Patio de butacas

Un resplandor entre las trincheras

Dos editoras valientes, Irene Antón y Paca Flores, de Errata Naturae y Periférica, dos escuderías modestas (es un decir) del gremio libresco, han aunado esfuerzos para que vea la luz una joya: `Testamento de juventud¿, de Vera Brittain

Las editoras Irene Antón (izquierda) y Paca Flores, en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Las editoras Irene Antón (izquierda) y Paca Flores, en el Museo Reina Sofía de Madrid. / periodico

Olga Merino

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En un par de domingos, el 10 de noviembre, los ojales de las solapas en Londres se colmarán de amapolas rojas en recuerdo del armisticio de 1918, que puso fin a las hostilidades entre los aliados y el imperio alemán tras la primera guerra mundial. Los británicos las llaman 'poppies', humildes flores de cuneta y trigal que brotaron en los campos de Flandes sobre los cadáveres, con el empeño ciego de cada primavera. Solo el Reino Unido perdió más de 800.000 hombres en la guerra y, por ello, entre otras razones, cuesta tanto deglutir que cuatro políticos papanatas, los inventores del 'brexit, porfíen en cortar los vínculos que vertebran Europa: no existe un cemento más sólido que el dolor. En fin, aquí, en el 'Patio de butacas', lo que nos ocupa es el consuelo de la cultura, y aquella contienda atroz dejó tras de sí algunos libros de memorias hermosísimos.

Así pues, resulta incomprensible que casi 80 años después de su aparición, 'Testamento de juventud', de Vera Brittain, todo un clásico en Gran Bretaña y un fondo de armario imprescindible en cualquier Waterstones de la isla, no hubiese sido publicado en España hasta la fecha. Tampoco existe la edición francesa, y en Alemania se publicó por primera vez el año pasado. ¿Cómo se explica? ¿Por qué unas de las memorias de guerra más lúcidas de todos los tiempos han pasado desapercibidas? Por suerte, las editoras Paca Flores (Periférica) e Irene Antón (Errata Naturae) acaban de ponerle remedio.

La tragedia de la guerra

Vera Brittain (1893-1970), enfermera voluntaria durante la guerra y exquisita escritora británica, tenía 24 años cuando terminó la guerra, en la que había perdido a su prometido, a su hermano y a dos de sus amigos varones más cercanos. Quedó devastada, y solo la escritura la rescató de la tragedia. Antes de que muriera su hermano, en una carta enviada al frente, le prometió que, si salvaba el pellejo, su único empeño sería el de inmortalizar en un libro su historia y la de sus amigos. Y a ello se consagró, a contar el sentir de la clase media intelectual británica al filo de la gran guerra, el ocaso de un mundo que parecía más puro e inocente: 'Goodbay to all that'; adiós a todo eso, como escribió Robert Graves, el autor de 'Yo, Claudio'.

El libro no es solo un grito contra el sinsentido de la guerra, sino también el inventario de su esfuerzo por abrirse camino en un mundo de hombres: a pesar de la obstinada determinación de su padre por hacer de ella una «señorita florero», Brittain consiguió estudiar en un 'college' de Oxford, y con el tiempo se convirtió en una respetada adalid del pacifismo.

Pero que nadie espere autocompasión ni sensiblería en 'Testamento de juventud'. Le llevó casi 20 años terminar el manuscrito; al principio quiso disfrazar los hechos con el barniz de la ficción, pero se atascó; la voz de Vera Brittain solo emergió —y de qué manera— cuando abrazó la primera persona en un estilo vibrante: «Cuando rememoro la guerra, nunca es verano, sino invierno; siempre frío, oscuridad e incomodidades […]. Su símbolo permanente, para mí, es una vela clavada en el gollete de una botella, la llama diminuta parpadeando con una corriente glacial, y creando, pese a todo, la ilusión en miniatura de una luz contra una negrura opaca e infinita». Cuando salió el libro, en 1933, Virginia Woolf se quedaba despierta por las noches para seguir leyendo.

En dos años, Periférica y Errata Naturae han realizado ocho coediciones de libros ambiciosos con los que Flores y Antón pretenden construir a medias una biblioteca de pioneras, de olvidadas, de mujeres «en un momento vital límite», autoras de memorias que «serían clásicos de una determinada cultura si no fuera porque los hacedores de los cánones son hombres». Son un buen ejemplo de las editoriales modestas que batallan en un ecosistema muy difícil; a falta de talonario con que viajar a la feria de Fráncfort para fichar el último pelotazo, rastrean en los intersticios en busca de pequeños diamantes. La resistencia contra el mercado.

Igual que en 'Testamento de juventud', una bonita historia de amor y amistad vincula a las dos editoriales: Julián Rodríguez, una persona fundamental para ambas, socio de Flores en Periférica y pareja de Antón durante casi una década, falleció el pasado 28 de junio de un infarto a los 50 años; a él le debe mucho el proyecto de las coediciones. Este ha sido un año terrible en pérdidas para el sector; cuántas charlas se han quedado a medias.