festivales son el escaparate que de un modo más claro nos explica dónde estamos, porque ya ni siquiera manejan las viejas categorías de ‘mainstream’ e ‘indie’, del mismo modo que en otros tiempos se diluyeron o matizaron las de alta y baja cultura.

Después de que el Primavera Sound acuñara el año pasado el eslogan ‘the new normal’, esbozo de un nuevo canon a partir del cruce de géneros (reguetón incluido), ahora otro macrofestival, el madrileño Mad Cool, mueve pieza con un cartel que, del 8 al 11 de julio, combinará a la estrella pop Taylor Swift (‘mainstream’ en toda regla) con la trovadora de culto Angel Olsen, el cantante neo-soul Khalid o los clásicos del ‘indie’-rock Pixies. Las viejas fronteras, pulverizadas. Ahí estará también Billie Eilish, una figura que, como Rosalía, representa por sí misma ese cambio de fondo. Ahora hay artistas de multitudes que arriesgan más que otros que se rodean de un aura alternativa, y creadores autogestionados que hacen canciones pop canónicas y soleadas.

Quizá la música, que tanto exaltó los ánimos en el siglo XX, sea el último refugio de las sociedades polarizadas: la edad de las tribus urbanas cede paso al corte transversal, y el eje comercial-alternativo, una vieja trinchera, pierde interés en una audiencia que se mueve por otros cauces. Ganan terreno la curiosidad, la superación del prejuicio, un vínculo menos pautado con canciones y artistas. ¡Pues menudo aburrimiento!, pensará alguien. ¿Qué se ha hecho de aquellos entrañables odios atávicos entre estéticas enemigas, tan útiles para reafirmar egos? Que no tema: el mundo le reserva, fuera de la música, abundantes escenarios donde practicarlos.

Billie Eilish, estrella y antiestrella

El éxito de Billie Eilish es digno de estudio: música tenebrosa, textos que hablan de terrores nocturnos e imagen a las antípodas de la diva con glamur. Quizá hace diez años habría sido una figura ‘underground’, pero ahora llena recintos como el Sant Jordi (el pasado septiembre) y coprotagoniza festivales como el madrileño Mad Cool, que la acogerá el 9 de julio. Los piropos le llueven de todas partes, ya que su disco ‘When we fall asleep, where do we go?’ aparece en las listas de los mejores del 2019 de la prensa especializada, y a la vez está nominado a seis premios Grammy. Y esto no pasa todos los días.