No solo fútbol

Los del norte son unos flojeras

El fútbol, como la vida, ha decidido desplegar un gran condón a su alrededor para evitar el riesgo de lo real

El delantero del Albacete Roman Zozulya (centro), con un grupo de militares ucranianos, en una imagen colgada por el jugador en las redes sociales

El delantero del Albacete Roman Zozulya (centro), con un grupo de militares ucranianos, en una imagen colgada por el jugador en las redes sociales / periodico

Josep Martí Blanch

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La arqueología vital es algo que solo pueden practicar los adultos. Consiste en desplazarse con la memoria y sin frenos hacia el pasado, hasta que el dolor cervical te devuelve con un gatillazo al presente de los combinados de paracetamol e ibuprofeno y quizá un protector de estómago. La excursión se cierra cuando, ya de vuelta, se afirma con la suficiencia del que ha vivido otros tiempos que la juventud, la comida, la música, el periodismo y el fútbol ya no son lo que eran. En realidad, el único que no eres el mismo eres tú. Y para cerciorarte no es necesaria tanta sofisticación. Basta un espejo de cuerpo entero y el coraje para ponerte desnudo ante él. Esta y no otra es la escena que permitió escuchar por vez primera en el mundo la frase "cualquier tiempo pasado fue mejor".

Los viajes relámpago al pasado salen de las estaciones más inverosímiles. La semana pasada compré billete para uno con origen en los Jardinets de Gràcia. Me crucé con un amigo de Palamós que no veía desde hacía una eternidad y charlamos sobre todo y nada, es decir, de fútbol. Él recordó que para el equipo de su pueblo el desplazamiento más temido era el que los llevaba a La Cava, porque la leyenda aseguraba que podían acabar, según se desarrollase el partido, echados de mala manera al Ebro o a cualquier canal de riego para diversión de la afición local. 

Yo aproveché, como hago siempre, para combatir la leyenda negra que nos acompaña a los confederados catalanes y dejar claro que el problema no es que los del sur seamos un poquito más físicos y sentimentales, sino más bien que los federados del norte son unos flojeras de cuidado. Lo dejamos en un empate a risas tras constatar que hubo un tiempo en el que no era concebible el fútbol sin el insulto. Eso sí, antes de despedirnos le recomendé el libro-profecía 'Los del sud us matarem a tots' de Valero Sanmartí. Si usted vive más al norte de L’Hospitalet de l’Infant, también debería leerlo. No diga después, cuando una horda de gentes que comemos arroz incluso en el desayuno nos abalancemos encima de usted para descuartizarlo, que no estaba avisado.

Profiláctico futbolístico

De vuelta al ahora, confirmé que sí es cierto que las cosas cambian y que el fútbol, como la vida, ha decidido desplegar un gran condón a su alrededor para evitar el riesgo de lo real. El profiláctico futbolístico se usa ya a la edad más temprana. En el deporte infantil, los árbitros, figura jerárquica que no encaja en el mundo asambleario que pretendemos, han sido sustituidos por tutores de juego. La clasificación en base a los puntos ganados en el campo, que puede frustrar a los equipos patata que acaban la temporada sin inaugurar siquiera el casillero, ya no es importante y ha sido sustituida por el sucedáneo políticamente correcto de la clasificación por valores, que tiene en cuenta el comportamiento de los jugadores, el entrenador y la afición. También está mal visto ganar por muchos goles de diferencia, no sea caso que alguien descubra que quizá mejor probar con el ajedrez antes que con la pelota y deba acudir al psicólogo de por vida por chocar contra la realidad de su incompetencia.

Con la edad solo hace falta cambiar el tamaño del profiláctico. El XXL es para el fútbol profesional y se ha usado por primera vez con la suspensión del Rayo-Albacete porque los aficionados se dedicaron obsesivamente a llamar "puto nazi" al delantero del equipo manchego Roman Zozulya. El debate posterior se ha centrado en la discusión sobre si el ucraniano es un fervoroso patriota ucraniano o, si por el contrario, su trayectoria política justifica que se le trate como un 'Hitlerboy'. En cambio, nadie ha dicho ni mu sobre la pretensión que las gradas de un campo de fútbol se conviertan en el anfiteatro del Liceu o del Bolshói, algo que empieza a darse por hecho.

El pasado no es un ejemplo de nada, pero el sentido común puede que sí lo sea. Y este no para de alertar sobre lo mal que nos sienta tomarnos demasiado en serio: a nosotros mismos, a los niños, al fútbol y también los insultos que provengan de una grada. 

¿Suspender o no suspender?

Es un debate permanente en el mundo del fútbol. ¿Cuándo debe suspenderse un partido? ¿A partir de qué momento la dignidad del ser humano debe anteponerse a la obligación de cumplir con el espectáculo que se ha prometido a los tenedores de entrada? ¿Y las responsabilidades y las consecuencias? ¿Son y deben ser asumidas por el club que acoge en sus gradas a los aficionados o por estos a título individual? No es una respuesta fácil a no ser que uno haya decidido militar en el maximalismo. Y una pregunta más: ¿mientras el fútbol viaja hacia la civilización la política se dirige hacia la barbarie?