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La tenista Naomi Osaka enciende el pebetero ante solo mil asistentes

Tokio inaugura los Juegos Olímpicos con una ceremonia sin público y marcada por la pandemia

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Albert Guasch

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Un atleta corría sobre una cinta elástica. Una ciclista pedaleaba sobre una bicicleta estática. Una remera fingía dar paladas al agua. Todas en solitario, distanciadas, ensimismadas en su esfuerzo, unidas por el hilo invisible de la tecnología. Tokio, a su manera artística, miró enseguida de frente al elefante en la habitación durante su gala inaugural. Son los Juegos de la enfermedad, las mascarillas y el aislamiento. No había razón para obviarlo y así lo entendieron los organizadores de la ceremonia que dio por inaugurados los Juegos Olímpicos más estresantes de la historia del olimpismo.

Danzas elegantes y tradicionales, de colorismo oriental, pero a la vez sombrías, enmarcaron el tono compungido del mensaje inicial de un espectáculo contenido, que buscó la empatía con el mundo y de alguna forma pidió cierta reciprocidad. Hubo incluso un minuto de silencio por las víctimas del covid. Fue un espectáculo emotivo por lo que se sabía más que por lo que se transmitió. No se escucharon apenas aplausos, en un signo de lo insólito de estos Juegos. Menos de mil invitados compuestos de autoridades y dignatarios presididos por el emperador Narahito y el máximo mandatario del COI, Thomas Bach ocuparon los palcos y gradas de un estadio con capacidad para 68.000 espectadores. Sensación extraña, marca de estos Juegos convertidos en una lucha agotadora contra la adversidad.

Naomi Osaka, el símbolo del deporte de Japón, la tenista que recientemente se apeó de Roland Garros para no tener que hablar ante los medios ni hacer frente a su inseguridad, se encargó de encender un pebetero protegido por una cápsula abierta como una flor y cuyo conjunto pretendía evocar al monte Fuji.

Último acto de una ceremonia desigual, que remontó tras un inicio tan apagado que en ocasiones, en los momentos de silencio en el recinto, podían oírse los ciudadanos reunidos en el exterior del Estadio Olímpico de Tokio. No se sabe si protestaban por los Juegos, los más caros de la historia, o para ver algo, lo que fuera. La presencia de los atletas, en un desfile bombeado por música de videojuegos japoneses, aparentemente muy populares allí, debía cambiar el tono de la ceremonia. Apenas lo logró. Prevaleció la sensación de entusiasmo ficticio.  

El deporte mundial se ha acostumbrado a los partidos con las gradas vacías pero faltaba auscultar las emociones en unos Juegos. Y se diría que una ceremonia sin público pierde absolutamente toda su esencia. Quizá por eso la coreografía completa planteada por el Comité Organizador japonés resultó tan minimalista como un haiku, carente de grandilocuencia. Como si fuera su manera de mostrar sus respetos por las pérdidas humanas en los tiempos de pandemia universal. Lo más imponente, en el tramo final, el uso de 1824 drones dibujando la Tierra en suspensión sobre el estadio; lo más divertido, los pictogramas representando todos los deportes.

"Celebremos el momento"

Los atletas hicieron su parte en tratar de dotarle al día de dicha olímpica. Con o sin espectadores, es la cita cumbre de las carreras deportivas de la mayoría de ellos. Ufanos todos ellos en el desfile y en los saludos dirigidos inevitablemente a las cámaras. Las delegaciones parecieron en general más reducidas de lo habitual (excepto la de EEUU), signo de los tiempos.

España compareció por primera vez con un tándem, con Saúl Craviotto y Mireia Belmonte como abanderados. La nación de Tonga, como en las tres últimas ediciones, desfiló liderada por el aceitado Peta Taufatofua, de taekwondo. Y los rusos, sin derecho a himno y bandera por el dopaje de Estado, concurrieron detrás de la bandera del Comité Olímpico Ruso. ROC, recuerden las siglas.

Las palabras del emperador y el encendido del pebetero pusieron por fin en marcha unos Juegos que se han hecho esperar como ningunos. Buscando el hilo conmovedor, los últimos relevistas antes de Osaka fueron viejas leyendas del deporte japonés, beisbolistas en su mayoría, y niños que vivían en la zona de Fukushima cuando el devastador terremoto del 2013. Japón sacó a pasear sin pudor todos sus demonios. La emoción se persiguió también con el espacio para música popular y global en la canción de ‘Imagine’, de John Lennon, interpretada por distintos artistas como Alejandro Sanz

Japón suspira ahora por una tregua de la implacable pandemia, que el sudor y la competición y las medallas frenen mágicamente el avance del virus. Casi un centenar de acreditados han dado ya positivo y se teme que perdure la progresión actual. La incertidumbre, pues, planea aún sobre la cita de Tokio, que de una forma u otra se propone llegar a la meta del 8 de agosto. Cabe empatizar con su infortunio. 

‘Más rápidos, más altos, más fuertes y juntos’, dice el bonito lema de estos Juegos. Y los más difíciles, sin duda. Necesita Tokio que le acompañe de una vez la esquiva suerte.


Así ha contado EL PERIÓDICO la ceremonia inaugural.