muy seriemente

Un dolor abisal llamado 'The Virtues'

La de nuevo premiada investigación del 'caso Maristas' obliga, por respeto a las víctimas, una inmersión en esta joya de Filmin, una penitencia sin redención de la mano del Joe Pesci británico

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Carles Cols

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De los cuatro capítulos de ‘The Virtues’ (Filmin) se ha escrito que montados como un único largometraje habrían ganado merecidamente palmas en Cannes y osos de oro de Berlín, pero no un Oscar, porque allí, en Hollywood, sobre la dolorosa cuestión de los abusos durante la infancia y el lastre que de por vida queda después en el alma de las víctimas prefirieron quedarse con la monocromática versión de ‘Spotlight’, película que se llevó la estatuilla en 2016 y que esencialmente retrata, con menos sombras de las necesarias, el oficio y la perseverancia de los periodistas del Boston Globe que destaparon la endémica red de pederastia de la iglesia católica en Massachusetts. ‘Spotlight’ es, en último término, un relato sobre héroes. ‘The Virtues’, al contrario, son 270 minutos de abisal dolor, palabras estas escritas a solo tres metros del despacho acristalado de la redacción del diario donde Guillem Sánchez recibió a lo largo del 2016 a decenas de víctimas del llamado ‘caso Maristas’. Almuerzo con Guillem, no para que rememore lo que ya publicó, sino para que cuente aquello que, porque no era el momento, calló, su propio sufrimiento, su aflicción porque la cosecha de un éxito periodístico fuera a costa de las víctimas, siempre en la penumbra.

De 'The Virtues' se ha escrito que montada como largometraje ganaría palas en Cannes y osos en Berlín, idea que desde aquí se suscribe

El pasado 12 de noviembre, Save the Children quiso premiar al equipo que pilotó aquel esfuerzo por dar voz a las víctimas de los abusos cometidos en escuelas religiosas de Barcelona. Guillem insiste en que sería presuntuoso decir que aquello comenzó con una laberíntica investigación. Fueron los abusados quienes rompieron el silencio. Luego sí hubo periodismo sabueso, de Jesús G. Albalat, del propio Guillem y de María Jesús Ibáñez, a la que le cayó la misión de obtener una confesión de los abusadores. La logró. Pero antes de proseguir, es justo regresar a ‘The Virtues’, un trabajo magistral, no solo de dirección, a cargo de Shane Meadows, un tipo decidido a denunciar las miasmas que dejó en herencia el thatcherismo en el Reino Unido, sino sobre todo de interpretación, con Stephen Graham, el Joe Pesci británico, según elogio del mismísimo Martin Scorsese tras dirigirlo en ‘El irlandés’, en un descenso peldaño a peldaño a su infierno íntimo, personal e intransferible, en busca de una redención que, en opinión de Guillem pasados los años, jamás es completa.

Las alacenas de las plataformas de la tele de pago andan sobradas de series de rotundos primeros capítulos, donde productores y guionistas invierten sus mayores esfuerzos en un trilero afán de que después no se intuya la desnudez de los siguientes episodios, que tiritan ante la falta de tejido argumental. No es por ser acusica, pero por citar un ejemplo de serie ensalzada por la crítica por su arranque y olvidada después por su declive está el caso de ‘The Romanoffs’ (Amazon). Chascos así son habituales. ‘The Virtues’, al revés, crece exponencialmente capítulo tras capítulo, con una pancreática banda sonora de P.J. Harvey, hasta el más solido de los finales, que aquí no se revelará, pero que ofrece una aproximación a esas decenas de víctimas que entrevistó Guillem.

En este oficio no hay un manual sobre cómo entrevistar a víctimas de un infinito dolor, ni tampoco enseñan a sobrellevar el éxito a costa de casos así

No enseñan en las escuelas de periodismo cómo encarar una entrevista así, cuál es el tabú sobre el que no se puede preguntar a una víctima de lo que sea, cómo evitar el contagio de la pena… Hubo noches de mal dormir. Eso me cuenta durante el almuerzo. Guillem explica que incluso pospuso varias veces el visionado de ‘Spotlight’, innecesaria prudencia, visto lo visto, pero ahora toca, eso sí, aunque solo sea a él, desaconsejarle ‘The Virtues’. De las decenas de víctimas que pasaron por aquel despacho acristalado (otras prefirieron la intimidad del hogar, otras el anonimato de un bar), muchas no vieron jamás impresa su historia, por voluntad propia o por el extremo celo y rigor que se autoimpuso el diario para evitar que un error o una inconcreción fuera la excusa para que los culpables y sus encubridores orillaran su responsabilidad. Jamás se les dio pie a ello.

A veces, este oficio es ingrato. Cuando se piensa en las víctimas, ni siquiera en los premios hay consuelo.

El aún pendiente examen de conciencia

<span style="font-size: 1.6rem; line-height: 2.6rem;">El estreno de <strong>‘Mystic River’ en el 2003</strong> redobló si cabe la fama de Clint Eastwood como director con una materia entonces inusual en la cartelera, esas cicatrices causadas por los abusos en la infancia, que nunca sanan, pero aquella atrevida apuesta fue una isla narrativa. No fue, lamentablemente, la mecha de nada. No hubo explosión.</span>