LOS 92 DEL 92
Barcelona: la mejor Villa Olímpica de la historia de los juegos
Jordi Giró, Miquel Ferrer y Joan Carles Armengol, tres vecinos del barrio que sirvió para abrir Barcelona al mar desde su creación -Ferrer desde muchísimo antes-, pasean por sus calles 30 años después
Helena López
Redactora
Cuando llegaron a Barcelona vivieron realquilados en el barrio de Els Pescadors, donde se pusieron a trabajar en una fábrica de curtidos. Con el tiempo, los padres de Miquel Ferrer cogieron en traspaso una fábrica de curtidos en la calle de Àlaba, negocio que ahora, aunque reconvertido, aún regentan sus hijos, tercera generación. Allí, tras unas robustas puertas de madera que todavía conservan, y en un edificio de 1873 - "seguramente uno de los más antiguos del Poblenou", señala con orgullo- creció Ferrer, quien de crío vivía en la propia fábrica, al fondo, como era habitual en aquel entonces.
Su calle, la de Àlaba, supuso una de las fronteras cuando dibujaron lo que sería el futuro barrio de la Vila Olímpica, donde todavía vive. Su acera -lado Besòs- quedó en pie; la de enfrente, no. Justo delante del que todavía es su taller, vivían sus amigos de la infancia, cuyas casas - "muy precarias", recuerda- fueron derribadas. En su lugar, unas pistas de pádel.
A poquísimos metros, la avenida de Icària y el nuevo barrio levantado en menos de tres años, entre 1989 y 1992, cuando se inauguró para acoger a los más de 9.000 atletas que participaron en los Juegos Olímpicos.
Al final de la calle de Àlaba, a dos pasos de la fábrica de Ferrer, había una fuente -que todavía se conserva, también- sobre la que Jordi Giró -presidente de la asociación de vecinos y vecino del nuevo barrio desde su creación- se subía para ver por encima de las vallas cómo iba la construcción de su futura vivienda, que ya era suya porque se vendieron sobre plano en 1990, pero donde no podría acceder hasta que finalizaran los juegos paralímpicos, celebrados justo después de los olímpicos, en septiembre del mismo año.
De Sarajevo a Río de Janeiro
Las vallas no fueron solo una cuestión de seguridad durante las obras. El barrio estuvo cerrado hasta que se marchó el último deportista. "Los atletas lo disfrutaron muchísimo. Se decía que la de Barcelona fue la mejor Villa Olímpica de la historia de los juegos hasta aquel momento. Nunca antes habían tenido una playa privada en la propia villa. Tras las competiciones, montaban unas fiestas impresionantes. La playa era para ellos, del Port Olímpic a la Mar Bella", relata Joan Carles Armengol, quien, si de algo sabe, es de Juegos Olímpicos. Los ha cubierto como cronista en 13 ocasiones, desde los de invierno de Sarajevo en 1984 hasta los de verano de Río de Janeiro en 2016.
Desde 1993, además, Armengol es vecino del barrio, de la promoción del Centre de la Vila, propiedad del Patronat Municipal de l'Habitatge, cedida en contrato de usufructo primero por 50 años, y después alargado 40 más. "Yo siempre digo que tengo un piso en Barcelona y un apartamento en la playa", bromea el periodista, convencido de que el suyo es uno de los mejores barrios de la ciudad para vivir. Así lo afirma frente a sus vecinos Giró y Ferrer, que asienten.
"La crítica más atroz que se hizo en su momento a la construcción del barrio fue que no se pensara en la vivienda pública"
Los pisos en los que vive Armengol fueron los que se reservó la selección española -"de la que formaba parte del entonces príncipe Felipe", apunta el cronista- al ser los más cercanos al gran comedor comunitario, que estaba situado en los actuales cines.
Ropa sucia en la incineradora
Entre las anécdotas que han ido pasando de generación en generación sobre el paso de los atletas por el barrio, Ferrer comenta entre risas que explican que, al principio, los deportistas pensaban que el agujero de la basura neumática -una de las características de los bloques del barrio- era para tirar la ropa sucia y la tiraban por ahí. "Pensarían que después subiría limpia. ¡Imagina la de ropa que acabó en la incineradora!", cuenta entre risas.
Una vez los atletas se marcharon y el barrio y las playas se abrieron de verdad, empezaron a llegar los primeros vecinos, como Giró y Armengol, y también algún que otro problema. Como en todas la promociones levantadas de forma rápida, en seguido surgieron los fallos, sobre todo con los acabados. "La bola se hizo mucho más grande de lo que realmente fue. Nos venían estudiantes de arquitectura del todo el mundo a preguntar, parecía que los pisos se cayeran, cuando eran detalles menores, los pisos nunca sufrieron ningún daño estructural", recuerda Jordi Giró, histórico líder vecinal del lugar, quien destaca también que la crítica más atroz que se hizo en su momento a la construcción del barrio fue que no se pensara en la vivienda pública. "Eran otros tiempos. Hoy se habría hecho seguro de otra manera", concluye.
Referentes imperfectos
En lo que sí se pensó, y el barrio fue referente, es en la accesibilidad. Tanto las viviendas como las aceras se hicieron pensando en las personas con movilidad reducida, algo que, hace 30 años, resultó pionero en la ciudad. "Lo que seguimos esperando es que adapten en la estación del metro, que aunque parezca mentira sigue siendo inaccesible", concluye el siempre combativo líder vecinal, quien añade también la necesidad de abrir otra boca para evitar los problemas que genera la afluencia de gente a la zona de ocio nocturno en Ramon Trias Fargas.
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