LA CITA OLÍMPICA

El inicio de los Juegos de las pantallas

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Albert Guasch

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Los Juegos de Tokio de 1964 fueron llamados los Juegos de la ciencia ficción por todas las innovaciones tecnológicas que asombraron al mundo. Por el uso por primera vez de ordenadores, por ejemplo. O por la proyección vía satélite de imágenes en directo a todo el mundo. La edición del 2021, que debía haberse celebrado en el 2020, se estrena este viernes con un aire también de ficción futurista, más de distopia que asombro feliz. 

Los Juegos Olímpicos, cita de nobles propósitos como la concordia de los pueblos y la celebración de la universalidad a través del deporte, se han empezado a disputar con el silencio en las gradas, con controles rigurosos para ahuyentar la enfermedad y el distanciamiento social por higiénica obligación. No se pensó un acontecimiento así hace 125 años para acabar teniendo miedo a un abrazo entusiasta o a unos aerosoles surgidos de un grito de ánimo.

Son unos Juegos que parecen representarse por imposición económica, para paliar pérdidas y respetar contratos. La oposición local ha sido ruidosa como siempre. No hay Juegos que no se libren de la dinámica de felicidad por la nominación, indignación por el espiral de gastos, temor a no llegar a tiempo y, después, con el pebetero encendido, pasión desbordada. En Tokio falta ver si se cumple este último elemento que sepulte todo lo anterior. 

Pebetero fuera

Pero en Tokio todo es distinto. Nunca se habían postergado unos Juegos y las protestas seguramente no tienen parangón. La pandemia sigue omnipresente y la ceremonia de inauguración (hoy, a las 13 horas) culminará con un desfile de atletas que saludarán a las cámaras y no las gradas. No estaba previsto que el futuro fuera así. Por ser distinto, el pebetero no lucirá su fuego en el estadio sino fuera, en una zona portuaria.

El argumento de la coreografía inaugural se mantiene en secreto, como sucede siempre, y falta ver cuántas alusiones a la actualidad, a la anormalidad contemporánea, se introducirán entre los juegos pirotécnicos y las palomas al vuelo; cuántos mensajes de esperanza, empatía y superación de la adversidad cabrán en una ceremonia que, por lo que ha trascendido, subrayará el valor del deporte en la construcción de emociones inigualables. Cabe contar, al parecer, con un homenaje a los sanitarios de todo el mundo. Según Thomas Bach, el presidente del COI, los Juegos de Tokio deberían representar «la luz al final del túnel». Alguien tenía que exteriorizar algo de optimismo.

Abundantes dimisiones

La ceremonia no contará desde la primera fila con uno de sus directores artísticos, un humorista y director de teatro nipón que, justo antes del día D, ha tenido que renunciar al cargo por un sketch de 1998 (sí, de hace 23 años) en el que bromeó sobre el Holocausto.

No es el único caso en que los organizadores japoneses han hilado muy fino. Un compositor musical dimitió el lunes por unos antecedentes de bullying en su lejana época escolar. El expresidente del comité organizador, Yoshiro Mori, se vio forzado a tirar la toalla después de decir que las reuniones se alargaban por culpa de las mujeres. Y un director creativo le salió mal una broma contra una popular actriz que debía aparecer en la fiesta de inauguración, un género, por cierto, que suele dejar huella. La ceremonia de apertura empieza a inclinar la fortuna de la organización. 

Si los casos de Covid no explotan, Tokio no debería ser diferente a sus antecesoras y los logros de los Simone Biles, Naomi Osaka, Novak Djokovic o Caeleb Dressel deberían ocupar el espacio informativo que ahora aún se destina a la excepcionalidad antipática que rodea la cita olímpica. Sin espectadores, ni banderitas, las emociones no serán iguales. Pero aflorarán. Serán más que nunca los Juegos de las pantallas.  n