LOS 92 DEL 92

Pedro Palacios, el hiperactivo responsable de prensa

Pedro Palacios

Pedro Palacios

Albert Garrido

Albert Garrido

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A una empresa hiperactiva como lo es organizar unos Juegos Olímpicos le correspondía un responsable de prensa asimismo hiperactivo: Pedro Palacios lo fue sin duda, y me di cuenta de ello desde antes de incorporarme al COOB’92. Fue a finales de septiembre o primeros de octubre de 1989, me citó en su despacho para captarme para la causa, pero algún problema irresoluto se cruzó en el camino de lo que debía ser un tranquilo desayuno en una cafetería cercana y acabó siendo un fluido ir y venir del café al despacho y vuelta al café. Conocía a Pedro desde hacía bastantes años, sabía que era un tipo dinámico, pero todo precedente quedó superado los años siguientes.

La segunda característica de Pedro en aquellos días a todo trapo fue su optimismo indestructible. Para él, formaba parte de su cometido. A principios de noviembre de 1990, dos ejecutivos ingleses de una multinacional se personaron en mi despacho para recabar informaciones que yo desconocía. Les llevé hasta la mesa de Pedro y me quedé de oyente: al final de la conversación, uno de ellos, un punto escéptico, le dijo que era un gran optimista. Pedro contestó con media sonrisa: “It’s my job”. Sí, siempre lo fue.

El tercer rasgo era -creo que es- su poder de convicción. Un día me requirieron dos periodistas italianos que decían conocerme, pero que yo no recordaba en absoluto. Tenían muy desarrollado su espíritu crítico y no veían cómo se iba a pagar la operación olímpica. Quisieron hablar con Pedro después de hacerlo conmigo. Nos reunimos los cuatro y enseguida se pusieron a preguntar; cuando se levantó la sesión, quizá una hora más tarde, habían cambiado por completo de opinión. Uno de ellos, al despedirse, me dijo más o menos en un castellano pespunteado de italiano: “Esto será un éxito”.

Bastante tiempo después de acabados los Juegos, una mañana que esperábamos para embarcar en el Puente Aéreo, recordábamos la presión inexorable de la cita del 92. Él hizo un gesto como queriendo decir “es la vida” y se fue a comprar los periódicos.