Patio de butacas
La señora Dalloway vaga por casa
Confieso que me puede la curiosidad de constatar cómo se ha domeñado la novela para llevarla a las tablas. Virginia Woolf no es lectura playera
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Me desvivo en la cuenta atrás por asistir a uno de los espectáculos teatrales de la temporada, un montaje que esconde en la baza un póquer de reinas: Blanca Portillo (dama de tréboles) a la cabeza del reparto; Carme Portaceli (diamantes) en la dirección; con un texto de Virginia Woolf (picas); y uno de sus personajes femeninos más sugestivos, Clarissa Dalloway (la dama de corazones). Llega la semana próxima al Teatre Nacional de Catalunya (TNC), donde permanecerá en cartel hasta el 4 de enero.
Confieso que me puede la curiosidad de constatar cómo se ha domeñado el texto para llevarlo a las tablas. Virginia Woolf no es lectura playera. Ni por sus juegos con el tiempo, marca de la casa, ni por la prevalencia del estilo indirecto libre en la narración; esto es, un flujo de conciencia, la conciencia de la vida, que traza meandros caprichosos como el cauce de un riachuelo. Portaceli, autora de la adaptación teatral, junto con Michael De Cock y Anna Maria Ricart, asegura que la clave ha radicado en captar la «esencia» de los personajes y en el trabajo encerrada en el Empordà, donde parece que la inspiración llegue sola. 'Mrs. Dalloway' se estrenó el pasado marzo en Madrid, en el Teatro Español, del que la dramaturga valenciana fue responsable durante tres años hasta su cese, a la vuelta del verano. Decisión de Andrea Levy tras hacerse cargo de la concejalía de Cultura. Zasca.
"Un encuentro felícisimo"
Allí, en el Teatro Español, se hizo la fotografía que acompaña estas líneas. No fue fácil juntarlas para el posado porque estas dos mujeres no paran de enlazar proyectos: Portaceli anda con 'La casa de los espíritus', que vendrá al Grec, y Portillo acaba de quitarse los ropajes de Madre Coraje para zambullirse de nuevo en las cavilaciones de Clarisa Dalloway. Se trata de la primera vez que comparten un proyecto, y parece que ha sido «un encuentro felicísimo». De la actriz principal, Portaceli subraya «su gran inteligencia emocional», mientras que, en el ejercicio inverso, Portillo destaca la energía del «aquí y ahora» que derrocha la directora.
Pero vayamos a la almendra del asunto. 'La señora Dalloway' (1925), que así se titula la novela, hace un recorrido de 24 horas en la vida de una mujer, como el Ulises, de Joyce, solo que en el Londres de entreguerras en lugar de Dublín. Clarissa Dalloway acaba de cumplir 52 años, tiene el pelo casi blanco y sale a comprar flores porque da una fiesta en casa por la noche en honor de su marido y, mientras deambula por las calles, va pensando en sus cosas, en un ir y venir de la mente que invoca en el recuerdo a viejos amores, como la fascinante Sally o Peter Walsh, con quien estuvo a punto de casarse en la juventud. Al final, contrajo matrimonio con un previsible diputado conservador. ¿Habría sido más feliz con Peter, recién regresado de la India? Probablemente, hubieran terminado por destruirse. Nos pasamos la vida tomando decisiones que implican renuncias (que lo pregunten estos días en el Congreso).
Fascinada con el personaje
En este sentido, Blanca Portillo, que ha sido Hamlet, la Virgen María y el Segismundo de 'La vida es sueño', está fascinada con el personaje de la señora Dalloway —se ha leído la novela cuatro veces— porque no culpa a nadie de sus errores y aciertos. ¿Se ha equivocado en sus elecciones? Puede, pero vive en paz, sin amargura. La actriz, por cierto, suele lucir un anillo de cuarzo citrino, una piedra que sirve para tomar buenas decisiones, regalo de Agustí Villaronga. Hay en la señora Dalloway, además, una loable búsqueda de la belleza: si la vida a veces es oscura, un barco a punto de hundirse, si todo es una broma pesada, mitiguemos al menos el sufrimiento de los demás, seamos decentes, decoremos la «mazmorra» con flores y cojines para que los dioses, esos rufianes, no se salgan con la suya. No parece mal salvoconducto.
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